RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Invocar el noveno mes del año es traer a la mente sucesos de todos calibres para el quehacer nacional. Es acordarnos que, durante él, se suscitaron la iniciación y la consumación de la independencia, el 16 en 1810 y el 27 en 1821. Es, también, un mes de fechas trágicas para la nación marcadas con el número 19 por partida doble en 1985 y 2017.
A ellas, se agrega en el entorno internacional, el día 8 de 1972 cuando un grupo de terroristas palestinos asesinó a once deportistas israelitas quienes participaban en los Juegos Olímpicos de Múnich. Imposible de no recordar el día 11 en 2001, fecha del ataque a las Torres Gemelas, mismo que si bien aconteció fuera de nuestras fronteras sus efectos nos alcanzaron a todos en el orbe.
Sin olvidar que, en un día como ese, en 1973, se consumó el golpe de estado en Chile en donde murió un personaje que, aun cuando no compartiéramos su filosofía política, era digno de admiración. Y, ahora, en el ámbito doméstico, la madrugada de ese día 11, en 2024, 86 perjuros hincaron la estocada mortal al sistema judicial mexicano y a la democracia incipiente que prevalecía.
Sin embargo, en ese ramillete de desgracias nada podrá igualar la ocurrida entre el 12 y el 15 de septiembre de 1847, incluida la batalla de Chapultepec el día 13, cuando las fuerzas estadounidenses terminaron plantando su bandera en la asta del Palacio Nacional y a partir de ahí daría inicio el proceso final para que la mitad del territorio fuera “vendido”, por quince millones de dólares, a los EUA. Alrededor de acontecimientos previos y posteriores a la ocupación de la Ciudad de México abordaremos en esta colaboración y en la siguiente.
Es de sobra conocido que conforme avanzaba el tiempo, la inferioridad militar del ejercito mexicano era cada vez más evidente. No era solamente la carencia de recursos y la imposibilidad de contar con ellos, sino las traiciones que cometían quienes, siempre, han estado presentes en el momento de las desgracias nacionales, los miembros de la curia católica.
En esa ocasión, a cambio de una buena cantidad de monedas promovieron la llamada reyerta de los polkos y cuando los dineros se habían agotado, eso decían, demandaron al agente confidencial estadunidense, Moses Y. Beach, les entregara 40 mil dólares adicionales “porque la empresa bien los valía”.
Antes de eso, la clerecía, ya le había negado apoyo pecuniario a López De Santa Anna y Pérez De Lebrón. El apremio era tal que éste no encontraba como frenar la invasión y, en abril de 1847, tuvo una idea “genial”. Desde el cuartel general en Orizaba, lanzó una proclama contenida en siete puntos dirigida a los miembros del Ejercito de los EUA.
El comunicado empezaba así: “Sépase que yo, Antonio López de Santa Anna, presidente de los Estados Unidos Mexicanos y general en jefe de sus ejércitos, he sido autorizado en debida forma para hacer las concesiones que se expresan a continuación, a todas y cada una de las personas que estando actualmente en el ejército americano, se presenten a mí o a alguno de los jefes de las fuerzas mexicanas”. El contenido de los tres puntos que a continuación reproduciremos es una muestra de que el López del Siglo XIX o andaba en otra orbita o, dadas las circunstancias del tesoro nacional, quería verles la cara de incautos a los miembros de las tropas estadounidenses, ya sabemos que él nunca cumplía sus promesas. Vayamos al texto.
“1º Cada soldado del ejército americano que se me presente, o lo haga a alguno de los jefes del ejército mexicano, recibirá inmediatamente diez pesos de dinero en efectivo si lo verificase sin armas; y una suma mayor si se presentare armado, que cubra el valor del armamento que tenga”. Esa era el guiño inicial del mercader, seguirían otros.
“2º Toda persona que se deserte del ejército americano, trayendo cien hombres, tendrá derecho a recibir, tan pronto como se presente con ellos, quinientos pesos en dinero, además de los diez a que cada soldado tiene derecho y de la suma que han de recibir si se presentaren armados”. Pero ahí no quedaba, los incitaba con algo más.
“3º El que se deserte con doscientos hombres tiene derecho a exigir mil pesos en efectivo y así sucesivamente, a razón de quinientos pesos por cada diez hombres, o al aumento proporcional si el numero fuese de menos de ciento, sin que en estas suman se incluyan los diez pesos que se conceden a cada soldado, ni el valor de las armas y municiones, lo cual se pagará precisamente por separado”. O bien López esperaba que nadie se animara a unirse o aquello era solamente una trampa para atrapar ingenuos. Las arcas del gobierno mexicano estaban exhaustas y ni siquiera había recursos para comprar los pertrechos militares, pero ya sabemos como se las gastaba el jarocho pícaro y pues total el prometer no empobrece… Pero los ofrecimientos mencionados eran nada ante lo que les ofertaría a continuación.
Al parecer el López del Siglo XIX estaba convencido de que habría de permanecer al frente del Poder Ejecutivo per secula seculorum y, por consiguiente, podía ofrecer lo que se le diera la gana pues al cabo que el país era de su propiedad. A nosotros nos suena como si lo hubiéramos percibido en otros tiempos, pero nuestra mala memoria no nos permite recordarlo. ¿Usted, lector amable se ha percatado de algo similar? Pero dejémonos de buscar similitudes intemporales y volvamos a 1847 y las ofertas de López de Santa Anna en aquella proclama en donde ya se mostraba tal cual, total que el pudor nunca fue su divisa.
“4º Todos y cada uno de los soldados que se desertándose del ejército americano que se me presenten, o lo verifiquen a alguno de los jefes del ejército mexicano, además de las gratificaciones referidas, tendrán derecho a pedir, y recibirán inmediatamente, de mi o de algunos de los jefes un documento o bono por el cual se les asegure a ellos y a sus familias o herederos la propiedad de una concesión de terreno que mida doscientos acres cuadrados y cuya repartición se verificara tan luego como termine la guerra”.
Al respecto cabe hacer algunas observaciones. Cada acre equivale a cuatro mil metros cuadrados, mas, menos, y por consiguiente la oferta era de 801 mil metros cuadrados de terreno para cada convencido de pasarse al lado mexicano. En ese contexto, se confirmaba que López De Santa Anna nada había aprendido de la experiencia texana y venía a ratificar que irremediablemente era un lotero que buscaba entregar el territorio del país a los extranjeros en una o varias exhibiciones. Eso sí, de acuerdo con el nivel del cliente, lo ofertado podía alcanzar niveles mayores.
“5º Los oficiales del ejército americano, no solo tendrán derecho al bono o documento referido, sino que el numero de acres se calculara en proporción del grado respectivo que tengan sobre los doscientos que se conceden a los soldados”. Esto en términos llanos significaba que, a mayor grado, el servicio se ampliaba. Eso sí, les prometía que los mantendría unidos.
“6º Los individuos que deserten del ejército americano y entren al servicio de México, continuaran en él durante la presente campaña y los de cada país permanecerán reunidos, si lo quisieran, bajo las órdenes inmediatas de sus propios oficiales, conservando estos los grados que tengan en el ejército americano”. Cuanta ternura despierta leer algo así, nada de que se fueran a desbalagar y les entrara el “home sick”, había que hacerlos sentir que estaban en casa y si alguien lo duda lea el último apartado de la proclama.
“7º Todas las personas que se pasaren al ejército mexicano serán consideradas, premiadas y ascendidas como si fueren mexicanos, y según los servicios que presten en la campaña presente”. El amo de la prestidigitación se ilusionaba con que todos rendidos por oferta tan generosa se iban a vestir de charros y empezar a bailar el jarabe tapatío. Si bien nadie adoptó esa vestimenta, ni danzó pieza alguna, si hubo miembros del ejercito estadunidense quienes decidieron pasarse a combatir del lado de los mexicanos.
Es de todos sabido que, acorde con la versión más conocida, los integrantes del llamado Batallón de San Patricio, integrado mayoritariamente por irlandeses, decidieron cruzar la línea y ponerse del lado mexicano debido a su condición de católicos, el mal trato que recibían de sus superiores y otros miembros de las tropas quienes profesaban el protestantismo. Aun cuando no vamos ni siquiera a insinuar que lo hayan hecho atraídos por la oferta lopista, no tenemos información dura para sustentar algo así, no podemos pasar por alto que hay quienes mencionan que el motivo real fue la posibilidad de tener una vida mejor en México. Como es ampliamente conocido, los integrantes de aquel grupo fueron capturados por sus compañeros del ayer quienes los hicieron prisioneros y debieron de enfrentar los castigos que a que se hacían acreedores en su calidad de desertores.
Sería, también, en septiembre, cuando el general Winfield Scott en control pleno de la capital de la república, decide cual sería la suerte de los integrantes del Batallón de San Patricio. Acerca de eso y otros eventos ocurridos en aquel septiembre de 1847, pleno de oscuros y escaso de claros, les comentaremos en nuestra colaboración próxima. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.35.110) ¿Hasta cuándo se entenderá que ni el color de la epidermis, ni el género son elementos que, per se, califiquen o descalifiquen a nadie? En ese contexto, es sorprendente el grado de desconocimiento que existe en México sobre la filosofía y trayectoria de la candidata del Partido Demócrata a quien alaban ¿para no caer en la incorrección política?
Añadido (24.35.111) Ya destruyó la empresa petrolera, ahora le toca realizar la demolición de los asuntos relacionados con la vivienda social.
Añadido (24.35.112) Muy conveniente sería que una de las primeras cosas que se aceptaran a partir del primero de octubre es que el país está en recesión económica, de no hacerlo a ella habrán de responsabilizarla cuando, lo que es un hecho consumado, estalle.