Lo de hoy es la mercadotecnia y con ella la llegada de la obsolescencia programada, la caducidad hasta de las piedras y el descubrimiento y promoción del hilo negro y el agua tibia. Porque la mercadotecnia no se basa en la satisfacción de necesidades sino en el incremento de necesidades.
La historia del hombre no puede ser contada sin la presencia del intercambio de bienes. Desde el hombre prehistórico que intercambiaba huesos tallados, piedras pulimentadas, conchas marinas, puntas de flecha, pieles e incluso personas. Una descripción de tales costumbres ancestrales es maravillosamente plasmada en novelas como las de Jean Auel en su serie “El clan del oso cavernario”, que retrata no solo el intercambio entre grupos sino la interacción íntima entre especies como lo fueron la desaparecida, ahora se sabe integrada, especie de los Neandertales y los Cromañones en los albores de la humanidad moderna y el desarrollo del Homo sapiens.
En todas las culturas ancestrales el comercio ha sido, no es secreto, factor de crecimiento económico, sino también de conocimiento e información, que en los extremos ha condicionado maravillas y abominaciones, desde la leyenda de Marco Polo el veneciano hasta Atila el huno, el azote de Dios, desde la ruta de la seda y las caravanas de la sal hasta los barcos europeos cargados de esclavos negros arrancados de su tierra y fragatas inglesas cargando opio hacia China, desde los tianguis en la Tenochtitlán hasta las empresas de los adelantados españoles, desde la humanización de los astros y constelaciones como deidades hasta el adoctrinamiento cruel del cristianismo.
Toda la historia del ser humano plagada de este concepto, mercado “quien vende y quien compra”, llevado desde la necesidad de lo básico hasta la acumulación y especulación de lo frívolo, lo trascendente y lo intrascendente, lo real y lo imaginario, lo objetivo y lo subjetivo.
El ser humano inicia esta historia intercambiando bienes útiles de bienestar, un pedernal por una piel, una aguja de hueso por pigmento, una esposa por un acuerdo de protección mutua entre tribus y la subsecuente integración en un clan mayor, más fuerte, con nuevos lazos familiares y el aprendizaje de otras costumbres.
Pero esta actividad en vez de evolucionar como tantas otras actividades humanas ha sufrido poco a poco decadencia, retrocedido en sus efectos positivos, ya no es como antaño factor de conocimiento, tampoco de bienestar, y mucho menos factor de desarrollo, sólo su beneficio económico marginal (quien vende) ha evolucionado pero a base de mentiras, engaños y estulticia pura.
Recuerdo una película del inolvidable Joaquín Pardavé “Del can can al mambo” (1951) donde uno de los mejores actores de la historia de México interpreta a Don Susanito personaje protagónico que rememora sus años mozos de inocencia y su primer visita a la ciudad de México durante el Porfiriato donde sus andanzas en compañía de Américo Pisaflores, un embustero genial y adorable, (interpretado por el maravilloso actor secundario Arturo Martínez) le convierte en infeliz víctima de fraude ante una máquina hecha a base de una guitarra que transforma polvo blanco en monedas de oro (desde luego no era el polvo blanco que el lector intuye).
Por cierto y acotando, a los caballeros amantes de la belleza femenina les recomiendo ver está película y dar un vistazo a Rosita Fornes para recrear la pupila con la inigualable belleza cubano-estadounidense de los 50´s.
Y regresando al tema en cuestión, ¿qué nos venden y qué compramos hoy día? ¡puras guitarras que prometen la felicidad a base de partículas de nada!
Por que la felicidad para la mayoría es dictada por quienes les procuran ignorancia, inconformidad, incomodidad, frustración, inseguridad, etc. y luego les venden paliativos caros, falsos, temporales y muy fugaces.
Así es que ¡pásele marchante, pásele que la felicidad está al alcance de este nuevo producto que…!
-Victor Roccas