CIUDAD DE MÉXICO, 29 de agosto (AlmomentoMX).- En América Latina, la educación popular y el discurso evangélico comparten el compromiso de la acción preferencial por el pobre y la lucha por un proyecto de sociedad similar, aunque también se fragmentan en su aproximación a los sectores populares, expresó la doctora Inés María Cornejo Portugal, investigadora de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En el Coloquio del Departamento de Ciencias de la Comunicación explicó que en términos metodológicos las propuestas fundadoras del peruano Gustavo Gutiérrez Merino y la Teología de la Liberación, así como las de Paulo Freire y la educación popular, parecen haber forjado y promovido proyectos de comunicación sustentados en programas de alfabetización y una toma de conciencia política.
Tanto Freire como Gutiérrez, dijo, analizan el concepto sobre el otro otorgando relevancia al lenguaje y a la forma en que se apropian de éste, y al trabajo del científico social en tanto intelectual teólogo o educador, para entender la definición de liberación social o acción preferencial por los pobres que aportan sus reflexiones.
Lo que se conoce como educación popular tuvo lugar a finales de los años 60 del siglo pasado con Paulo Freire, quien definió que la educación es popular cuando su inserción, sus contenidos y su método contribuyen a que el pueblo profundice en la comprensión de su propia identidad, y sobre todo cuando los mismos sectores populares reconocen la utilidad de esa educación para sus propios fines.
El objetivo de este movimiento de cultura popular era educar para la libertad en Brasil y en el mundo sustentado en un programa de alfabetización de adultos, e invitaba a formar una conciencia política; se aprendía a leer haciendo una relectura de la realidad. “Para el pedagogo, el otro es el oprimido, resultado de un sistema social injusto que no se comprende en forma individual sino colectiva y social”.
Cornejo Portugal abundó que la metodología integral de la educación popular es la investigación participativa que incluye técnicas como la observación e identificación, así como la reflexión y la sistematización. “Freire utilizaba el método dialogal, que consiste en una relación horizontal, es decir, es un instrumento tanto del educando, que aporta su universo vivencial, como del educador, quien acompaña en la elaboración de temas generadores”.
Así, explicó, “se promovía una toma de conciencia liberadora mediante círculos de lectura donde los asistentes no sólo aprendían a leer y a escribir, sino que al hacerlo iban adquiriendo conciencia de su propia identidad”.
Con este método, tanto el educando como el educador conviven en un mismo proceso de enseñanza-aprendizaje. Su noción apunta a una forma de combatir la injusticia social, en donde no se trata de destruir al opresor, sino de humanizarlo.
El hecho social que funda la teología de la liberación es la irrupción del pobre en América Latina, lo que llevó a Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y a otros teólogos latinoamericanos a la reflexión crítica de la experiencia cristiana de la fe sobre la praxis de hombres y mujeres, principalmente cristianos, para la liberación integral de los seres humanos.
Esta concepción se da mediante el ejercicio intelectual crítico y un compromiso con la justicia social: una teología en acción con la movilización desde la fe y los cambios en la iglesia y en la sociedad.
Para la doctora en Ciencias Políticas y Sociales el método de esa filosofía es el del círculo hermenéutico que constituye un ir y venir entre la Biblia y la realidad analizada de manera crítica que toma en cuenta los cambios continuos en la interpretación del Evangelio.
“Cada nueva realidad obliga a interpretar de nuevo la revelación de Dios y a transformar con ella la realidad. De acuerdo a Gustavo Gutiérrez, la teología es contextual, pues se vincula al momento histórico y al mundo cultural en el cual surgen las preguntas”.
Su noción del encuentro con el otro explica que la teología no entra en diálogo, sino escucha. El momento que precede a la palabra es el silencio, y entre el silencio y la palabra hay un pasaje donde entra la teología. “Aquí el silencio se entiende como oración, como la capacidad de escucha del otro para saber lo que vive y piensa. La teología es la que habla con el mundo, no es una iglesia autorreferencial, confesional ni íntima”.
Este círculo hermenéutico no es del todo pertinente, pues sostiene que el discurso bíblico es normativo, y no todas las interpretaciones tienen el mismo valor frente a la palabra de Dios, aunque del mismo modo el método dialogal implica intercambio e igualdad de condiciones y no una simple adición, concluyó.
AM.MX/fm
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