La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Se arrojó desde lo más alto de su ego y se ahogó en el remolino de su narcisismo
El caso de Ricardo Mejía Berdeja, es un ejemplo clásico del machismo político, que hace pensar a ciertos personajes, que ellos son el proyecto, la encarnación de la voluntad popular. Soy el fin en sí mismo, se dicen frente al espejo.
Desde luego, hay caudillos que logran este sincretismo con sectores mayoritarios de la ciudadanía, sin embargo, son casos excepcionales, además, resultado de ciertas condiciones históricas como en su momento lo fueron el cardenismo, el peronismo e, incluso, el obradorismo y el trumpismo en la actualidad.
Pero volviendo al caso de ‘el tigre’ (al auto motejarse así, es otra señal de su desorden emocional), es de pena ajena que, si desempeñaba un cargo y una cercanía envidiable con el presidente López Obrador, haya decidido dar un salto al vacío, motivado por su disociación del principio de realidad.
Al final, término dándose un frentazo con el poder de la partidocracia y cuando fue conveniente y el Tlatoani lo autorizó, quedó en la orfandad, así pues, por más que busque culpar a Mario Delgado y a Rubén Moreira de su tragedia, la soberbia (e ingenuidad) del propio Mejía, fue la que provocó su caída libre, o lo que es lo mismo, se suicidó.
Pero como toda experiencia, tiene una moraleja, el hecho, será un doloroso ejemplo para cualquiera de las ‘corcholatas’ presidenciales (y, también, las de las entidades), que no calcule bien sus movimientos sino es favorecida con el dedo del patrón. Por el bien de ellos mismos, deben experimentar en cabeza ajena, el espejito, no es buen consejero, o sea, si se es alfil, no se debe tener complejo de rey.