La creencia generalizada atribuye los conflictos agrarios y sociales en el estado de Morelos al porfiriato y a la cruenta revolución suriana entre 1911 y 1919. Sin embargo, estos surgieron desde el siglo XVI particularmente por las disputas de tierras entre las nacientes y poderosas haciendas azucareras con las ancestrales comunidades indígenas y campesinas, el Archivo de Indias en Sevilla y el Archivo General de la Nación dan cuenta de complicados litigios que llegaron a prolongarse por décadas. Al consumarse la independencia de México en 1821, las relaciones con España fueron difíciles, la otrora metrópoli se negó a reconocer los Tratados de Córdoba y la soberanía de México e incluso en 1829 intentó por medio de la expedición de Isidro Barradas emular la epopeya de Cortés, pero Barradas fue derrotado en Tampico por el inquieto Santa Anna.
Finalmente, en 1836, España reconoció la independencia y se establecieron relaciones diplomáticas. De cualquier forma, las relaciones no fueron tersas, existió entonces una fuerte corriente de hispanofobia alimentada no solo por la presencia de peninsulares en las elites mexicanas sino también por el discurso nacionalista que justificó la independencia después de tres siglos de dominio español, lo anterior se robusteció con la marcada presencia de españoles en las selectas minorías al frente de la economía y su apoyo al régimen de Santa Anna.
El valle de Cuernavaca, no fue ajeno a estos acontecimientos, no en vano la presencia de los ingenios azucareros desde los tiempos del Marquesado del Valle de Oaxaca dio paso a una impresionante bonanza económica e industrial pero también a excesos, abusos, vejaciones, crueles condiciones de trabajo y a las ancestrales disputas por tierras y aguas entre terratenientes y pobladores.
Aquí es donde surge la figura del español Pio Bermejillo e Ibarra, natural de Balmaseda en Vizcaya donde nació el 11 de julio de 1820. Bermejillo llegó a México a “hacer la América” alrededor de 1850 convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del siglo XIX mexicano y destacando como comerciante, banquero, textilero y hacendado con intereses y propiedades a lo largo y ancho del país. En 1853 compró a Anacleto Polidura por $340,359.00 pesos las prosperas haciendas azucareras de Dolores, San Vicente Zacualpan (hoy Emiliano Zapata) y Chiconcuac.
Bermejillo con su talante empresarial convirtió sus campos y fábricas azucareras en minas de oro, pero en contrapartida enfrentó estallidos sociales aderezados por las añejas disputas y el hondo resentimiento de las comunidades hacia los hacendados, particularmente los españoles. No en vano ya se habían dado quemas de cañaverales, sabotaje a los ingenios y asesinatos aislados de hispanos. La región pronto se vio asolada por partidas donde era difícil distinguir a los bandoleros de los luchadores sociales, un claro ejemplo de los bandoleros romantizados lo encontramos en la novela “El Zarco” de Altamirano. Los hacendados tampoco se quedaron de brazos cruzados y el propio Bermejillo lideró a sus guardias blancas al atacar un campamento rebelde en el paraje de “Hornos” donde les hizo una cantidad considerable de muertos, hecho que azuzó la animadversión local en su contra.
En agosto de 1855, Juan N. Álvarez triunfó en la Revolución de Ayutla, desterrando definitivamente a Santa Anna, entre octubre y diciembre de ese año fue presidente de la república en Cuernavaca. Álvarez, quien luchó bajo las ordenes de Morelos y Guerrero, fue no solo el hombre fuerte del sur sino un hispanofóbico declarado, muchos incluso sostienen que fue el autor intelectual de la masacre de diciembre de 1856, lo cual siempre negó, publicando incluso un manifiesto en su defensa.
La llegada de Álvarez al poder recrudeció el ánimo contra los hacendados, los cuales siempre apoyaron a Santa Anna y motivó a las comunidades a endurecer las acciones en contra de estos, y es aquí cuando a fines de 1856 una partida de locales decide atacar las haciendas de Bermejillo, ocurriendo la sonada masacre de los días 17 y 18 de diciembre de ese año.
La partida primero apresó a Víctor Allende, empleado de Bermejillo y quien concurrió al ataque al campamento en Hornos, lo asesinaron en la hacienda de Dolores, de ahí se dirigieron a la hacienda de San Vicente y coludidos con Mariano Marcelo, portero de la hacienda, ingresaron y ultimaron a Juan Bermejillo adolescente y sobrino de Pio, el portero señaló a los asesinos el sitio donde se escondieron el resto de los europeos, también privaron de la vida a Nicolás Bermejillo, hermano de Pio y a León Aguirre e Ignacio Tejera, se salvaron Santiago Desmasses por ser francés y José Laburo empleado de la cercana hacienda de Atlacomulco y que era de los descendientes de Cortés, Laburo se hizo pasar por francés y herido pudo huir. Los atacantes saquearon y vandalizaron las haciendas, el escandalo fue mayúsculo, los españoles restantes se refugiaron en Cuernavaca y la Ciudad de México, España rompió entonces relaciones diplomáticas con México.
La presión internacional fue tal, que el gobierno mexicano en época de Comonfort apresó y ejecutó a garrote vil en septiembre de 1858 a cinco de los atacantes y condenó a prisión a dos involucrados más. Justo un año después en Paris, se firmó el Tratado Mon-Almonte que restableció las relaciones diplomáticas hispano-mexicanas y donde expresamente se reconoció el castigo a los culpables de San Vicente y Chiconcuac, así como una indemnización a Bermejillo.
Bermejillo continúo haciendo fortuna a pesar de los años convulsos de la Gran Década Nacional, todavía en 1872 dio un crédito a Sebastián Lerdo de Tejada para combatir la rebelión de La Noria. En 1876 mandó erigir en el atrio de la Parroquia de la Asunción en Cuernavaca, hoy catedral, un monumento a los asesinados en 1856 en San Vicente y Chiconcuac, la columna “mocha” que lo corona, representa las vidas truncadas en la masacre.
Bermejillo regresó a España donde todavía fue Diputado y Consejero del Banco de España, murió en Madrid en 1883, sus descendientes gozaron de una enorme prosperidad y bonanza, su figura ha estado desde entonces asociada no solo a una de las fortunas más grandes del México decimonónico sino a su vez, a uno de los acontecimientos más graves en las relaciones México-España después de 1821.