Rodolfo Villarreal Ríos *
Por estos días, hace noventa y cuatro años, se vivía la resaca que había dejado una reyerta inútil a quien algunos pomposamente llaman revolución y la apellidan cristera.
El fin de esa reyerta se había dado el 21 de junio de 1929. Afirmamos que se trató de una reyerta porque una revolución genera un cambio drástico, cualquiera que este sea, y en el caso del conflicto que duro tres años, no hubo tal cosa. No se dio paso a una forma de gobierno distinta; las relaciones entre el Estado Mexicano y la Iglesia Católica continuaron desarrollándose conforme a lo establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada, en 1917, por el Estadista Venustiano Carranza Garza.
Lo único que cambio fue la existencia de cien mil o quien sabe cuántos mexicanos más quienes perdieron la vida en medio de una trifulca en donde la razón se fue de paseo y los contendientes optaron por dejar que su lado salvaje prevaleciera al tratar de exterminar al otro simplemente porque no compartía su perspectiva acerca de los asuntos inmanentes.
Si bien, la narrativa, controlada por los católicos, tiende a pintar al gobierno mexicano encabezado por el Estadista Plutarco Elías Calles Campuzano como el ogro responsable de que se diera la revuelta Para nosotros, sin embargo, sin dejar de reconocer que el Estadista cometió errores, quienes soliviantaron los ánimos fueron los miembros de la curia católica quienes tenían la encomienda del CEO de la trasnacional más antigua de no dejar que el Estado Mexicano Moderno se consolidara. Demos un repaso breve para ver como se inició la gresca y luego pasaremos a revisar la forma en que concluyó.
Al momento en que el Estadista Elías Calles decidió poner en efecto las disposiciones constitucionales relacionadas con las actividades de la curia católica, esta reaccionó oponiéndose.
Estamos de acuerdo en que les asistía la razón en cuanto que era un exceso eso de que las autoridades determinaran el número de sacerdotes por localidad, pero lo de que deberían de registrarse nada tenía de extraordinario, eso no era lo que le preocupaba a la clerecía que seguía añorando los tiempos idos previos a LA REFORMA y los días de la tolerancia porfirista. La verdadera razón de su enojo era que se les privaba de poseer bienes raíces, no se les reconociera personalidad jurídica, no se les permitiría participar en política y que su actividad la realizaran dentro de los templos.
Desde nuestra perspectiva, para esos tiempos, las medidas eran correctas. Trescientos años de prevalencia católica, en todos los sentidos, nada bueno habían dejado y el país no podía entrar en un proceso de modernización cargando el fardo arrastrado a lo largo de tres centurias, cada entidad debería de dedicarse a lo suyo. Sin embargo, Ambrogio Damiano Achille Ratti, el papa Pío XI, no lo consideraba de esa manera, era necesario retrasar el reloj de la historia en México.
Tras de que, desde agosto de 1926, se dieran una serie de acciones como un boicot económico y la curia ordenara cerrar los templos, culpando de ello al Estado Mexicano, además de que se presentaran varios hechos de armas, el 18 de noviembre de 1926, el ciudadano Ratti promulgó la encíclica Iniquis afflictisque mediante la cual felicitaba a los católicos por ir a defender bravamente sus creencias.
Aquí cabe apuntar que apenas recientemente los expertos en el tema han aceptado que en dicho documento se autorizaba a los católicos para ir a pelear, algo que nosotros hemos sostenido desde hace más de tres lustros. Retomemos la narrativa, a principios de diciembre de 1926, los miembros de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa fueron a solicitar la autorización de los obispos mexicano para irse, ahora si sin tapujos, a tomar las armas en contra del Estado Mexicano.
Les dijeron que no podían tácitamente aceptar darles la aprobación pero que contaran con capellanes que auxiliaran espiritualmente a los combatientes católicos.
Con esa bendición empezó la reyerta. Cuando, en octubre de 1927, Dwight Whitney Morrow llega como embajador de los EUA en México, nadie se imaginó que entre sus asuntos a resolver traía el del conflicto religioso. A principios de abril de 1928, logró que un sacerdote católico de luces intelectuales muy amplias, el paulista John J. Burke, se reuniera con el Estadista Elías Calles durante cuatro horas para discutir el tema de la reyerta y tratar de encontrar una solución que la concluyera.
Como sucede siempre que dos personas inteligentes y pragmáticas se reúnen, se dieron muchas coincidencias y se bosquejó una posible salida. Al mes siguiente, se trajeron a los lideres de los obispos mexicanos quienes se reunieron con las autoridades mexicanas y el embajador Morrow. El resultado fue más que satisfactorio y hubo una propuesta de solución la cual requería la aprobación del CEO Ratti a quien se le envió por vía telegráfica.
Sin embargo, Ambrogio andaba más preocupado por que no se le fuera a molestar su niño mimado del momento, ese ejemplo de “bondad” que era el Duce italiano Mussolini, con quien negociaba la creación del Estado Vaticano. Aunado a ello, prestaba oídos a lo más reaccionario de la curia católica mexicana para quienes la única solución era el todo o nada.
O tal vez sería porque consideró que aún no se cubría la cuota de sangre. Cualquiera que haya sido el motivo, no aceptó que se terminara el conflicto que duraría un año y un mes más, incorporando en esa cuota de sangre la del presidente electo Álvaro Obregón Salido asesinado por un fanático católico, José de León Toral, quien utilizó un arma bendecida previamente por un sacerdote de nombre José Jiménez.
Y así, tras de que, en febrero de 1929, se firmara el Tratado de Letrán, Ambrogio Damiano Achille Ratti decidió voltear a México. Como le incomodó que Burke hubiera tenido la solución a la reyerta inútil sin consultarlo, Ratti decidió nombrar a un jesuita quien era el vicerrector de Georgetown University y, en 1951, se convirtiera en el padre intelectual del Macartismo, Edmund Aloysius Walsh, como el negociador principal acompañado por el diplomático chileno, Miguel Cruchaga Tocornal.
Ambos llegaron a México tratando de imponer una versión de solución al conflicto, pero el embajador Morrow y el presidente Emilio Portes Gil les pararon el alto, la propuesta elaborada por Elías Calles-Morrow y Burke seguía vigente. Mandaron traer a los lideres de los obispos mexicanos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Diaz Barreto para formalizar el fin del conflicto.
La mañana del viernes 21 de junio, los diarios de México reproducían una nota de “L’Osservatore Romano en la cual se aseguraba que no habría arreglo al conflicto religioso, calificando de prematuras las noticias al respecto. Asimismo, en círculos mexicanos, se especulaba que el problema concluiría a finales del mes.
En la realidad, sin embargo, las cosas eran distintas. Los actores-negociadores no se detuvieron y ese día el presidente Portes Gil firmaría una hoja de papel blanca, sin sello oficial, lo que se conocería como el Modus Vivendi, en el cual textualmente se leía: “(1) Que el artículo de la ley que determina el registro de ministros no significa que el gobierno pueda registrar aquellos que no han sido nombrados por el superior jerárquico del credo religioso, respectivo, o de conforme a las reglas de su propio credo; (2) En lo que respecta a la enseñanza religiosa, la Constitución y las leyes vigentes prohíben de manera terminante que se imparta en las escuelas primarias o superiores, ya sean públicas o privadas.
Pero esto no impide que, en el recinto de la iglesia, los ministros de cualquier religión impartan sus doctrinas a los mayores o a los hijos de estos que acudan para tal objeto; y (3) Que tanto Constitución como las leyes del país garantizan a todo habitante de la República el derecho de petición y en esa virtud, los miembros de cualquier iglesia pueden dirigirse a las autoridades que corresponda para solicitar la enmienda, derogación o expedición de cualquier ley.”
Respecto al contenido de ese documento, recordamos que, el dia que defendíamos nuestra disertación doctoral, nuestra profesora de historia de América Latina, Joann Pavilack, nos comentó: “pero esto no cambio en nada las leyes, todo continuó igual.”
Nuestra respuesta fue de coincidencia plena y a partir de ahí calificamos el evento como la reyerta inútil y dejamos de nombrarla pomposamente, como lo hacen otros, la Revolución Cristera.
Pero en 1929, nadie la llamaba así, era simplemente el conflicto religioso. Los católicos enfatizaban que el 21 de junio era el dia de San Luis Gonzaga Tana aquel jesuita a quien, en 1726, Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, el antipapa Benedicto XIII, nombrara patrón de la juventud y fuera canonizado, en 1926, por Pio XI. Como se puede apreciar las huellas de los jesuitas aparecían por todos lados. El francés Bernard Bergoen fue la mente maestra que ideó la reyerta inútil, Walsh aparecía como el negociador final y la conclusión se daba el dia de Gonzaga.
Pero en todo esto había quien buscaba a toda costa aparecer como alma pura y cándida, el ciudadano Ratti. Primero alentó a los católicos a que fueran a enfrentarse con quienes no compartieran su versión religiosa, a la vez que autorizaba capellanes para que proporcionaran auxilio espiritual a los combatientes católicos. Postergó un año la conclusión de la reyerta porque estaba muy ocupado en otras cosas mas productivas que ver matarse entre si a los mexicanos. Y, entonces en, junio de 1929, mientras las campanas de las iglesias repicaban, enviaba un mensaje de felicitación a los católicos mexicanos por haber dado fin a la reyerta.
En esa misma fecha, el presidente Portes Gil confirmaba que el arreglo era el mismo que pudo haberse firmado en mayo de 1928, cuanta sangre derramada pudo haberse ahorrado si Ratti hubiera actuado como un humanista. Para el 22, se anunciaba que el obispo Diaz Y Barreto sería el nuevo arzobispo de México. Al dia siguiente, era comentado acerca de la forma en que se abrirían los templos y como allá en Jalisco había quienes no terminaban de convencerse de que aquello concluyó.
Asimismo, se anunciaba que el obispo Ruiz y Flores habría de oficiar el primer servicio religioso tras de la firma del acuerdo, en la Iglesia de la Sagrada Familia en la Ciudad de México. Quien no encontraba la forma de apaciguar su conciencia era Ambrogio Damiano Achille quien enviaba “una azucena de oro conteniendo reliquias de Teresita del Niño Jesús para que fueran entregadas al nuevo arzobispo Diaz y este decidiera en donde colocarlas en la catedral metropolitana,” vaya usted a saber cuantas lavadas de manos llevaba, sin éxito, el ciudadano Ratti.
El 25, Ruiz y Flores en calidad de delegado apostólico emitía un comunicado en el cual daba las gracias al presidente Portes Gil, mencionaba que Pío XI estaba de acuerdo con lo estipulado en el acuerdo, los sacerdotes con convicción y disciplina se acogían a los términos de lo establecidos, solicitaba que nadie tachara a la iglesia católica de inmiscuirse en política, la iglesia no buscaba ni quitar, ni poner gobiernos y todos los sacerdotes actuarían conforme a la ley.
Cuando leíamos eso de que la curia no tomaría parte en política, se nos vino a la mente la imagen del presidente Manuel del Refugio González Flores hurgando en los cajones del escritorio cuando José de la Cruz Porfirio Díaz Mori le decía que no buscaría la reelección. Tras de que el jueves 26 recibieran la basílica y otras iglesias, el fin de semana, se reanudaron los servicios y todo era fiesta entre los católicos.
Mientras que los sacerdotes continuaban retornando del exilio, al igual que los deportados a las Islas Marías, no todos los rebeldes terminaban de convencerse de que aquello finalizó. El presbítero Aristeo Pedroza continuaba empeñado en que aquello debería de acabarse a balazos.
Sin embargo, para su mala suerte, el 2 de julio al enfrentarse al Ejercito Mexicano, fue herido y hecho prisionero. Siendo sometido a un Consejo de Guerra Extraordinario, al dia siguiente fue pasado por las armas, la derrama inútil de sangre parecía no terminar.
En ese mismo tenor de inconformidad, se expresaban algunos miembros de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa. Uno de ellos era Miguel Palomar y Vizcarra quien consideró siempre el Modus Vivendi como una traición, algo que, de manera fortuita, nos confirmó uno de sus nietos no hace muchos años.
Esto ha sido un relato breve que seguramente usted, lector amable, que nos favorece con seguirnos semana a semana podrá decirnos que ya lo hemos abordado, pero nunca estará de más dar un recuento de vez en vez.
Todo pudo haberse evitado de no haber existido las apetencias de poder de quienes estaban empeñados en que el Estado Mexicano Moderno no se consolidara, prefirieron enfrascarse en una lucha que ahora llaman, pomposamente, revolución cuando no fue sino una reyerta sangrienta.
vimarisch53@hotmail.com Añadido (23. 27.127) Nuevamente, empiezan a alucinarse por las bravuconadas como si se tratara de un asunto a dos o tres caídas, sin límite de tiempo.
Es por demás, las personas con mayor preparación profesional y capacidad intelectual no tienen cabida, lo que vende es ofertar espejitos acompasados por gritos destemplados. Eso sí, después a lamentarse y decir que fueron engañados. El método que emplean es similar al utilizado en 1999-2000 y en 2017-2018 cuyos resultados, después de que la alharaca finalizó, puede sintetizarse en una sola palabra: fracaso.
¿Habrá quien nos desmienta?
* Historiador