* Quien haya escuchado cortar cartucho a unos centímetros de la cabeza, o una orden seca e imperativa: ¡párese ahí, cabrón!, o se haya llenado la nariz del olor a miedo, o de ese sudor soltado por los integrantes de las Fuerzas Armadas, porque saben que se la están rifando y traen el dedo sobre el gatillo
Gregorio Ortega Molina
¿Cuál es la verdadera formación de nuestras Fuerzas Armadas? ¿La conceptualmente heredada por Joaquín Amaro, la del Colegio Militar, la de la Escuela Superior de Guerra, o la aprendida en los diplomados y posgrados estudiados en instituciones militares extranjeras?
¿Cómo se ven a ellos mismos el general Salvador Cienfuegos y el almirante Vidal Francisco Soberón Sanz? ¿Cuál es su idea de patria? ¿Cuáles los valores que anteponen a los desafíos de la historia y de la política? ¿Leyeron La sombra del caudillo?
¿Tienen la más remota idea de lo que traían en la cabeza los generales Ángeles y Serrano?
Están nerviosos los titulares de Marina y Defensa, como si su comportamiento estuviese siendo sometido a juicio, porque no quieren, no pueden o no deben asumir una responsabilidad que es estrictamente del ámbito de la fajina y la guardia de las autoridades civiles.
El almirante y el general tienen una responsabilidad compartida; para comprenderla deben dedicar unos días a la lectura de Los recuerdos del porvenir, y transmitir ese libro a sus subordinados, porque de ninguna manera, bajo ningún concepto pueden permitir que se les compare con el general Francisco Rosas y su muy personal estilo para pararles los pies a los curas y a las mojigatas del pueblo, poner en orden a los mexicanos.
Escribió Elena Garro, para dar contexto a su personaje:
“Los periódicos hablaban de la <<fe cristiana>> y los <<derechos revolucionarios>>. Entre los porfiristas católicos y los revolucionarios ateos preparaban la tumba del agrarismo. Hacía menos de diez años que las dos facciones habían acordado los asesinatos de Emiliano Zapata, de Francisco Villa y de Felipe Ángeles, y el recuerdo de los jefes revolucionarios estaba fresco en la memoria de los indios. La Iglesia y el gobierno fabricaban una causa para <<quemar>> a los campesinos descontentos”.
¿Por qué establecer complicidades idénticas, para temas similares? ¿A quién la interesa <<quemar>> a los descontentos? ¿Debemos, los mexicanos, tolerar que los civiles enloden a nuestras Fuerzas Armadas, mal que bien lejanas a los compromisos que puede acarrear esa <<quemazón>>?
Quien haya escuchado cortar cartucho a unos centímetros de la cabeza, o una orden seca e imperativa: ¡párese ahí, cabrón!, o se haya llenado la nariz del olor a miedo, o de ese sudor soltado por los integrantes de las Fuerzas Armadas, porque saben que se la están rifando y traen el dedo sobre el gatillo, intuye que es imperativo que se prepare el regreso de soldados y marinos a los cuarteles, porque no debemos pagar el precio de la lucha de Estados Unidos contra el consumo de estupefacientes. ¿O sí?
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