Luis Alberto García / Moscú
*Sergei Zavorotni hace memoria y recuerda grandes momentos.
*GDO: inauguración del estadio Azteca y IX Copa del Mundo.
*Noventa minutos aciagos para el presidente MMH.
*La “felicilandia” de CSG en la década de 1990.
*EZP, ciclista que nunca tuvo entusiasmos deportivos.
*Grandes ridículos del foxismo y aplaudidores.
* “Los“Reality shows” y mucho futbol como Nembutal.
Sergei Zavorotni, ex corresponsal del diario Komsomolskaia Pravda de la ex Unión Soviética en México, evoca muchos años después su estancia en una nación que ha sido escenario de dos Campeonatos Mundiales de Futbol, y nada mejor para iniciar esos recuerdos que el episodio ocurrido el 30 de mayo de 1966, protagonizado por el entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz.
Ese día, el represor del movimiento estudiantil de 1968 se llevó la peor y más grande rechifla de su vida durante la inauguración del estadio Azteca de la capital mexicana, como muestra del descontento larvado durante los años del modelo económico –el “desarrollo estabilizador”- puesto en marcha por el secretario de Hacienda y Crédito Público, Antonio Ortíz Mena.
Meses antes de la apertura del estadio, el gobierno diazordacista aplicó el ingrediente represivo a un movimiento de médicos que exigían reivindicaciones salariales, como prolegómeno a lo que vendría en 1968, cuando el aparato de Estado ahogó en sangre el movimiento estudiantil popular que culminó trágicamente el 2 de octubre en la plaza de las Tres Culturas de Santiago Tlatelolco.
Salvo los gestos dignos de protesta de los velocistas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos en nombre del Black Power, el gobierno de México impuso la paz olímpica de la paloma blanca como símbolo universal del deporte; pero con la estabilidad social mexicana puesta en duda ante el mundo.
Zavorotni recordó que, en junio de 1986, el XIII Campeonato Mundial de futbol se realizó en México, y que en su apertura Miguel de la Madrid se llevó una de las peores humillaciones públicas, entre coros ofensivos e insultos que no apagaron ni los cañonazos protocolarios en el exterior del estadio Azteca.
Ese 31 de mayo de 1986, cuando se enfrentaban los representativos de Bulgaria e Italia, el llamado Coloso de Santa Úrsula fue escenario de un acto contra el gobierno, de la repulsa popular que no soportaba mediocridades ni tibiezas como las expuestas durante ese sexenio y muy en especial con motivo de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985.
A ello se sumaba el deterioro económico generalizado, con una inflación anual del 160%, una deuda externa asfixiante y la entrada de la tecnocracia y su frialdad a los cuadros de un régimen hegemónico que, dicho coloquialmente, no quería queso, sino salir de la ratonera.
El periodista moscovita cuenta que, en esos días, Miguel de la Madrid no encontraba la manera de solucionar conflictos que únicamente fueron diferidos, que provocaron que el país se llenara de dudas e incertidumbre, donde se pronosticaba violencia política a corto plazo, con el “gobierno del cambio” ejerciendo la política del avestruz.
Quien le sucedió, Carlos Salinas de Gortari, tampoco estuvo ausente de las gestas futbolísticas con aquel cuadro que se dio en llamar el “dream team” entrenado por César Luis Menotti, el draculesco personaje que hizo campeón a Argentina en 1978, en un torneo mundialista al gusto de los generales de Buenos Aires.
El colega argentino Carlos Óscar Suárez comentó que, en esa Copa FIFA, se aplicó como dieta el bife del miedo a la oposición armada y desarmada, tratando de diluir los horrores del terrorismo de Estado que condujo a la desaparición, tortura y muerte de 30 mil personas, mientras el estadio monumental del barrio de Núñez, casa del River Plate, se vestía de celeste, entre cohetes, confeti y serpentinas por decreto del dictador Jorge Rafael Videla.
La felicilandia de Carlos Salinas de Gortari –asentó Sergei Zavorotni- tuvo hasta su himno, cantado por el grupo musical “Timbiriche”, para honrar al cuadro verde que, con la previa, obligada y consabida visita a Los Pinos, se batió como los mejores en la Copa América en la década de 1990, acompañando las glorias boxísticas de Julio César Chávez, otro de los grandes favoritos del régimen del (neo) liberalismo social.
Los mismos pasos siguió Ernesto Zedillo Ponce de León, antiguo ciclista y atleta, amigo de los deportistas mexicanos e impulsor de grandes eventos, fanático del Necaxa de la Primera División, personaje de pocos entusiasmos; pero elogiado por los burócratas deportivos internacionales.
Lo mismo se pretendió en junio de 2002, cuando hasta el gabinete del supremo gobierno de Vicente Fox fue obligado a ir a la residencia de Los Pinos a gritar a favor de la patria y sus colores en la Copa del Mundo de Corea-Japón; pero el sueño acabó cuando Estados Unidos, con goles de Brian McBride y Landon Donovan, eliminó al “Tri” que dirigía Javier Aguirre.
El drama nacional siguió su curso inexorable; y sin embargo, como alguien dijo razonadamente, ¡qué bueno que hasta ahí llegamos!, si se reflexiona la forma en que se empezaban a capitalizar las actuaciones del equipo de las ilusiones perdidas.
En la sala de la casa presidencial se vieron por televisión escenas ridículas, chabacanas y patéticas, de Fox vestido de verde y chiflando; de la señora Marta sonriendo con su playera blanca; del canciller Jorge G. Castañeda con cara de “what” y la pambolera Xóchitl Gálvez dando más saltos que un mono con urticaria, con la presencia añadida del secretario de la Defensa, Ricardo Clemente Vega García, muy serio.
En esas horas de la madrugada del 17 de junio poco importaba el desempleo, el estancamiento económico, la entrega y secuestro de la política exterior, los palos de ciego de ese sexenio, la violencia y el desgobierno que empezaban a desplazarse por todos lados.
En ese instante se disiparon las dudas acerca de la manera en que, como fenómeno social, el deporte era manipulado por los gobiernos a través de los medios de comunicación que, como la televisión, pelean en cada justa mundialista por las audiencias, y llegan a convenios ventajosísimos cuyas ganancias rebasarían expectativas en millones de dólares por cada partido en que avance la selección.
Esto ha ocurrido cada cuatro años; pero siempre y cuando de triunfos se trate, porque las empresas televisivas se vuelven míseras y enseñan el cobre ante derrotas que significan pérdidas, sin que mejor no se hable de ellas, para no ofender el honor nacional ni los colores patrios.
Así lo expresó el prolífico periodista y mejor amigo, Humberto Musacchio, encargado de documentar en “Milenios de México” -monumental obra enciclopédica- nuestras grandezas y miserias, además de biografiar a insólitos personajes de todos los orígenes, cuando los mexicanos volvieron a la realidad luego de la eliminación mundialista a cargo de Estados Unidos.
Sobre esas penurias hubo quienes se preguntaron por qué su sueldo se encogía, meditaron sobre las alzas eléctricas, el caos fiscal, el incumplimiento de las promesas foxistas y la extinción de ramas enteras de la industria nacional.
Y al futbol como Nembutal, agréguense el esquizoide reality show “Big Brother” de aquella década, las telenovelas, los talk shows de Laura (Bozo) en América, Martha Susana Gómez, Rocío Sánchez Azuara y Cristina Saralegui, funciones rematadas con las entretenidas tardeadas domingueras de “Coque” Muñiz heredadas de Raúl Velasco, el filósofo de Celaya, Guanajuato.
Y para concluir diríamos como Adela Micha: “Vicente…tú, tú -con la vaca, tu tocaya Chenta,- también estás nominado…”; es decir, fuera de todo, sin que al fenómeno distractivo futbolero cuatrienal escaparan los malos conductores que los medios mexicanos padecen desde que nos acordamos, para desgracia de muchos y enriquecimiento de unos cuantos.
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