Luis Farías Mackey
La alarma sísmica sonó al interior del Salón Tesorería
“La alarma, señor presidente”, se oyó y de inmediato, sin mayor aspaviento, llevaron al presidente a lugar seguro.
Aún en pasmo, los periodistas presentes empezaron a levantar el vuelo cuando una voz en alta voz les cortó las alas: “Siéntense”, dijo en tono imperativo. Repitió la dosis.
Todos se sentaron viéndose con azoro.
Por sobre el más elemental instinto de sobrevivencia, por sobre todo simulacro ejercitado y reporteado, y por encima de la vocación periodística, la obediencia. ¡El rebaño!
La alarma continuaba, con ellas las miradas y la rabia en incredulidad. Pero sentados se quedaron.
La supuesta espuma de las fuentes periodísticas en México; los que desde temprano y a lo largo del día nos inoculan la conversación cotidiana y sus acentos y sombras; los elegidos al ombligo diario de la Nación, al verbo encarnado; en el papel de Eichman, pero no en su versión de verdugo, sino de borregos. Arendt nos demostró que ambos obedecen acríticamente.
Siéntense; y se sentaron. Y que retumbe en su centro la tierra. ¡Faltaba más!
Por fortuna Palacio Nacional y Salón Tesorería sobrevivieron al sismo que no fue de peligrosa magnitud.
Pero la nota dada ni Dios la quita: quienes nos informan lo que pasa en Palacio Nacional cada mañana carecen de criterio suficiente para proteger sus vidas, decidir por sí mismos y, sí, desobedecer una orden absurda, criminal y mortal.
Si en plena alarma sísmica les gritan siéntense y se sientan; quién nos dice que no les ordenen algo más que sentarse y callar.
La verdadera nota periodística no era por qué les ordenaron sentarse, sino por qué obedecieron, porque no se rebelaron ante el peligro. Diría el clásico: “¿Por qué no te incendiaste?”
Me duele decirlo, pero han dejado de ser periodistas para ser elenco del circo.
Y no ocupamos tiempo en comentar las explicaciones del responsable de Protección Civil en Palacio Nacional; digno espécimen de 100% lealtad y 0% de cualquier otra cosa más: desde gusano a superhombre, diría Nietzsche. Quiera Dios que jamás le toque un temblor al lado de sus familiares.
Lo de ayer pinta al México de cuerpo entero: un gobierno sin cabeza, un responsable inútil y un pueblo “sentado”.
¿Me equivoco?