Gregorio Ortega Molina
A Santiago Gallo Pérez
Nada hay más difícil para los humanos que enfrentarlos a una pregunta cuya respuesta es de opción dual y exija contestación inmediata: sí, o no. En alto porcentaje gana sí. Por comodidad o hipocresía. Responden afirmativamente, aunque están ciertos de que incumplirán con lo pedido. Se trata de quitarse de encima al pedigüeño, o lo que pudiese convertirse en un compromiso, porque éstos atan, nunca liberan, a menos de que tengan que ver con la Fe.
Dejar la petición sin respuesta es peor, porque quien la hace puede considerarse desairado, o porque determine que en esa mudez se encierra una afirmativa ficta. Negarse a responder, encerrarse en el mutismo verbal o cibernético, destruye afectos y amistades.
¿Por qué resulta tan difícil negarse, pronunciar con su consonante y su vocal la palabra NO?
Eva debió decir no, pero se dejó tentar por esa idea de ser como dioses; se declaró más que dispuesta a comer del fruto del bien y del mal. Decir sí le daba poder inmenso sobre su propia decisión.
Quizá el único no absoluto está en el Nuevo Testamento. Se da por partida triple. Pedro niega a Jesús.
Herodes no tuvo empacho en comprometer su poder con Salomé: “Te daré lo que me pidas”; se vio obligado a entregar en charola la cabeza del Bautista. Quizá de haber dicho no le habría quitado espacio -que no presencia- al Cristo, y ¡vayan ustedes a saber su incidencia en el proyecto salvífico!
Pero por el contrario, Judas aceptó gustoso su papel y contribuyó a la entrega del Nazareno al juicio de los sacerdotes. Anás y Caifás, regocijados, pagaron las 30 monedas de plata que el Iscariote no tuvo empacho en embolsarse, hasta percatarse -dicen los textos- de que a su maestro le fue la vida en ese lance. El traidor pensó que podía equilibrar costos, por lo que decidió quitarse la suya. De haber dicho no a la solicitud de los sacerdotes, ¿cómo se las hubieran apañado para crucificar a Jesús?
Los caminos de Dios son inescrutables.
Pero regresemos a la escala humana. Odiseo se mostró incapaz de negar su entrada al tálamo de Circe, lo que retrasó su regreso a Ítaca algunos años. Deseoso de saber y a riesgo de su vida, encontró que la única manera de decir no al canto de las sirenas -a pesar de escucharlo en toda su intensidad-, era permanecer amarrado al mástil de su embarcación. Hoy se entregan con toda facilidad a la fama, por mostrarse incapaces de poner ambos pies sobre la tierra. Creen levitar, pero sólo sueñan.
Pienso en Sansón y la seductora Dalila. ¿Dónde radicaba su fuerza? En la discreción, en la capacidad de no soltar prenda sobre su acuerdo con la divinidad. En cuanto se convirtió en boquiflojo perdió la fuerza, y la vista, los filisteos decidieron dejarlo ciego, sabedores de que ver proporciona conocimiento.
Isabelita Perón se mostró incapaz de detener a los militares. Primero fue su tapadera, después su comparsa. El brujo, personaje de la novela de Luisa Valenzuela Cola de lagartija, es un muestrario de esas pulsiones humanas que impiden negarse (a quien las sufre o las disfruta, ¿quién lo sabe?) a decir no, aunque en esa actitud se pierdan tantas vidas como se fueron al caño durante la guerra sucia argentina.
Medito en la obra de Melville, la de Shakespeare, en esa historia verídica de Enrique Octavo y su confrontación con el pontífice romano, colocado en sus trece, decidido a negarse a conceder al divorcio al monarca inglés, porque ello hubiera significado un rompimiento con la dinastía de los Reyes Católicos. Las razones políticas privaron sobre la Fe, lo que determinó la fundación de la Iglesia Anglicana. ¿Puede simplificarse así? ¿Por qué no?
La tripulación de Ahab estaba imposibilitada de decir NO. “Y si obedecemos a Dios debemos desobedecernos a nosotros mismos, y en este desobedecernos a nosotros mismos consiste la dureza de obedecer a Dios”, pero quién posee la suficiente humildad para someterse, ciego, y decir no a las pulsiones vitales.
Más adelante Melville anota: “Quien por una sola vez haya invitado a comer a sus amigos, ha probado a qué sabe ser césar. Es una brujería de zarismo social a que no se puede resistir. Ahora, si a esa consideración se sobreañade la supremacía oficial del capitán de un barco, por deducción se obtendrá la causa de esa peculiaridad de la vida marítima…”.
En cuanto a las tragedias shakesperianas, sus personajes siempre están dispuestos a decir NO, aunque en ello les vaya la vida, pues el sí es una manifestación real del poder, construido por los humanos para conceder, dar, ser munificente, nunca para negar.
¿Qué mueve a un jefe de Estado a negar una petición de indulto? Inclinarse por la conmutación de una pena de muerte de ninguna manera significa dejar en libertad, por lo regular se transmuta en cadena perpetua; sin embargo, los mandamases siempre dudan ante el perdón a un reo condenado a morir. Negarse se transforma en un SÍ tremendo a la más dolorosa y perversa de las sanciones establecidas entre humanos: matar en nombre de la ley.
Los inquisidores supieron mucho de eso, con una terrible diferencia. Los sacerdotes asesinaron haciéndose pasar por fieles observadores de la Ley de Dios. ¡Vaya!
El terrorismo islámico y el de Estado transitan por el mismo sendero. Escondidos tras divinidades disímbolas, parecen encaminarse a la negación de todo, como los anarquistas, aunque para los musulmanes radicales y los defensores del Estado a ultranza, la divinidad no ha muerto. Al aterrorizar afirman y se afirman en un sí estrictamente humano: asesino porque puedo hacerlo, y además estoy bajo la protección de mi dios tutelar. Es caso ejemplar el código del narcotráfico violento. Matar, para vivir.
Pero regresemos a las relaciones humanas. Éstas se modificaron en la medida y con la velocidad con la que fueron desapareciendo esos valores considerados tradicionales, porque estuvieron vigentes durante muchos años, lo que permeó una sensación de permanencia de los estándares de conducta que propiciaron.
Hoy, eso no existe. La publicidad todo lo trastocó. Eres nadie si careces de un buen coche, de casa de fin de semana, de la posibilidad de visitar los mejores restaurantes, vestir con los sastres o modistas “in”, usar joyas caras, y de la capacidad económica para pagar a los mejores abogados penalistas.
Y, sin embargo, continúan, hombres y mujeres rodeados de fama y dinero, diciendo sí a casi todo, incapaces de afirmarse en el NO y explicar, a amigos y familiares las razones de su negativa a tal o cual cosa, tal o cual hecho, tal o cual propuesta de trabajo.
Aunque quizá lo peor es el desaire, el ninguneo, la fingida ignorancia, el no darse por enterado. Esa actitud destruye amistades acunadas a lo largo de los años, porque el ninguneado comprende que no es él el responsable, sino la inmadurez de quien se escuda en su propia soberbia, pues al ni siquiera responder se niega a reconocer que alguien puede saber algo que él ignora, aunque sólo se refiera a las finas maneras que requieren de uso para la conservación de afectos y amistades.
Ignorar el otro es ignorarse a uno mismo, pues los humanos estamos construidos sobre la alteridad, y nos gusta vernos en los ojos de quienes nos corresponden con su afecto.
Expertos en el tema son los que han vivido amarrados a una dependencia que destruye voluntades. Los consumidores de estupefacientes y de alcohol que se limpian, porque acuden a fuerza de voluntad a las reuniones en que se autoafirman viéndose en los ojos de los otros, lo primero que se dicen a ellos mismos es: “hoy no voy a beber”; “hoy no voy a consumir”. Es la reafirmación del ser explícita en la negación.
Hoy aprendo a decir no, al menos por las buenas maneras que exigen de una respuesta.
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