Javier Peñalosa Castro
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, investido del poder cuasi omnímodo que le confieren la mayoría en las dos cámaras del Congreso y la preeminencia de los conservadores en la Suprema Corte, en México, más allá de las lamentaciones de casi todos los sectores —salvo los que anticiparon y aun contribuyeron al triunfo del impresentable palurdo—, la baraja de posibilidades para la sucesión presidencial de 2018 tuvo algunas modificaciones.
Por ejemplo, ya se menciona la resurrección del delfín de Peña, Luis Videgaray, luego de su abrupta defenestración provocada por alentar la visita de Trump, en plena campaña, en contra de los más elementales principios de la diplomacia mexicana, y específicamente de los de no intervención ni injerencia en los asuntos internos de otras naciones, como a todas luces son los procesos electorales.
Para que la resurrección fuera completa, Videgaray debería llegar a una secretaría importante, y no a la embajada de México en Estados Unidos, como se rumora, por más relevante que resulte tal posición. Ello, por supuesto, implicaría una serie de reacomodos que perfilarían a los eventuales aspirantes priistas a un cada vez más improbable triunfo.
Junto con Videgaray, seguirán en la carrera el sempiterno suspirante, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio, El Niño Nuño (¿Alguien sabe debajo de qué pupitre está escondido?), el comodín preferido, José Antonio Meade, y la sobrina de Carlos y Raúl Salinas de Gortari.
En el PAN, Margarita La Calderona Zavala, quien a últimas fechas había encarnado un remedo de Hillary Clinton, y su mínimo consorte han dado rienda suelta al fuego amigo para frenar a quien pretende ser el primer presidente de México con residencia en Estados Unidos (Ricardo Anaya), y a la difusión de encuestas amañadas para tratar de posicionarla como la preferida por los electores para suceder a Peña.
La mujer de Calderón parece haber perdido la escasa fuerza real que le había conferido el calculado “espejeo” con la ex candidata del Partido Demócrata. Sin embargo, si algo tiene el pequeño ex comandante en jefe de las fuerzas armadas es una necedad a toda prueba, como lo demostró la sangrienta campaña que libró el País, supuestamente para terminar con el crimen organizado, y que empeoró sensiblemente la violencia.
Mientras Calderón le da hasta con la cubeta al imberbe Anaya, quien avanza posiciones es el ex priista Rafael Moreno Valle, cuyos estrategas han orquestado una campaña de aparente baja intensidad, a través de anuncios espectaculares de la más amplia exposición, mediante los cuales se busca posicionar a este siniestro personaje en la mente de los eventuales electores.
En el PRD, la única carta visible es Miguel Ángel Mancera. Falta ver si acepta una eventual candidatura al amparo de los despojos de este partido que dejó el siniestro grupo de
Los Chuchos, si de plano apuestan por un candidato impopular como Graco Ramírez, que tiene tanta ambición por el poder como incapacidad para encabezar un gobierno honrado y eficiente o si se logra el milagro de que la izquierda se unifique para postular a un solo candidato. Es este caso, la aritmética dice que triunfaría, pero en política dos y dos no siempre son cuatro.
También habría que considerar —no es broma, sino cálculo objetivo— una eventual alianza con el PAN, como las que tan buenas prerrogativa$ reportó al PRD en los recientes comicios para renovar gubernaturas.
En Morena, López Obrador sigue firme y a la defensiva de las campañas que priistas, panistas y eventualmente perredistas habrán de enderezar en su contra y que crecerán en la medida que se acerquen los comicios del 2018. Nadie hay dentro de la organización que, en forma abierta o velada, intente disputarle la nominación.
¿Influirán los escándalos de corrupción en la intención de voto?
Mientras tanto, el PAN sacrificó a uno de sus ex gobernadores, Guillermo Padrés, a cambio de un trato considerado por parte del desacreditado, corrupto e ineficiente aparato de justicia, y con la intención de lavarse la cara rumbo al 2018, algo que parece muy difícil, dada la larga y sucia cola de quienes actualmente aspiran a la candidatura presidencial por ese partido.
Baste recordar el saqueo impune a las arcas de la Nación que hicieron los Calderón al amparo de los llamados festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, así como las obras faraónicas que tan buenos dividendos redituaron a Moreno Valle, así como el endeudamiento criminal al que sometió a Puebla, por no hablar del “estilo de vida” de Anaya, tan distante de la honrosa medianía que proclamaba Juárez.
El PRI celebra la entrega de Padrés, pero nada dice sobre la caterva de gobernadores y exgobernadores ladrones a los que sigue solapando. Tampoco hay señal alguna de presión para que se capture y castigue al pillo más buscado (al menos en la imaginación de quien lo declara), el gobernador con licencia Javier Duarte de Ochoa, ni de que se atenderán los reclamos de las instituciones y municipios saqueados por este émulo de Idi Amín.
En tanto, los impulsores de las campañas negras seguirán al acecho d Andrés Manuel López Obrador con nimiedades de procedimiento, como si se apegó o no a la letra chiquita de la normatividad el legado de un modesto departamento a sus hijos.