México es cada vez más tierra de nadie. Fracasa quien quiera explicar las decisiones políticas de la tolucopachucracia, argumentando que el gobierno hace frente a los sucesos internacionales. Yerra también si desea hacerlo a través de la suma de sus atribuciones políticas internas, pues lo que hemos visto en cuatro años de pesadilla es la abdicación de las elementales responsabilidades del Estado.
El gobiernito mexicano se ha situado en tierra de abyección. Es absurdamente dependiente a las decisiones extra fronteras, bebe los alientos de sus ancestrales verdugos, y es absolutamente incompetente hacia adentro, en las materias básicas de seguridad y justicia. Sencillamente, las que podrían otorgarle su razón de ser.
Ningún país, de ninguna ideología, puede exigir de otros países respeto a sus decisiones soberanas, si antes no puede ejercer su derecho elemental a la subsistencia, que empieza por respetar los indicadores básicos de su gobernabilidad, decoro y confianza mínima. Las deprimentes calificaciones laborales, educativas, productivas, crediticias, económicas, diplomáticas y las que usted guste añadir así lo indican.
La soberanía no es competencia jurídica internacional
La soberanía de una Nación sólo se explica desde el punto de vista de las atribuciones que ejerza su Estado en el ámbito de su actividad. Parece una verdad de Perogrullo, pero ha costado demasiado tiempo y esfuerzo hacer que esta idea sea asumida y respetada, prevalezca erga omnes en tiempos de paz y de confrontaciones violentas en el mundo.
Lo anterior quiere decir que la naturaleza de la soberanía no es una competencia jurídica internacional, tampoco se deriva de una esfera de libre acción, concedida por el derecho de gentes. La soberanía jamás podrá ser producto de una atribución delegada por un sistema ajeno, extraterritorial o superior a quien deba ejercerla.
Y esto es así porque el derecho internacional público se aplica directa y exclusivamente a los Estados, de donde se deduce que es indispensable el advenimiento de un acto especial de la voluntad del Estado, dirigido a otorgar validez interna a las normas extra fronteras. De la misma manera que “no puede haber soberanía sin petróleo ni finanzas” –si no, pregúntele a los iraquíes a quienes recién “perdonó” Donald Trump–, un derecho interno contrario al internacional es un contrasentido. Lo que no debe ser, no puede ser.
La define, lo que hace un Estado dentro de su territorio
La esencia del moderno concepto de soberanía se encuadra en lo anterior. El jurista vienés Alfred Verdross, una autoridad en la materia, definió que los Estados, en ejercicio de su soberanía, pueden diversificar los grados y niveles de su libre actividad, pero no pueden modificar la esencia de la esfera de acción que les pertenece. Ni más, ni mucho menos.
La creación de la Sociedad de las Naciones y, posteriormente, de la ONU, más los tribunales que dependen de ella, nunca han pretendido ser una unidad decisoria universal, pues sólo tratan de salvaguardar la soberanía de los Estados. Si a lo anterior se agrega la amenaza de Trump de retirar el subsidio para su funcionamiento, se reduce aún más la expectativa, ¿no cree usted?
Lo único que los Estados, por propia voluntad, elevaron a la categoría de norma obligatoria fue el intento para lograr las soluciones pacíficas a las controversias. Pero, aún en caso de guerras, las instancias superiores de negociación internacional se redujeron a respetar la posición de los estados en conflicto, llamándolas “negocios domésticos” o “dominios reservados”.
Honor, independencia y derecho constitucional del Estado
Entonces, estamos en tierra de nadie. El verdadero alcance de la soberanía está integrado por todas aquellas cuestiones no sujetas a arbitraje o a la decisión de tribunales internacionales. La soberanía comprende sólo los intereses vitales, el honor, la independencia y el derecho constitucional de los Estados.
No puede haber conflicto de competencias entre la soberanía de un Estado y el derecho internacional, así como no hay un sistema internacional normativo de todos los actos posibles, pues como ya está dicho, la competencia de cada Estado no se adquiere por delegación. Más claro, ni el agua. Lo que no hagamos por nosotros mismos, nadie podrá hacerlo, bien dijo Juárez.
Y Vi(rey)garay sigue comprometiendo nuestro futuro
En México, la ignorancia reiterada sobre estos asuntos elementales de política interna e internacional es ya desesperante. Los aprendices de diplomáticos insisten en que las relaciones exteriores dependen de la buena voluntad de los yernos, o de la predilección que tenga un voraz negociante desquiciado sobre otros de su misma calaña.
En tanto exista el derecho internacional tienen que existir estados soberanos, decía Hermann Heller. Creer lo contrario “es retornar a la época de las cavernas y a la teoría de la preeminencia de los príncipes”. Parece que nos estaba viendo el maestro del estructuralismo jurídico internacional, usted sabe.
A la vera de esta concepción de política internacional, universalmente aceptada, estamos perdidos. Nadie puede hacer nada por ayudar a los eminentes próceres de Atracomulco. De entrada, están ponchados, y más vale que Vi(rey)garay siga trayendo a Peñita cortando listoncitos en medio de masacres del narcotráfico hacia donde vaya, mientras aquél se sirve con la cuchara grande, comprometiendo el futuro de nuestros hijos y nietos en la pira de su alocada ambición presidencial, anexionista reloaded.
Interesado entreguismo que practican los tolucos y pachuquitas
Para cualquier mandatario extranjero debe ser muy difícil empeñar sus acciones para arriesgarse de oquis a defender las posiciones del gobiernito mexicano en estos momentos, por múltiples razones, puesto que todas obedecen al atolondrado e interesado entreguismo que practican los mexiquenses y pachuquitas contra viento y marea.
Desgraciadamente, éstas se observan en todas las materias en disputa. Desde la falta de solidaridad con sus propios migrantes desplazados, hasta su displicencia por encontrar alternativas de respuesta a los inclementes ataques provenientes del exterior, en materia petrolera, económica, ambiental, monetaria, industrial, comercial y en todos los rubros estratégicos, hoy fuera de la competencia soberana de los mexicanos. La pusilanimidad es integral, o no lo es, sostienen los próceres de Metepec, usted lo ha visto.
Oso…rio Chong amenaza: quitar a municipios la seguridad
No es posible que reclame soberanía un país que ha dejado en manos de los cuicos militares del Comando Norte y Sur el manejo de las seguridades pública, nacional y territorial, como se deriva del empeño ñoño por aprobar una Ley de Seguridad Interior, calcada a la medida de los deseos estratégicos del Departamento de Estado y del Pentágono estadounidenses, mientras Oso…rio Chong se dedica a espantar paisanos, amenazándolos con retirarles la protección del ejército. ¡Pa’ ejército!, por cierto.
No es posible que reclame soberanía un país que ha entregado todos los rubros de la justicia, civil, constitucional, político- electoral, mercantil, bursátil, económica, comercial, en manos de grupos de interés que medra a sus anchas en todos los tribunales, cortes, magistraturas y comisiones de cargo, atendiendo las indicaciones de sus patrones privados.
Una justicia de procuración, mazo y tolete al servicio de clanes corporativos, de ejercicio y consigna clientelar para el mejor postor, cuyos titulares, formalmente designados por los levantadedos del Senado, materialmente han sido palomeados y designados por la consejería jurídica de Los Pinos, al servicio de los caprichos familiares y consanguíneos de un ignorante, como Humberto Castillejos Cervantes.
La razón de ser del Estado ha dejado de existir en México
Así no se puede. La soberanía, la seguridad y la justicia, los tres pilares esenciales del Estado, simplemente no persiguen objetivos superiores. No pueden inspirar confianza a nadie. Forman un perfecto círculo cuadrado, que no tiene ni parece algo que esté pensado para beneficio de la población. Más bien, está diseñado para su avasallamiento, para permitir el entreguismo inmediato.
La razón de ser de todo Estado, ha dejado de existir en México. Nuestro país, si así queremos llamarle, está en un estado de excepción política. No hay un solo signo de vitalidad, casi ni de resuello, porque todo se maneja al compás de lo que toque el pandero, el dueño del oso, un espantajo sin voluntad.
¿Adónde queremos ir, si no podemos ir a ningún lado?
¿O usted qué hubiera hecho?, cual pregunta el que sólo corta listoncitos en Los Pinos.
Índice Flamígero: El periodismo político ha tenido durante décadas –tal vez desde el episodio de la llamada Colina del Perro— a la “casología” como una de sus subespecialidades. Las casas de los políticos, pequeñas muestras tangibles de su enriquecimiento ilegal y súbito, se convirtieron en portadas, grandes reportajes, cotilleo en columnas. A la “casología” se suma ahora una nueva subespecialidad: la “salariología”, misma que busca y encuentra a quienes perciben ingresos públicos mayores a los del Presidente en turno quien, de acuerdo a la legislación, es quien más debe recibir de los recursos de los contribuyentes por su desempeño. La pregunta que se obvia, empero, es si ¿será que quienes están mejor pagados hacen más que EPN? ¿Usted qué cree? + + + Dice don Alfredo Álvarez Barrón que “la Secretaría de Relaciones Exteriores inauguró, de manera simultánea en las 50 representaciones consulares de México en Estados Unidos, pomposos centros de defensoría para migrantes, con stands de plástico rotulados con logos de la dependencia, en un acto simbólico que los mismos empleados consulares han calificado, por cierto, de mera improvisación…”. El Poeta del Nopal, por su parte, envía su picoso epigrama:
Sin complicadas teorías:
lo improvisado se nota,
pues para consultorías
¡la Fundación Vázquez Mota!
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