De memoria
Carlos Ferreyra
Apenas fue este año cuando un grupo de especialistas en distintas disciplinas de países europeos lograron establecer la verdadera filiación de Cristo- Jesús que no fue, como dice la leyenda bíblica un ser hermoso, luminoso y carismático.
Siendo originario de la región palestina, Belén o Jerusalén, era más que obvio que mi Cristo-Jesús se acercaba más al hombre popular que a lo ideales aristocráticos de Pio XII y los Arios de Hitler.
No. Mi Cristo-Jesús no reflejaba en su cabellera los rayos de un sol en el amanecer primaveral.
No. Mi Cristo-Jesús no tenía unos ojos azules y transparentes como un lago en La Paz de la montaña.
No. Mi Cristo-Jesús no tenía unos labios delgados ni una voz que parecía salida de un coro de ángeles y querubines.
No. Mi Cristo-Jesús no tenía la piel marfilina inmaculada y los dedos en punta propios para una bendición.
Mi Cristo-Jesús pudo llevar el nombre de Juan Pueblo y hubiera sido más acertado.
Mi Cristo-Jesús, humano, era de piel morena y en ella llevaba las huellas de sus labores habituales, pescador en Galilea, carpintero con su padre terrenal, José. Mi Cristo-Jesús se proclamó hijo de dios como lo hacen quienes profesan esa fe, pero nunca se llamó rey de reyes.
Mi Cristo-Jesús era más bien bajo de estatura, con unos hombros anchos poderosos, brazos y piernas como troncos y dedos gruesos en unas manasas hechas para el castigo.
Mi Cristo-Jesús tenía pelo y barba ensortijados y negros como alas de cuervo, diría el poeta.
Mi Cristo-Jesús en sus labios gruesos hechos para el amor y para la polémica guardaba una voz poderosa.
Mi Cristo-Jesús con su sola voz expulsó a usureros y mercachifles que se habían apoderado del templo.
Mi Cristo-Jesús es un joven que nace todos los días en cualquier rincón del mundo y piensa en la paz, la hermandad y la igualdad entre los seres humanos.
No lo explican los antropólogos pero es evidente que judíos y romanos no lo hubiesen condenado con la apariencia angelical frente a un delincuente que respiraba su maldad por los poros y en el rostro llevaba la perversidad de su alma.
No cabe duda de que cuando nos hablan de Cristo-Jesús se refieren a un personaje ambivalente: el bello ejemplar masculino de las élites sociales y políticas y el hombre común y corriente al que esperamos todos con su voz de paz.
Juan Pueblo, es mi Cristo-Jesús, es mi credo…