Luis Farías Mackey
“Yo ya no me pertenezco”. Frase que pretende ser magna, desinteresada, prodiga, sacrificial; pretendidamente heroica; aunque en el fondo es todo lo contrario.
Quien no se pertenece no tiene control sobre sí. De hecho, vive alienado: fuera de sí.
Quien no se pertenece no puede ocuparse de sí mismo. Aquí hay que acudir a Alexandrides, cuando alguien le preguntó por qué, teniendo tantas tierras los espartanos, en lugar de trabajarlas ellos mismos las dejaban a cargo de los ilotas esclavizados. A lo que contestó: para ocuparnos de nosotros. Ocuparse de sí mismo (epimelia heautou) para los griegos no era otra cosa que aplicar tu espíritu a tí mismo, en otras palabras: conocerte a tí mismo (gnothi seauton), tomarte a tí mismo como objeto de desvelos. Más no como un ejercicio lúdico o bizantino, sino como la posibilidad del gobierno de sí para entonces estar en condiciones de gobernar a los demás. El gobierno de sí es necesario y previo al gobierno de los otros.
Pero, ¿cómo puede gobernarse a sí mismo quien no se pertenece?
Una persona que no se pertenece es una persona que no se contiene, es decir, que no está dentro de sí, que no se engloba, ni abarca, ni comprende. No tiene horma, forma ni norma. En otras palabras, sin límites, sin mesura.
Una persona sin límites es incapaz del gobierno de sí.
Y es también una persona irresponsable. ¿Cómo reclamar sus actos si no tiene control de ellos ni de él? Para todo caso: sobre nada.
Ya no pertenecerse es renunciar a la libertad y a la voluntad. Es renunciar a su entidad; negarse, nulificarse. ¿Huir?
Luego entonces, una persona que no se pertenece es incapaz de gobernarse y de gobernar.
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