Por Aurelio Contreras Moreno
No son gratuitos los rumores sobre una inminente salida de Javier Duarte de Ochoa del gobierno de Veracruz.
Nunca en la historia moderna del estado un gobernador había llegado a la etapa de su propia sucesión con el nivel de desgaste del que todavía habita Casa Veracruz.
Al declive natural de un gobernante que entra en la fase de entrega del poder, y que en los rituales priistas comienza al darse a conocer a quien se suponga sea su sucesor, se suma el desprestigio de más de cinco años de una administración terrible, la peor de todas de las que se tenga memoria reciente en la entidad.
El informe de la Auditoría Superior de la Federación sobre la revisión de la Cuenta Pública 2014, de la que se desprende que en total el gobierno de Javier Duarte de Ochoa arrastra desde 2011 irregularidades sin solventación por más de 35 mil millones de pesos, fue la gota que derramó el vaso del desastre que ha significado este sexenio y que arreció las críticas contra un gobernante acorralado, al que sus antiguos aliados, como las ratas, abandonaron antes de que se termine de hundir un barco que hace agua por todos lados.
Inevitablemente, todo esto ha afectado severamente al precandidato del PRI a la gubernatura, Héctor Yunes Landa, sobre quien se cargan todos los negativos de la administración de Duarte de Ochoa -corrupción, violencia, ataques a la libertad de expresión, represión-, mientras que su principal contendiente, el aspirante de la alianza PAN-PRD, Miguel Ángel Yunes Linares, se ha dado un festín capitalizando para su causa todo el enorme descontento que existe entre la población de todas las regiones del estado.
Es tan evidente que las preferencias no lo favorecen, que Yunes Landa tuvo que romper lanzas con Javier Duarte y afirmar, en entrevista con el periodista Joaquín López Dóriga y a través de su cuenta de Twitter, que “a quien tenga que meter a la cárcel, incluyendo al gobernador, lo haré”.
Desde que fue definido desde el Altiplano como el candidato priista, señalamos en este espacio que si quería ganar, Héctor Yunes tendría que deslindarse de Duarte, Fidel Herrera y todo lo que representan. Ha tomado la decisión de hacerlo casi un mes después y podría ser demasiado tarde.
Javier Duarte representa un lastre pesadísimo para el PRI en Veracruz, al grado de que este martes 23 el dirigente nacional de ese partido, Manlio Fabio Beltrones, declaró en Villahermosa que el gobernador veracruzano “deberá de estar presentando, obviamente, cuentas concretas y verdaderas a los veracruzanos. Al PRI nos ocupa mucho cualquier señalamiento que se pueda hacer de bueno o mal gobierno y actuamos en consecuencia. En lo bueno, insistimos, y en lo malo, lo sancionamos”.
En el lenguaje de los priistas, y más si quien lo dice es alguien con el “colmillo” de Beltrones, eso equivale a una sentencia, que el líder priista reafirmó al final de la misma entrevista, cuando le preguntaron “¿ustedes van a seguir respaldando a Javier Duarte?”, a lo que respondió, tajante: “nosotros estamos respaldando a Héctor Yunes como candidato”.
A pesar de las señales que le mandan, Javier Duarte se resiste a dejar el cargo y se aferra con uñas y dientes a una gubernatura que ya no vale nada, aún a costa de llevar a su partido a una derrota en 2016 que comprometería la propia sucesión presidencial de 2018.
Pero así se mantenga en el cargo hasta noviembre, lo obliguen a pedir licencia o dejen pasar las solicitudes de juicio político en su contra que están en trámite en el Congreso de la Unión, la suerte de Javier Duarte está echada. Es un cadáver político que sólo prolonga su agonía. Y con la de él, la del estado de Veracruz.
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