Luis Farías Mackey
Todo parásito necesita un anfitrión, es decir un organismo, no solo donde habitar, sino del cual vivir. El parásito se alimenta de quien lo hospeda, puede ser un familiar o un arrimado, un virus, un partido, un movimiento, un vividor.
López Obrador y Morena son unos parásitos de la democracia y del Estado. Como todo parásito saltaron de un anfitrión a otro, como las pulgas en los perros, con ninguno se encariñaron, ¡por qué habrían de hacerlo!, si su función es cargarlos y engordarlos.
Los parásitos debilitan y hasta llegan a atrofiar las funciones orgánicas o institucionales del anfitrión y a veces hasta a matarlo.
López vivió toda su vida previa a la presidencia de trastornar a su familia a grados extremos, de engatusar ilusos, extorsionar gobiernos y a ilusos que le creyeran y se dejaran, y de amedrentar cobardes ¡y abundaron! A esa etapa se sumaron sus vidas parasitarias como militante y dirigente, de las que vivió, además, de las prerrogativas oficiales, las privadas y de dudosa procedencia, de recursos del Foro de Sau Paulo que tiene a varios dictadorzuelos con los pelos de punta, y de despellejar militantes; luego, también, burócratas y sin duda de comisiones por obras, permisos, concesiones, exenciones, perdones, chantajes y de campañas políticas. Hoy, aunque no deja de quejarse de la propaganda de “ser un peligro para México”, sigue explotándola: “si sueltan al tigre, parece decir entre pavos reales y gallinas de tramoya, a ver quién lo amarra”.
Pero el parásito mayor llegó a la presidencia y controló el organismo todo. Parásito y anfitrión fueron uno y lo mismo, un uróboro que no sólo se muerde la cola, sino que se devora a sí mismo. El Estado dejo de serlo junto con todas sus instituciones para engordar al pulgón, los presupuestos federal, estatales y municipales se convirtieron en el arenero de casa que compartió con sus niños, las burocracias en espacios de colocación de fieles atrofiados y corruptos voraces, las obras y concesiones en caprichos y alianzas corruptas y corruptoras, la historia en su cuaderno de rayones, la política en su mingitorio y la ciudadanía en el vertedero de sus rencores y resentimientos.
El parásito no es un creador, de allí que en política tenga que vender día a día el mismo engaño, y al no dejar nada a su paso, más que destrucción y detritus, todo en él es humo y movimiento por el movimiento mismo. Sus obras, de poderse llamar así, son su fiel reflejo: parasitarias, jamás caminaran por sí solas ni darán fruto alguno. Por eso también se obstina en cambiar la historia del pasado para tratar de justificar su existencia, porque sabe bien que la verdadera historia de su parasitismo lo habrá de tratar y retratar como tal.
Pero los parásitos son muy difíciles de extirpar, más cuando han invadido a todo el organismo. Lo más seguro es que terminen por matarlo, sin saber que con la muerte de su huésped causan la suya propia. Por eso, como las ranas a fuego lento en el caldero festejan triunfalistas y aguerridas, jubilosas y fatuas; Noroña, Adán Augusto y Lenia son especímenes al canto. Voraces reclaman más anfitrión, su grandeza no conoce medida, mientras se comen los restos podridos de ellos mismos.
El parasitismo del obradorato ha prácticamente devorado al Estado en tanto organización e invadido franjas importantes de la sociedad, pero no se puede decir que haya hecho metástasis en México todo. Pero el bicho está en nosotros y puede ser pandémico, de nosotros queda extirparlo o perecer.




