Luis Farías Mackey
El voto es libre y secreto, reza la máxima. La secrecía es garantía de su libertad, por eso se vota individualmente y aislado en una mampara fuera de la vista de los demás, de suerte que nadie pueda presionarte antes ni reclamarte después.
No obstante, encuestadores y partidos hacen todo por conocer desde mucho antes el sentido de nuestro voto. El problema empieza con lo que hacen con esa información.
Nuestros datos no los utilizan para informarnos debidamente, sino para confundirnos, engañarnos y manipular nuestra conducta.
En el Estado de México la campaña de la señora Delfina fue que había ganado desde antes de empezar el proceso con diferencias de 20 a 30 puntos porcentuales. No hubo propuestas, sólo el mensaje machacón de ya ganamos. La medicina nos la repiten ahora con Claudia.
Sin embargo, en el Estado de México los votos guardaron una diferencia de 8 puntos porcentuales, en gran parte por el desencanto inyectado en el ánimo social por la falsa propaganda oficial.
Y sobre ello no hubo ningún responsable. Ni partido, ni candidata, ni encuestologos ni publicistas fueron confrontados por su falsedad, alevosía, premeditación y ventaja. ¡Urge legislar al respecto!
Hoy vivimos la misma película en tanto nosotros lo permitamos.
Si, partidos, encuestologos y publicistas hacen de nuestros datos instrumento propagandistico, se merecen que no se los demos.
Que el voto, además de secreto, sea escondido.
Que se enteren de él en las urnas para que aprendan que no somos juguetes de su malicia y negocio.
Esto tiene una condicionante: además de no decir a encuestador ninguno el sentido de tu voto, debes dejar de creer en las encuestas como publicidad.
A ver si así empiezan a respetarnos.