ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Odio y miedo son los rasgos más peligrosos que pueden residir en una sola persona. Cuando los dos se posesionan del cerebro de un gobernante son los verdugos implacables de él mismo. El gran poeta latino Terencio decía que son los flagelos que destruyen la vida comunitaria, y aparte son los asesinos de este que manda.
Pero no se crea que son características sólo reservadas a mediocres y gañanes, pues hasta un emperador ilustrado como Julio César, el augusto en La Guerra de las Galias, una crónica de sus conquistas europeas, llegó a decir que él no era diferente a ningún ser humano, pero que aventajaba a todos en obediencia lacayuna y en crueldad excesiva. Quizá esto fue lo que inspiró a Bruto.
El mismo Julio César fijaba con claridad su ambición: decía que, para sus fines, prefería ser la cabeza de ratón en una aldea y no la cola de león en un imperio. Porque los bajos instintos se ejercen mejor en un territorio donde manda una persona solitaria y excluyente, sin trabas ni obstáculos que le impidan cualquier forma de extralimitación. Sabía de lo que hablaba.
Por su infancia llena de hechos violentos
El odio y el miedo son dolencias que se incuban desde la infancia. Son siempre producto del maltrato y de los sueños imposibles de grandeza mal entendida y peor asimilada de un ser poco afortunado en sus fortalezas psíquicas. Es una enfermedad progresiva y letal.
Se arremolinan en la mente confundida de los generalmente débiles, los que para imponer sus razonamientos siempre requirieron de la ayuda o de la fuerza. De los que nunca pudieron significarse por su talento natural.
Casi siempre responden a personas inmiscuidas desde pequeños en trifulcas y hechos violentos, en acontecimiento trágicos que marcaron el futuro previsible de la personalidad atribulada y ventajosa. Según el pensamiento hermético, el odio y el miedo, acompañados de los infiernos de los celos y la envidia, son los más grandes enemigos del ser humano.
Los peores jueces son los mayores criminales
En el ADN de todos los tiranos se anidan el odio y el miedo. Si le pasó al gran Julio César, imagínese usted lo que puede pasar de ahí para abajo. Los ejemplos son tan abundantes que no conocen fondo. Pueden engañar a algunos por un tiempo, pero no a todos todo el tiempo. Es imposible.
Poseídos por el odio y el miedo, aislados finalmente del pueblo, son capaces de recurrir a todo, hasta a suspender las garantías mínimas vitales con tal de lograr que se les ofrezca el triunfo que anhelan, para compensar lo que natura non dio y lo que Salamanca non presta. Como siempre sucede en estos casos, México es un gran laboratorio de esos experimentos deleznables.
Pueden acusar a todos sus adversarios con flagrancia y sin remordimientos de lavado de dinero, crímenes políticos, delincuencia organizada y lo que les aconsejen sus vasallos, porque al fin y al cabo es un caminito que de tanto recorrerlo acabaron por reinventar en todas sus modalidades de salvajismo.
Conocen el jueguito, donde acaba y donde termina. Porque los peores jueces, los más crueles, son los mayores criminales. Están fincados sobre el odio al populacho, sobre una fobia que consume hasta sus pobres entendederas. Cuando vislumbran una avalancha política en contra, son capaces de vender el alma al diablo. Siempre lo han hecho.
Saben que tienen un pie en el cadalso
Las campañas del miedo llegan a su tope: es peor la realidad que cualquier mortaja. Es más inseguro vivir en México, dicen, que hacer caso de la oferta electoral que usted prefiera. Porque la vida entre nosotros, a pie, desguarecido, es más incierta que cualquier sexenio. Sólo resta apostar a la suerte y al buen juicio del elegido por el pueblo.
Pero los verdaderamente asustados son los que llegaron desde Tepetitán para asaltar en despoblado. Ellos saben que tienen un pie en el cadalso, que pueden ser juzgados sin compasión por todos los agraviados, que pueden perder su libertad personal en cualquier momento de lucidez republicana y tiemblan, ateridos y confesos. El electorado les da la espalda en cualquier momento.
Al grito retador de “¡asústame panteón!” el electorado se reafirma en el convencimiento de que el odio y el miedo, antesalas del despotismo, son los mejores aliados de los incapaces, de los que echaron al caño la confianza depositada en sus procederes y ahora que van al precipicio. Quieren alarmar hasta con el petate del muerto. Así son, así han sido.
Creen ser dueños de nuestra riqueza soberana
Los de Tepetitán insisten en catapultar, por lo pronto en los medios, las imágenes percudidas de candidatos que no son ni parecen. Que están hechos para dividir y sojuzgar por la vía del sufragio tan violado, mientras sus contlapaches en los mandos se dedican a deturpar y enlodar a todos los demás con argumentos pueriles y desgastados, que ya han sido rebasados por la opinión pública actuante.
El costo no les interesa. Al fin y al cabo, recae sobre nuestros impuestos. Es sólo una estrategia de buitres de carroña a quienes la patria jamás les ha importado. La patria, ¿eso con qué se come?, ¿cómo se le hace para acabársela? parecen preguntar en ese festín de perdularios y acomodaticios de tomo y lomo.
Su ostentación es desenfrenada y descocada. Casi todos los estándares mundiales de patrimonialismo y entreguismo han sido rebasados por los de Tepetitán que, más que un estilo de gobernar, evidencian un catastrófico y contaminante modo de ser, un tracto sucesivo de creer que trabajan para un corporativo familiar en bonanza, como dueños de nuestra riqueza soberana.
Abusan, roban y dispendian en el marco de la petulancia que anida en sus almas muertas, sin un soplo verdadero de emoción social, sin brújula de navegación ni puerto posible. Navegan encaramados en un barco ya naufragado, azotado por vientos de fronda y sus destrozos no tienen remedio.
Contamos con el voto para ajustar cuentas
Y como así llegaron, así quieren quedarse. Torpes para cualquier manifestación de administración y de gobierno, automáticos en el fraude, el peculado y el asalto a mano armada, naturales en la depredación del Estado y del país, ñoños inauditos.
La ignorancia de esta claque de corruptos gobernantes ha sido el tema indeclinable en todos los medios de comunicación respetables del mundo. En todos somos los viles que permitimos la llegada al poder de los indolentes, los que permitimos sus pactos delincuenciales, los que no reaccionamos a tiempo.
La crítica devastadora y humillante que nos ha expuesto ante la opinión internacional como una sociedad indefensa, burlada y explotada, sin las herramientas de control, supervisión y castigo para los atrevidos que succionan las energías y los dineros del contribuyente común, cautivo y criminalizado hasta la injuria.
Sólo contamos con el voto para ajustar las cuentas. Es un instrumento muy poderoso para no ejercerlo, para dejarlo ir, campante y complicitado con los enemigos de sí mismos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El show de las “mañaneras” debe continuar. Y para romper el ritmo chocarrero y pendenciero la parte seria de las mismas corrió a cargo de la cantante Eugenia León.
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