Magno Garcimarrero
La verdad se define filosóficamente como “el conocimiento que coincide con el acontecimiento”. Por el contrario, la mentira será el error o la creencia en algo que no sucedió, o que ocurrió de manera distinta a lo supuesto. ¿Le entendieron? ¡Pues yo tampoco! Pero no importa porque la discusión viene desde los grandes filósofos griegos, y nunca ha tenido un colofón.
Sin embargo cual más cual menos creemos tener una idea más o menos precisa de lo que son verdad y mentira, a grado tal, que nos atrevemos a enseñar a nuestros hijos que deben siempre decir la verdad, y es posible que de ese modo, los estemos condenando a ser desadaptados sociales, porque la vida comunitaria fluye tranquilamente, gracias a que nos guardamos las verdades y mentimos de palabra y obra, llamándole cortesía a esa manera de tratar afablemente con otros mentirosos, que en honor a la verdad no debieran merecernos el menor respeto.
Así pues, la verdad tiene que ver con la realidad y la mentira con la ocultación o la distorsión de ella.
Un repaso a la historia de la humanidad, nos hará ver que todas las culturas se han movido en pos de mentiras que se nos han dado como “verdades oficiales”, aunque no hayan recibido ese nombre desde siempre. La verdad oficial es la mentira que se nos obliga a tener por verdad, a sabiendas de que es a medias o es un redomado cuento chino de tamaño planetario.
En la etapa histórica en que el poder político y el sacerdotal se reunían en una misma persona, nació la verdad oficial de que el poder devenía de la divinidad y así se obligó a tenerlo por cierto, so pena capital para quien se atreviera a decir lo contrario, de ese modo se tuvo por dioses a quienes condujeron a los pueblos de manera imperativa y autoritaria.
Después de morir, se les erigieron pirámides, obeliscos, cenotafios y otros monumentos apuntando al cielo, como advocación a su origen celestial precisamente. Aquí se puede ver otra mentira, la asociación mental de la posición: lo que está arriba de nuestra cabeza es excelso, lo que está de la cabeza para abajo, es inmundo.
Durante miles de años, el mantener al pueblo en la ignorancia y la pobreza, fue una política útil para sostener como privilegio de las castas sacerdotales, militares y monárquicas, el conocimiento y la riqueza. Hay quienes piensan que aún no hemos salido de esa antidemocrática manera de detentar el poder.
La ignorancia ha sido siempre el caldo de cultivo de las mentiras oficiales, pero conforme la educación ha ido popularizándose, va siendo más difícil engañar a los ciudadanos, por lo tanto, los detentadores del poder han tenido que ir refinando su manera de decir verdades oficiales, o sea mentiras. Una de estas formas refinadas han sido los datos estadísticos y los análisis comparativos que se ponen en conocimiento del pueblo para adobar datos, que de otro modo serían alarmantes, por ejemplo:
“Los homicidios con violencia han disminuido un 4% en relación a los ocurridos en esta misma ciudad el año pasado” (¿?) ¿Eso nos debe tranquilizar? ¡Nos están queriendo dar por buena una pésima noticia!
Ha surgido un chiste que se burla de esta manera de las verdades oficiales: “Las estadísticas muestran que los meteoros en las costas de Veracruz, nunca han matado a más de tres mil personas. El huracán “Ernesto” ha matado ya a tres mil personas, así que la población sobreviviente debe estar completamente tranquila”.
La inteligencia, la lógica, el sentido del orden universal, el conocimiento de la conducta humana, la cultura en general, tienen la virtud de hacernos distinguir claramente la verdad de la mentira, pero desafortunadamente estas facultades no todo mundo las adquiere, incluso hay muchas personas que prefieren aceptar cómodamente como ciertas cosas completamente improbables, y hay todavía más, quienes se sienten agraviados cuando se pretende hacerles ver la falsedad de lo que tienen como verdad irrefutable.
En una lista de mentirosos por oficio, tendríamos que poner a las clases gobernantes, a sus voceros, a los candidatos o aspirantes al poder que prometen y no cumplen, a los comerciantes que se inventaron el “dolo bueno” para ponderar sus mercancías inútiles y basurales; a los brujos, adivinadores, nigromantes y en general los que viven de vender creencias de un más allá, y de un más arriba y más abajo, o sea las Iglesias.
A los que le manipulan a uno la fiducia, cuando ellos son indignos de nuestra confianza, o sea La Banca.
Tal vez la verdad solamente la podemos encontrar en la naturaleza… y eso ¿Quién sabe?
Me asaltan las dudas cuando recuerdo que los caracoles marinos nos engañan con su rumor de mar interno, pequeño y apropiable. M. G.