El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Olga Scheps (1968-), pianista ruso-alemana.
Ciudad de México, sábado 2 de enero, 2021. – “Chopin no conoció más universo que el creado por su ilusión y el deseo de revivir en su imaginación los encantos de un pasado desvanecido demasiado pronto y más seguro que él mismo, con todo y los arrebatos de un genio que supo hablar de los suyos y, de manera inmortal, de todos los sueños y todas las nostalgias de un corazón humano inmensurable”, dice Alfred Corot al final de los Aspectos de Chopin (Alianza Música, 1986).
Cada vez que escucho el Concierto No. 1 en Mi menor para piano de Chopin* creo que me está hablando, nota por nota, palabra por palabra, emoción por emoción, de cosas que entiendo perfecto, sobre todo, la frase musical que expresa, como si fuera un texto, una historia de amor convertida en sueño y en nostalgia, de tal manera que nos conmueve. Cuando termina, sólo deseamos que se repita una y otra vez, como queríamos que volvieran a contarnos algunos cuentos de hadas.
Desde el momento en que Olga Scheps se sienta al piano y deja que la orquesta de cuerdas, como Coro de la tragedia griega, nos advierta del tono de la obra ahora interpretada por un “elegante, dotado y talentoso ángel”, como la pianista ruso-alemana que logra llevarnos al mundo del joven Chopin desde que estudió en el Conservatorio de Varsovia, antes de abandonar a los suyos para irse a Viena y terminar en París, mientras nos va contando cada una de sus tres historias de amor, imaginando sucesos, deseos y esperanzas como lo expresa en sus obras.
Tal vez son los sueños que tuvo al no ser correspondido por esa niña con las que jugó en Polonia y que nunca pudo olvidar, para luego desplegarlo, recomponerlo y desdoblarlo hasta el cansancio, recordando su amor por Constanza Gladiowska, uno de los tres amores que marcaron su vida, convertida en balada, sonata o concierto para piano como el que escuchamos con Olga Scheps cuyas frases musicales las traducimos simultáneamente.
“Convierte aquel amor en un culto embriagado por el paso del tiempo, producto de un éxtasis –tal como lo recuerda Chopin–, para reproducir una de esas emociones, como cuando rozó con sus dedos temblorosos el vestido de Constanza”, esa joven que conoció en el Conservatorio de Varsovia y estuvo cerca de ella durante seis meses “viéndola todos los días y soñando con ella todas las noches”, aunque ella nunca se enteró de “su pasión devoradora”.
Las frases musicales penetran el misterio del amor como la del primer concierto para piano que compone estando en el Conservatorio en 1830 a los 20 años de edad. Cuando hace una pausa, un respiro antes de repetir la frase, conocemos uno de sus secretos: “la entrega a lo irreal que constituye, por un momento, el único clima respirable”, sobre todo, después de haber escuchado al Coro magnífico de cuerdas que contesta como si hubiera entendido lo que sintió y que no pudo expresar de otra manera: entonces, lo que pudo haber sido y no fue, lo especula en su concierto.
El segundo amor fue en Viena en 1835 con María Wodzinska, hija de condes, una bella adolescente “muy enterada por las seducciones de la música que se expresa espontánea e irreflexivamente” con lo que el compositor cayó en sus redes. Con ella había jugado en su infancia que convierte en una balada con el deseo a boca de jarro y la furia de haber sido rechazado por los condes que se negaron a que su hija se casara con un músico cualquiera: la historia de ese amor fallido dicen que está en la Balada No. 1 en Sol menor op. 23 ** (Nota: observar las bellas manos de la pianista).
El tercer amor, si queremos llamarle así, fue con George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant vestida de hombre), una comedia de ocho años de equivocaciones.
Contundente al inicio de su concierto, no tarda en desmoronarse para sublimar todos los sentimientos con sus verdaderos amores.
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* https://www.youtube.com/watch?v=2bFo65szAP0&t=1515s
** https://www.youtube.com/watch?v=ecC7fjnFiuk