HORIZONTE DE LOS EVENTOS.
México obtuso, endémico y atormentado: “como perro en el Periférico” -hace 35 años fijó Rockdrigo-, incapaz de ver otro tema que el del Tlatoani y el posible despilfarro y saqueo vertical del país por sus ujieres, en lo público.
En lo privado, en la cotidianidad ciudadana de los particulares, del infeliciaje, “una insólita manera de sobrevivir” (Idem): una vergüenza. Y una traición de todo, en todo, contra todos, la eterna “espera sin esperanza” -Felipe Tena Ramírez.
Tales exigencias inmediatas de supervivencia del pueblo y la avaricia subdesarrollada de la clase gobernante, igual que de las voces privilegiadas que tienen voz pública, en las mieles conceptuales de un Baco tequilero.
Pero más allá de la lucha intrapartidista con que nuestro sistema de partidos nos cega, existen recetas más poderosas que cuestionan el régimen al que estamos sometidos, como si todo el universo político, fuera el monólogo de los Partidos Políticos.
El debate no es ya, que orientación ideológico política ni qué color debe gobernarnos, sino cómo resolver la crisis de legitimidad del sistema de representación.
Los temas deben ser revisados simultáneamente. Y no debemos excluir más, las alternativas que van más allá de nuestra rudimentaria partitocracia -que no es- y explorar con imaginación y formación constitucional universal, cómo podemos salvar la tradición judeo cristiana sin traicionar los valores occidentales fundamentales: la razón crítica, la igualdad ciudadana y el control del Poder, orientado a estos principios.
En 1989 Luis Donaldo Colosio abrió el debate con la propuesta para desplegar “otra” representación, lograda con instrumentos de participación ciudadana con capacidad decisoria: Los Consejeros Ciudadanos en los organismos electorales y la creación del Servicio Electoral de Carrera, de cuyo padrón emanarían y serían elegidos los Consejeros. Y fueron creados.
Lamentablemente, el proceso parlamentario controlado por los PP, desvirtuaron la naturaleza de dicho Servicio Electoral y se arrogaron la facultad de sus nombramientos.
Y este es el fenómeno que identifica plenamente al sistema de Partidos y lo diferencia de la competencia entre ellos, que únicamente percibimos -en mi opinión- y no fácilmente, la que ahora preciso: Todos los Partidos, el sistema de Partidos, al ver que podía crearse una instrumentación jurídica que desarrollara otra representación política y que integrara el órgano electoral, en este caso, todos los Partidos, o mejor dicho, el régimen de Partidos, voto por su cancelación.
Y hasta la fecha.
No obstante, no es un asunto meramente teórico. Tampoco exige para su escrutinio, de la formación académica o científica. Es un asunto del observador fino, atento y “destrabado”, capaz de aceptar, independiente de la posición de poder que le sujete (o convenga), y es el caso de la Presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky, quien este año, tuvo la libertad de observar el fenómeno, al señalar que la razón y sentido que da existencia a los Consejeros Ciudadanos de los organismos electorales, debía ser revisada: Aquí esta propuesta exigida por la sociedad mexicana y requerida por el Estado mexicano, para robustecer su muy mermada legitimidad.
El siguiente, es el desarrollo técnico de aquella propuesta:
Diciembre de 1988. La desconfianza ciudadana generalizada en nuestros procesos electorales, aunado al aumento demandante participativo de nuestra sociedad en el segundo lustro de la década y los resultados del proceso federal electoral de 1988, indujeron al cerebro visionario de Luis Donaldo Colosio, y con él, al del Partido Revolucionario Institucional, a una reflexión profunda de la naturaleza normativa y estructural de nuestras instituciones electorales, que concluyó en 1989, en una vertiente, con la propuesta de creación del servicio electoral de carrera y de los consejeros ciudadanos electorales.
Antecedentes.
El escenario electoral por demás complejo de 1988 -que no acaba de desembocar-, nutrido directamente por las manifestaciones sociales y su incipiente pero vigorosa organización en el DF, a partir del terremoto de 1985, de las marchas estudiantiles multitudinarias de la UNAM a principios de 1987, de la escisión de Cuauhtémoc Cárdenas del PRI y la fundación del Frente Democrático Nacional (hoy PRD) en diciembre de ese mismo año, del agotamiento del sistema de Partido Único y la derecha revigorizada, y del resultado poco deseable e inesperado de la elección del miércoles 6 de julio de 1988, en su doble aspecto de legitimidad socialmente cuestionada y de poca participación del pueblo político, pese a su manifestación pública multitudinaria, constituyen los elementos mínimos de la reflexión aquella y la naturaleza propuesta por el CEN del PRI, para la creación del servicio electoral de carrera y de los Consejeros Ciudadanos ante los organismos electorales.
Nos encontramos que en 1985, un momento de por sí estático en lo gubernamental y económico. El país sumido en la peor crisis financiera del s XX –lo que ya es mucho decir-, contradictorio con la fuerza de la sacudida del fenómeno sísmico, dinámico y solidario para los habitantes de la zona metropolitana y aun para todo el país, con la afectación grave y la interrupción de muchos servicios públicos y comerciales, durante días. Llovido sobre mojado.
Aquel fenómeno trajo muchas reflexiones institucionales y colectivas consigo y fue el impulso determinante de nuestro proceso de descentralización, mismo que quedó establecido como criterio de Estado.
En la sociedad -mucho por la pasividad y frialdad de la limitada respuesta gubernamental- y más aún, en nuestra propia identidad nacional, floreció a fuerza de dolor y de necesidad, el vigor patrio por décadas no experimentado, sin intereses partidistas, ni imperativos vinculantes a la sociedad mercantilizada, sino emanado de la fraternidad mexicana, dentro de las fronteras mismas de nuestra vocación de solidaridad humana.
Allí sembrada la semilla de la reorientación de nuestra vocación participativa con capacidad decisoria y la consecuente necesidad imperativa de la conformación de nuevos esquemas y conductos encaminados desde la sociedad a la decisión pública, que evidenció cada vez más tronante, el agotamiento de nuestro Estado Revolucionario.
La necesidad de reestructurar el Estado y el nacimiento de la Reforma del Estado, como tema aún inagotado.
Con esta manifestación participativa palpable como carne viva y la coyuntura de una clase gobernante, poco sensible al estado social de excitación demandante de la clase gobernada –cada vez más castigada-, decisiones poco afortunadas y peor conducidas en lo general, es que fue propicio el surgimiento de la huelga de nuestra Universidad Nacional, dada la rectoría del titular, si bien hombre de grandes cualidades jurídicas, poco sensible y afortunado en su actuar político.
En consecuencia, el inoportuno aumento de cuotas estudiantiles y del rigor de los requisitos de admisión, medidas económica y académicamente justificables o no, fueron la chispa requerida en aquel ambiente para la explosión de una sociedad que reaccionó robustecidamente ya no, ante un fenómeno natural, sino ante una decisión administrativa, de un grupo particular en el poder: de consecuencias fatales para el anterior sistema político -que aún no agotan su rendimiento.