Francisco Rodríguez
No está en chirona por venganza política. Tampoco porque el juzgador sea sobrino de una influyente legisladora cuyo esposo fuese víctima de un complot en el que ella tuvo participación directa. Está presa por corrupta y… porque cada vez que abre la boca se hunde más y más.
Impetuosa y prepotente, aún ahora en la desgracia carcelaria, Rosario Robles Berlanga necesita con urgencia un abogado que la mantenga en silencio y, mejor todavía, que sí la sepa defender.
Está acusada por el delito de “ejercicio Indebido del servicio público” relacionado con omisiones tanto desde la Secretaria de Desarrollo Social, como desde la Secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, del gobierno federal.
El tipo de delito, contenido en el artículo 214 del Código Penal Federal expresa que “Comete el delito de ejercicio ilícito de servicio público, el servidor público que: III.-Teniendo conocimiento por razón de su empleo, cargo o comisión de que pueden resultar gravemente afectados el patrimonio o los intereses de alguna dependencia o entidad de la administración pública federal…”
“…por cualquier acto u omisión y no informe por escrito a su superior jerárquico o lo evite si está dentro de sus facultades.”
De aquí se desprenden pues dos posibilidades de omisión: 1) no informar por escrito al superior jerárquico, o 2) no evitar la afectación.
Es, pues, un delito de comisión por omisión.
Y reiteradamente ha dicho que ella sí avisó, incluso que –como se publicó aquí en un par de Balconeando anteriores–públicamente inodó a Enrique Peña Nieto.
“De todo está enterado el Presidente”: RR
Hubo un agarrón, en efecto, que se dio poco después del relevo de Rosario Robles de la Secretaría de Desarrollo Social, durante una reunión de gabinete en Los Pinos. En la cabecera de la mesa, Enrique Peña Nieto.
Para esto, en los medios ya se había publicitado que Robles “se había llevado hasta los muebles” de la oficina a la que llegó, en su sustitución, José Antonio Meade.
Y en radio-pasillo sonaba fuerte el éxito, “ella y su oficial mayor, Emilio Zebadúa, hicieron todo tipo de corruptelas y se robaron hasta los clips”.
Muy echada pa’ delante, Robles encaró a Meade en aquella reunión de gabinete:
— Lo que tengas que decir de mí, José Antonio, dímelo en mi cara, porque ya sé que andas soltando rumores sobre faltantes de recursos y…
A lo que, palabras más o menos, Meade habría respondido sin la energía que sí había impreso a su reclamo la que ya era titular de Desarrollo Territorial y Urbano:
— Encontramos muchas inconsistencias, muchos problemas…
— Nada de lo que encontraste ahí es desconocido para el señor Presidente –atajó Rosario.
A lo que Peña sólo asintió sonriendo.
Y con ello, Robles lo hizo su cómplice en los faltantes de recursos, en los desvíos, en los robos de dinero… y, de hecho, Peña ni cuenta se dio.
Rosario, pues, sí avisó –como reiteran a cada rato ella y sus abogados–, pero al parecer no lo hizo por escrito y, ¡peor todavía!, se pasaron por el arco del triunfo todos los documentos que sobre las irregularidades les hacía llegar la Auditoría Superior de la Federación.
Entre más se mueve, más…
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