Dentro de las pláticas de muchos padres enseñando a sus hijos a ser hombres de bien, estaba aquella en la que decían que a los amigos no se les traiciona, preferible ser reprendido también, que traicionar a un amigo.
De ahí que durante los infantiles años escolares fuera tan odiado o repudiado aquel niño que, a la pregunta de la maestra de quién había sido el responsable de tal o cual travesura, presto se levantaba a señalar con su pequeño dedo acusador al pecador, y digo pecador, porque como en el caso del que escribe, al estudiar en escuela de monjas, el que cometieras una travesura o te involucraras en una pelea te convertía en el peor de los judas, ejemplo de oveja perdida la cual seguramente jamás regresaría al redil.
Y entonces, de golpe, como una epifanía, me di cuenta que nuestro señor presidente no es un corrupto ni un oportunista, es solo eso, un buen amigo. Un amigo que pese a las fallas, triquiñuelas, desatinos, corruptelas, abusos y demás excesos de sus amiguitos en el gobierno y empresas, se muestra firme antes las múltiples acusaciones y pruebas de tales fallos, y siendo fiel a sus amistades no hace nada para acusarlos, removerlos, confrontarlos o apresarlos.
Como buen amigo que es, calla y observa, seguramente esperando que sus amigos no sean sorprendidos o que se detengan, pero sabiendo que de no ser así, pues ahí cargará él con la lucha interna de saber que como amigo fiel es incapaz de hacerle daño a un amigo.
El problema es que son muchos sus amigos los traviesos y que las travesuras de éstos no es jalar el cabello a una niña, ni tapar los baños de la escuela o poner pica pica en la silla de la maestra, si no que sus travesuras están llevándose al país entre las patas.
De manera que, vaya un reconocimiento por ser tan buen amigo, pero ojalá fuera usted el mejor amigo de México.
Jorge A. Barrientos