Joel Hernández Santiago
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” dijo el presidente chileno Salvador Allende el 2 de diciembre de 1972, durante su visita a México, antes de ir a Estados Unidos para intervenir en la Asamblea General de la ONU. Fue en el Auditorio de Leyes de la Universidad de Guadalajara.
Y enseguida acotó: “primero que todo debe ser un buen estudiante” y “aprovechar su formación, pagada en el caso de la universidad pública por los contribuyentes, revirtiendo la misma en la sociedad. Debe huir del dogmatismo y el sectarismo, estar amparado en el respeto, en resumen: no basta con ir con el ‘Manifiesto Comunista’ bajo el brazo y creer que por ello lo ha asimilado, exigiendo actitudes y criticando a hombres, que por lo menos, tienen consecuencia en su vida”.
Fue un gran discurso. Inolvidable. Aquel día, quienes eran estudiantes hechos y derechos recibieron con sorpresa feliz aquel discurso; quienes apenas teníamos los ojos abiertos para lo que sigue sabíamos que aquella arenga contenía algo nuevo, fresco, vigoroso, estimulante y que exigía responsabilidades.
… Una invitación al cambio, a llevar las cosas hacia los terrenos de la justicia social con la participación de todos, construyendo instituciones y gobiernos fuertes, sanos, vigorosos y con responsabilidad social. Gobiernos de lo social con la sociedad. Un mundo feliz, pues. El sueño de quienes caminamos del lado izquierdo de la calle.
Como tenía que ser, el discurso aquel pasó a ser uno de los grandes discursos de la historia del hombre y del político. No sólo en aquel momento para los muchachos que lo escucharon en Guadalajara aquel día y que terminaron de pie, aplaudiendo a rabiar y gritando ¡vivas! porque finalmente se reponía en la maceta la idea de un cambio en México, la que venía de cuatro años antes, con la masacre el 2 de octubre de 1968.
‘Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica’. Se repetía luego, por todos lados. Los viejos políticos acostumbrados al discurso de una revolución institucionalizada por 42 años entonces, veían con interés pero también con cierto desdén que a los muchachos se les inoculara la idea de ser revolucionarios. Claro, aquellos políticos, se habían apropiado de una revolución, de la Revolución Mexicana, que había pasado de rebelión a discurso: “Somos herederos de la Revolución” se decía por entonces en México.
Pero ya estaba digerida la jalea. Cuatro años antes los muchachos de entonces venían cavilando la idea de su propia revolución, una revolución de instituciones y gobierno, en un país que se dormía en sus laureles de gracia. Un país de presidencialismo que es una forma de absolutismo. Los muchachos de entonces querían participar en las grandes decisiones del país, querían ser parte y beneficiarios del ideal revolucionario y de los gobiernos elegidos por la mayoría ciudadana.
Esto es, querían democracia. Estamos hablando de 1972 y el país y su gente intentaban recuperarse de las heridas de 1959, de 1968 y de 1971. Habían sido heridas profundas y no podía ser menos que cambiar para cambiar, que es decir, no al gatopardismo. Querían democracia porque por entonces predominaba aquella fea costumbre del “dedazo”. En tono de burla fuera del país se decía: “En México saben quién será su presidente aun antes de las elecciones”. Como era. Había el gran elector de vidas y futuros: todo bajo el espíritu de la Revolución Mexicana.
Pero nada: aquella Revolución Mexicana iniciada en 1911 por Madero, un hombre que creyó aquello de que ya estábamos listos en México para la democracia fue asesinado pronto, junto con su vicepresidente Pino Suárez el 22 de febrero de 1913 a un lado del Palacio de Lecumberri de la Ciudad de México, y fue perpetrado por quien fuera su comandante de las Fuerzas Armadas: Victoriano Huerta quien lo traicionó, quien dio un golpe de Estado y quien apenas gobernó al país poco más de un año hasta su renuncia el 15 de julio de 1914.
Y de ahí en adelante la lucha entre mexicanos. Las diferentes visiones de un país estaban en juego. Carranza, Villa, Zapata, Obregón, Angeles, Blanco… Cada uno tenía el ideal de un país y de cómo debían de ser los cambios y quién se quedaría con el gobierno. Por la vía de la guerra interna y mediando traiciones muchas, ganaron los carrancistas y de ahí en adelante se definió lo que habría de ser este país: país de instituciones, país de gobierno fuerte, país de un solo hombre y del poco a poco desengaño.
Y ese primer ‘sólo hombre’ fue Plutarco Elías Calles, que institucionalizó a la Revolución Mexicana para hacerla gobierno y discurso, como también se nombró Jefe Máxico –Maximato- en el poder político de México desde 1929 como Partido Nacional Revolucionario, abuelo del actual Partido Revolucionario Institucional. El ideal Zapatista o Villista de reivindicación campesina pasó a ser memoria y olvido.
Los que perdieron la Revolución, en su mayoría, fueron asesinados: Zapata en Chinameca; Villa en Parral; Felipe Angeles, el gran artillero de la Revolución armada y artífice de la toma de Zacatecas habría de morir fusilado en Chihuahua; Lucio Blanco, el que hizo el primer reparto agrario a campesinos de Tamaulipas, pensando que la Revolución iba en serio, murió años después ahogado en el Río Bravo… Todos por órdenes de un hombre sin un brazo.
[Luego harían la broma de que al perder la mano en la batalla de Celaya y no la encontraban, lanzaron al aire un centenario de oro, de aquellos de entonces, así que de pronto la mano por sí sola saltó para apropiarse de la moneda]
La historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona. O, al final, diría Herodoto, todas las piezas toman su lugar en la historia.
Este día 20 de noviembre se celebrará lo que pudo haber sido y no fue. Este día 20 de noviembre se recordará que hace 108 años unos hombres y mujeres querían otro país y, por lo mismo, iniciaron una revolución y si llovía o tronaba, ellos estaban ahí para cambiar las cosas… Luego, pues luego ya se sabe que no terminó la Revolución. Que fue una Revolución inconclusa.
¿Qué sigue? Pues esa es otra historia, de la que iremos platicando paso a paso, pues la vida está ahí y las cosas pasan y las cosas ocurren. Es así, en la feria y su jugada.
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