Redacción MX Político.- A Edith no le pasa por la cabeza siquiera la posibilidad de unirse al paro de las mujeres este 9 de marzo.
Hasta hace seis años era maestra. Le gustaba participar en tertulias literarias, bailar, casi tanto como ser maestra.
Trabaja dos turnos en la primaria “Álvaro Obregón”, de la colonia Pueblo Nuevo, en Tamuín, municipio de la Zona Huasteca.
Pensó que cuando se jubilara, lo haría para estar en casa con su esposo y sus tres hijos. Y lo tuvo que hacer, pero para convertirse en una rastreadora y buscar a sus dos hijos José Eduardo y Alexis, desaparecidos en agosto de 2012.
“Me encantó ser maestra”, dice Edith Pérez, cuando recuerda cómo era su vida hace seis años, un día 9 de marzo.
“Yo no puedo tomarme una semana, un día entre semana. Si acaso un fin de semana”. Es ahora su parámetro de descanso, un par de días en los que intenta recuperar una rutina, una vida que no volverá.
“Salir de la penumbra”, como ella define esas horas del fin de semana.
José Arturo y Alexis Domínguez Pérez viajaban con su hermano Ignacio Pérez, el hijo de éste, Aldo Pérez, y otra sobrina, Milynali Piña, el 14 de agosto de ese año, de regreso de un viaje de esparcimiento a Texas. A la altura de Ciudad Mante, Tamaulipas, tuvo la última comunicación con ellos. Desde entonces desaparecieron.
“Desaparecen tus hijos y desapareces tú misma”, dice, en voz baja.
Edith Pérez fundó el colectivo “Voz y dignidad por los nuestros” en San Luis Potosí después de agosto de 2012.
La semana pasada, Edith y el colectivo se unieron a la conferencia de prensa de los movimientos por las personas desaparecidas para insistir en la implementación del mecanismo especial forense para identificación de personas por el gobierno federal.
Pero en realidad, lo que Edith quería era seguir en el campo, en un predio de alguna comunidad, en alguna colonia, en los sitios donde se sepa de cualquier resto óseo, indicio de cuerpo humano donde ella y otras mujeres y familias puedan rastrear, excavar. Buscar.
Habla sobre el 8 de marzo, sobre el paro del 9, sobre este momento de movilización de mujeres. Quiere hacer algo. Pero no quiere dejar de buscar.
“Nos importa mucho y tratamos de tomar acciones como colectivo para que esto (la violencia feminicida) deje de suceder. Una de las visiones es que si ya nos pasó a nosotras, que a nadie más le pase. Pero ha sido tan difícil poder buscar a los nuestros y hacer cosas contra la violencia”, dice.
De por sí, las mujeres de estos colectivos han dejado de lado incluso el papeleo en los ministerios públicos, las marchas por justicia, el reclamo en los juzgados; “nos enfrascamos en la búsqueda de nuestros hijos y hacemos a un lado pelear contra la violencia hacia las mujeres”, es su cotidianidad.
Por eso Edith no quiere parar este día 9. “No podemos parar, desde que iniciamos no hemos podido parar”.
No sólo se jubiló de maestra. “Ponía los bailables, casi siempre era la maestra de ceremonias, era muy dinámica en la escuela”.
Además, participaba en un grupo literario con otras profesoras. “Hacíamos tertulias poéticas en Tamuín; había músicos que nos acompañaban, compartíamos pan y vino. Era algo que me encantaba. Y siempre me ha fascinado bailar. Decían que bailaba y me perdía bailando”.
Todos los sábados, su esposo y sus hijos iban a una parcela de su propiedad. “Alexis decía: ándale papá, apúrate, vámonos porque mi mamá ya va a poner la música. Y eso significaba que los iba a poner a hacer el quehacer de los sábados y domingos” por eso se escapaban.
Dejó a sus padres. Abandonó las tertulias, la lectura y los bailes. A sus estudiantes. Las salidas felices y esperadas del fin de semana.
Su tiempo es para asistir a reuniones con autoridades, estar presente en diligencias con peritos, ir a los terrenos de búsqueda.
“No puedes disponer de tus días. Ni siquiera para ir al doctor. Porque si mañana me dicen que encontraron un cuerpo o que hay que ir a apoyar a una familia, hay que ir”.
Agotada, encorajinada…
Edith ha estado acudiendo con familias y peritos de la Fiscalía de San Luis Potosí a un terreno en Soledad de Graciano Sánchez, municipio conurbado con la capital.
“Ahorita vamos llegando del predio -cuenta a la reportera-. Me metí a bañar y me puse a pensar: hemos encontrado tan poquito y hemos removido tanta tierra”. Llegas agotada, decepcionada, encorajinada porque esos malditos, todavía después de que nos los desaparecieron sin ningún motivo, nos están haciendo batallar tanto para encontrarlos…”.
Con esos pensamientos en la cabeza, difícilmente otras cosas le llaman la atención. “Ríes y bromeas para poder subsistir”.
Y entonces, también se ha olvidado de otras vidas a su alrededor.
“Tú ni cuenta te diste, ni siquiera estuviste cuando a tu amigo se le murió su ser querido, es tremendo. Y sufres cuando te das cuenta de que estás tan inmersa en buscar a tus hijos, que te olvidas de todo”, lamenta.
A Edith la acompaña su hija, la menor, que ahora tiene 20 años y tenía 13 cuando sus hermanos desaparecieron. Ha crecido, pasó su adolescencia en ese mundo que su madre describe como “en penumbras”.
“Mi esposo -con el que tiene 29 años de casada- hace las búsquedas con amigos a sitios en donde nos dan alguna pista. Y ahora que mi hija está un poquito mayor nos acompaña a reuniones, nos ayuda con la agenda, a hacer escritos. Pero también atiende su escuela, ella estudia y trabaja”.
La hermana de José Arturo y Alexis también sufre cuando sus padres tienen que salir juntos a alguna diligencia relacionada con la desaparición de los jóvenes.
Ya perdió mucho.
En casa, la familia tardó dos años en volver a encender un televisor.
En el pasado quedó la convivencia dicharachera, las parrilladas de fin de semana en casa de los abuelos.
“Mi hermano mayor (Ignacio, desaparecido) era el que estaba juntándonos siempre. Entonces los fines de semana empezaron a ser bastante difíciles para nosotros -dice Edith-. La Huasteca es muy bonita, así que les dije a mis papás: vamos a Aquismón, a otros lados y empezamos a disfrutar de esa manera, viendo los paisajes. Porque salir de casa es separarte un poco de la penumbra, de la oscuridad de los recuerdos. No dejas de recordar, pero ya ves otras cosas”.
Esos primeros paseos después de la fecha que la marcha, permitió a la familia recuperar algo de su vitalidad. “Mis padres están bien deteriorados. Mi mamá está muy deprimida, ya no puede caminar, eso también ya nos limitó a salir, a viajar”.
La familia intenta hacerse compañía, festejar algún cumpleaños. Pero esas celebraciones también han dejado de ser momentos felices.
Edith sueña despierta con sus hijos José Arturo y Alexis. A veces es sorprendida por algún muchacho mirándolos fijamente “porque creo que así se vería actualmente” y se apena. Luego maldice la vida, se culpa.
“Te culpas de haber nacido y de haberlos traído al mundo. Todos los sentimientos dolorosos que puedas sentir. El que se muera tu hijo no es nada comparado con tenerlo desaparecido. No puedes evitar martirizarte pensando si los mataron, si los tienen esclavizados, si los hicieron sufrir mucho”.
Edith llora.
“A veces en mi mente les hablo, les grito, trato de conectarme con ellos; le pido a toda la corte celestial que me dé una señal de dónde buscar. Y hemos encontrado otros hijos y me da mucho coraje que no sean los míos. Y más cuando se trata de muchachos de quienes no encontramos a sus familias porque pusieron la denuncia y ya no regresaron, ya no se sabe de ellas”.
José Arturo estudiaba para ingeniero mecánico para el tercer semestre en el Tecnológico de Ciudad Madero. Los aviones eran su pasión, “quería ser piloto aviador, no pudo entrar a la carrera en la Armada y por eso se fue de ingeniero mecánico, con la idea de más adelante entrar”.
Alexis había pasado al segundo año de preparatoria. Quería ser futbolista profesional. “Sus compañeros le dedican torneos. Les dijo ‘mis chelos’. Porque son mis cielos”.
JAM