Por José Alberto Sánchez Nava
“El verdadero liderazgo no se mide por la acumulación de poder, sino por la capacidad de unir, dignificar y trascender más allá de la confrontación.”
- La brutalidad detrás del poder político
La historia vuelve a repetirse, pero con un rostro más desvergonzado y despiadado. En California, nuestros connacionales mexicanos enfrentan una realidad que raya en lo inconcebible: operativos cada vez más agresivos del ICE, redadas indiscriminadas y una política de terror justificada bajo el disfraz de la legalidad. Pero detrás de esta maquinaria de deportaciones, no solo está la ambición electoral de Donald Trump. También está el oportunismo político de Claudia Sheinbaum, quien, en lugar de proteger a los migrantes con diplomacia y firmeza, opta por azuzar a las masas con llamados incendiarios que solo buscan capitalizar el descontento.
En ambos extremos del espectro ideológico, vemos la misma estrategia: usar al migrante como bandera, como víctima rentable, como peón de un ajedrez sin compasión.
- La manipulación como táctica de campaña
Mientras Trump endurece su discurso antiinmigrante con la promesa de deportaciones masivas, Sheinbaum no se queda atrás en su afán de polarizar. Con llamados populistas a movimientos de resistencia, intenta desviar la atención de los verdaderos problemas en México —violencia, pobreza, corrupción— y proyectarse como una líder de causa noble. Pero los migrantes lo saben: de Sheinbaum no viene su salvación. Por eso se fueron. Porque en México, sus oportunidades eran tan escasas como su seguridad.
Ambos líderes saben que en el dolor ajeno se puede encontrar rédito político. Trump hipnotiza al votante blanco descontento con el espejismo de una nación “recuperada”. Sheinbaum seduce a las bases con la narrativa del enemigo externo. En realidad, ninguno de los dos quiere resolver el problema migratorio. Les es más útil mantenerlo vivo, inflamado, agitado.
- La palabra que incomoda: Budde contra la cultura del desprecio
En medio de esta vorágine, resuena con fuerza la voz moral de la Obispa Mariann Edgar Budde. En su histórico sermón, denunció con valentía la “cultura del desprecio” que domina hoy el discurso político. No nombró a Trump, pero lo retrató sin ambigüedad: un liderazgo construido desde el miedo, la división y la crueldad.
Trump reaccionó con su habitual incomodidad cuando es confrontado con principios éticos. Y no es para menos. Las palabras de Budde no solo desenmascaran la narrativa del odio, sino que recuerdan que el verdadero liderazgo se construye desde la dignidad, el respeto y la unidad. Valores que, tanto Trump como Sheinbaum, han pisoteado por conveniencia.
- El silencio selectivo y el oportunismo cínico
Claudia Sheinbaum se pronuncia, sí, pero solo cuando le conviene. Calla ante las redadas que dejan niños sin padres en California, pero se indigna cuando puede ganar simpatía política. Convoca a la protesta en EE.UU., pero no protege a quienes son extorsionados por policías o asaltados en sus trayectos migrantes en Chiapas o Veracruz.
La verdad es dura, pero hay que decirla: los migrantes mexicanos no tienen motivos para agradecerle. Se fueron porque México no les ofreció oportunidades ni justicia. Buscaron en EE.UU. lo que su propio gobierno les negó. Que ahora ese mismo gobierno pretenda enarbolar su causa es, en el mejor de los casos, hipócrita; y en el peor, perverso.
- Polarizar para ganar: el método que deshumaniza
Trump quiere votos. Sheinbaum también. Y ambos han descubierto que polarizar es rentable. Lo han convertido en su principal herramienta de campaña: nosotros contra ellos, los buenos contra los malos, los patriotas contra los traidores. En ese juego sucio, los migrantes no son personas: son símbolos, herramientas, excusas.
No es casualidad que ambos coincidan en sus métodos. Lo preocupante no es la coincidencia ideológica, sino la coincidencia estratégica. La vulnerabilidad humana se ha convertido en moneda de cambio para el aplauso político.
- Más que crítica, una advertencia: el legado de Budde
El sermón de la obispa Budde no fue solo un llamado de atención para Trump. Es un espejo para todos los líderes que, como Sheinbaum, creen que el dolor de los demás es combustible para su ascenso. Sus palabras trascienden la frontera estadounidense. Son un mapa moral que deberían seguir aquellos que hoy gobiernan con soberbia y cálculo electoral.
“La unidad no es un lujo, es una necesidad”, dijo Budde. Esa unidad no se construye con discursos incendiarios ni con redadas nocturnas. Se construye con justicia, con verdad, con acciones coherentes. Y sobre todo, se construye reconociendo que el ser humano no es una herramienta de campaña, sino un fin en sí mismo.
- Epílogo: ¿A quién sirve el poder?
En esta coyuntura, vale recordar la pregunta fundamental: ¿para qué sirve el poder? ¿Para dividir o para sanar? ¿Para manipular o para dignificar?
Sheinbaum y Trump han demostrado que prefieren lo primero. Pero la historia —y la conciencia colectiva— siempre acaban por pasar factura. Mientras tanto, la comunidad migrante sigue esperando no discursos ni banderas, sino políticas reales que los protejan y los respeten. No lo deben a ningún presidente. Se lo deben entre ellos mismos, porque su lucha ha sido siempre más noble que la ambición de sus gobernantes.
Y quizá, como dijo la obispa Budde, lo que más urge hoy no es más poder, sino más propósito.