Armando Ríos Ruiz
Si algo puede definir con exactitud la rudeza del Presidente de México, es haber calificado a la Universidad de “derechizarse” y de no ser adversa a los neoliberales. Postura por demás absurda e innoble. Si alguien dudaba de su condición de negada observación, de demora mental y hasta de rezago en buena medida; de incultura, de excelencia para el pleito y de otros adjetivos que le acomodan como traje a la medida, es haber vertido tales conceptos.
¿Cómo es que llegó a la máxima casa de estudios y después de algunos años, cuando se encuentra convertido en el máximo mandatario de México, ha sido capaz de verter semejantes calificativos de la institución académica que, a pesar de su pobreza como estudiante, de su estancia en ese lugar de máximo aprendizaje durante 14 años, le reconoció, con todo y su pésimo desempeño como estudiante, un título?
Sólo un ingrato. Sólo una persona con percepciones diferentes a las normales (Obviamente, no me refiero a percepciones superiores. Al contrario) es capaz de no reconocer, de no apreciar, de no interpretar o concebir lo que es una universidad. Universidad es universalidad. De personas con diferentes formas de ser, de pensar de conducirse, de percibir, de elegir, de preferir. De cátedras, de materias, de carreras, de preferencias, de ideologías.
Un abogado no piensa como un ingeniero. Ni éste como un médico. Ni éste como un contador. Ni éste como un matemático. No puede, por lo tanto, exigir que la universidad produzca profesionales que piensen de manera robótica como él quisiera. En ella se prohíjan personas que convergen con sus ideas. Con ideas totalmente adversas. Con quienes no tienen ningún interés en ninguna de las dos inclinaciones. Con formas de pensar muy particulares. Etc.
Hasta hoy, seguramente es el más grande desatino cometido por una mente que aporta poco. Por eso, su insistencia en confrontar a los mexicanos. Es fácil. Mantiene a sus creyentes con el pensamiento fijo en él, porque son iguales. Con escasa materia luminosa. Con la expectación inmarcesible en superar su mala condición gracias a la confianza en un ser que sólo ofrece esperanza basada en la oferta mentirosa: el paraíso inexistente.
Una universidad como la Autónoma de México, que es la más importante del país, aglutina estudiantes de procedencia incierta. Por lo tanto, de toda la gama y hasta más, de las referidas en párrafos anteriores. Decir que se derechizó y exponer dedicatorias que se refieren al neoliberalismo, es exhibir un extravío. Un alejamiento de la realidad. Emplea el término de tal manera, que señala, a lo mejor sin saberlo, que desconoce por completo su significado.
Pero le ha dado buenos resultados. Sus fieles creen que, diga lo que diga, es el ángel enviado de Dios para redimirlos. El que los convertirá en los nuevos amos de México, porque las riquezas acumuladas por otros, serán arrebatadas y entregadas a ellos. Los hay tan ilusos y sometidos, que se atreven a decir con molestia exagerada: “¡no tiene cola que le pisen!”
¿Qué esperaba de la universidad? ¿Encontrar sólo a veneradores suyos que le rindan pleitesía? ¡No quiere eso únicamente de la máxima casa de estudios! ¡También de todos los mexicanos¡ Sus planteles fabrican mentes que pueden actuar por sí solas. Sin que nadie les señale el camino.
Una frase que debería ser inscrita en todas las universidades del mundo, por la enorme verdad filosófica que encierra, es la que fue labrada en piedra en la Universidad de Salamanca en latín y que muchos atribuyen a Miguel de Unamuno, su rector a principios del siglo pasado: “Quod natura non dat, Salmantica non praestat”. No es difícil deducir que lo que quiere decir es que lo que la naturaleza no da, la universidad de Salamanca no lo presta.
Quien es capaz de descalificar a la Universidad, denuncia que lo que la naturaleza no le dio, lo ganó porque en México había 30 millones (de 130) que creyeron en él. Ya menos, pero aún están allí para defenderlo con frenesí.
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