Por Mouris Salloum George
Los precandidatos hacia la sucesión presidencial, 2024 en México, están incontenibles en sus precampañas. Los impulsan poderosos intereses de todo tipo, nacionales y transnacionales. Se juegan su futuro en medio de una complicada polarización doméstica y de la disputa de las potencias por la hegemonía global, en la que nuestro país está dejando pasar oportunidades estratégicas.
Lo que salta a la vista es que ninguno de los precandidatos (as) ni sus correspondientes partidos han mostrado un mínimo de autocrítica respecto de su desempeño lejano y reciente.
Tanto unos como otros se acusan de haberles fallado a los mexicanos. En el colmo de la ingenuidad o el cinismo buscan la aprobación de los electores, presentándose como la mejor opción y como si tuvieran las manos y la cara bien limpias.
Es dicho por la gran mayoría de votantes que ninguno de los partidos ni sus gobernantes han dejado al país un balance satisfactorio.
Las opiniones están contaminadas por filias y fobias ideológicas o por conveniencias de algún tipo, antes que guiadas por la objetividad. No obstante, la realidad de los hechos está ahí para quienes la quieran ver.
Desde antes de este gobierno, México ha retrocedido en casi todos los indicadores de desarrollo y buen gobierno, conforme a las mediciones de organismos internacionales; y la tendencia continúa.
Las estadísticas y los gráficos muestran la pobreza de los “avances”, aun cuando no pocas de ellas -realizadas por los organismos gubernamentales- hayan sido impúdicamente maquilladas a lo largo del tiempo.
En el periodo neoliberal se esforzaron por mostrar indicadores de desempleo y pobreza muy bajos. Lo mismo en el caso de la inflación y la corrupción. Sin el mayor recato, los funcionarios contabilizaban al gusto del mandatario en turno.
Hoy, poco o nada ha cambiado al respecto.
Cuando algunos funcionarios han querido ajustarse a la realidad y a los nuevos tiempos, por convicción profesional o por inclinaciones políticas -desafiando al mandamás del sexenio-, con la autoridad de la que se siente investido, éste desmiente los números y los acomoda a conveniencia. De ahí, la ya famosa expresión: “Yo tengo otros datos”.
Mientras tanto, una buena dosis de autocrítica por parte de los precandidatos sería saludable para todos y un aliciente para los cautivos electores.