Joel Hernández Santiago
Juan Carlos Hernández Ríos no era un periodista de los de focos de colores; como miles de periodistas en México; no publicaba en las principales planas de los más importantes periódicos estatales o nacionales –Guanajuato en este caso-; tampoco salía en la televisión o la radio. Eso sí: Quería ser periodista y lo era, aunque ganaba su subsistencia como taxista y apenas tenía 29 años.
Publicaba en un portal digital: La Bandera. Noticias de Yuriria; el mismo que en los últimos meses logró colocar y hacer viral información policiaca de Guanajuato, como fue el caso del video de los policías de Salamanca que acusaron a directivos de la corporación, antes de ser asesinados; y el video del ataque a policías la noche del lunes 4 de septiembre en Apaseo el Alto, Guanajuato…
Juan Carlos fue asesinado fuera de su casa en Guanajuato la noche del 5 de septiembre.
Las razones del homicidio están por investigarse; el quiénes fueron los asesinos materiales y los intelectuales así como el por qué lo hicieron, está en una carpeta abierta de investigación… Igual que cientos de carpetas abiertas para investigación de periodistas asesinados en el país y de las cuales se sabe prácticamente nada. No hay culpables. No hay razones. No hay explicaciones.
O sí. Las explicaciones pueden ser inmediatas. Como ocurrió dos semanas antes, cuando asesinaron a Cándido Ríos, un periodista de Xalapa, Veracruz.
Cándido Ríos había recibido amenazas por su trabajo. En reporte Edgar Ávila señala que en sus charlas con amigos y en los videos que grababa, Cándido decía que era periodista por naturaleza, aunque su esposa Hilda le pedía que abandonara el oficio porque lo llevaba a un “abismo”.
Decía que logró terminar la primara “a madrazos”, que tenía faltas de ortografía y que durante 16 años fue trailero, luego vendió periódicos en Hueyapan y ahí decidió que su oficio y pasión eran ser reportero, autodidacto, con limitaciones, pero con muchas ganas “de abrirle los ojos a su pueblo”.
Antes de su asesinato, apareció él mismo en redes sociales lanzando acusaciones de corrupción en contra de funcionarios del gobierno de Hueyapan: “Nosotros no usamos las armas, nos acribillan peor, a sabiendas que nuestras armas no disparan balas, sino verdades”, dijo por entonces.
Cándido fue ejecutado el martes 22 de agosto en una calle de Hueyapan de Ocampo, Veracruz. También murieron dos personas que estaban con él en ese momento.
Inmediato, sin que siquiera se hubieran iniciado las investigaciones legales del homicidio, el titular de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación dijo:
“Lo que sucedió no tiene que ver con el análisis de riesgo del periodista, sino con otros problemas vinculados con las personas que también perdieron la vida”. Y punto.
Cándido Ríos estaba incluido en el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, de la Procuraduría General de la República.
En menos de un año han muerto en México 9 periodistas. Casi cuarenta en el sexenio del actual gobierno federal. Y los mecanismos prometidos, los protocolos, las leyes expuestas y las fiscalías u oficinas de derechos humanos nacional o estatales nada consiguen…
¿Por qué? ¿Qué está mal ahí? ¿Quién se hace cargo? Lo dicho: en la mayoría de casos de asesinato, agravios, golpes, amenazas, intimidación, censura, según las autoridades no hay mucho todavía: “se sigue investigando”.
¿Qué hay casos en los que esto no tiene que ver con el periodismo? Que lo digan y lo prueben. En todo caso lo que sí se sabe es que la mayoría de los agravios –de toda naturaleza- que sufren los periodistas a lo largo del país, provienen en un 80 por ciento de gobiernos y 20 por ciento del crimen organizado… Así que ¿de quién hay que cuidarse? Y si lo sabe la autoridad responsable ¿por qué no hace algo? –con lo que, en este caso, se convierte en cómplice.
Lo dijo apenas el 6 de septiembre Edison Lanza, representante máximo de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): “El asesinato de periodistas es la forma extrema de atentar contra la libertad de expresión…”
Pero también hay otros medios de atentar a la libertad de expresión: Despedir a un periodista por presiones de grupos de poder, o por interés de empresa; la asignación discrecional de la publicidad oficial, el impedimento de ciertos grupos de población de acceder contenidos en internet, procesos judiciales contra comunicadores, vigilancia para acceder a las fuentes de éstos; intereses empresariales que manejan la información con criterios políticos; periodistas que no firman pero que hacen tareas periodísticas al interior de los medios y que son amenazados…
Y, bueno: esta es la tragedia del periodismo mexicano, y la tragedia de los periodistas mexicanos: cosas que parecen similares pero que sin excluirse, son distintas y a eso nos referiremos pronto.