* Quiso oficiar en público un acto de contrición republicano, pero éste, como el religioso, exige de una profunda autoridad moral y un gesto de arrepentimiento, que en las exequias de lo proyectado en el Pacto por México adquiere una relevancia distinta, diferente, la posibilidad de una voluntad política para el cambio, que debe mostrarse con los corruptos y los corruptores sancionados legalmente y en la cárcel
Gregorio Ortega Molina
La humildad con la cual ha de mostrarse el poderoso al solicitar perdón, debe corresponder al tamaño del agravio con el que ofendió a la sociedad, a la institución que representa con un mandato constitucional desobedecido y mancillado por él mismo, actitud con la cual lastimó a su familia y conculcó los principios en los que fue formado por sus padres.
Lo mostrado en imágenes, difusión de propaganda, ideas y actitudes el lunes 18 de julio no alcanza para lavar la ofensa y propiciar el olvido, porque las afrentas desde el poder se suman y heredan junto con la banda presidencial; la palabra con la que lo solicita no confiere ninguna fuerza al acto que confirme un propósito de enmienda y un castigo a la corrupción, mucho menos un ¡hasta aquí! a la impunidad.
En este país no existen antecedentes de lo hecho por EPN -no pueden establecerse analogías con las lágrimas de JLP; estaremos atentos para saber si fue útil para resaltar la imagen presidencial, en espera de resultados prácticos para la gobernabilidad-, por lo que el escenario debió elegirse para que fuese un fiel reflejo de sus sentimientos y propósitos (¿El recinto juarista de Palacio Nacional?).
Recuerden cómo François Mitterrand, antes de iniciar su primer septenato (es el único presidente francés que concluyó ambos), acudió al Panteón a buscar, en la penumbra, el amparo y la luz de los héroes y, por qué no, de sus propios muertos, de esos manes romanos que llenos de virtudes -supuestas o figuradas- guiaron los pasos de quienes edificaron el Imperio, los de los grandes y pequeños constructores de esa patria que fue faro de gobernantes y humanistas.
Inicia, así, el Sistema Nacional Anticorrupción, ¿lo hará en silencio y destinado al olvido, o ejemplificará?
Todo parece indicar que, como de costumbre, el conjunto de leyes que sancionan un grave problema como lo es la corrupción, siempre es una apuesta al futuro; éste tardará en llegar, o quizá no se implemente del todo, de idéntica manera a como nunca se implementó el proyecto de nación emanado de la Constitución de 1917, el próximo 5 de febrero centenaria, y sin ennoblecerse por su cabal cumplimiento por parte de quienes gobiernan.
EPN quiso oficiar en público un acto de contrición republicano, pero éste, como el religioso, exige de una profunda autoridad moral y de un gesto de arrepentimiento, que en las exequias de lo proyectado en el Pacto por México, adquiere una relevancia distinta, diferente, la posibilidad de una voluntad política para el cambio, que debe mostrarse con los corruptos y los corruptores sancionados legalmente y en la cárcel.
Me ayuda a comprender el gesto de EPN la evocación de mi lectura de Juegos Funerarios, novela histórica de Mary Renault, en la que se muestra el escenario de disputa en que se da la repartición del Imperio a la muerte de Alejandro de Macedonia.
Expone la autora la percepción que Alejandro tuvo de Tolomeo, que sirvió primero con su padre, Filipo: “No se había permitido volverse ambicioso. Conocía sus limitaciones y no deseaba las tensiones del poder ilimitado. Tenía lo que deseaba, se contentaba con ello y se proponía conservarlo; con suerte, añadir un poco más…”.
¿Habrá llegado el momento de la transición, de la Reforma del Estado? De no hacerse, las reformas estructurales terminarán de hacer agua, y la lucha contra lo corrupción estará perdida antes de iniciarse.
Hacer acto público y republicano de contrición, requiere complementarlo con la aplicación de la ley, necesita poner el ejemplo, porque nadie cree y nadie perdona.