Redacción MX Político.- Durante años la familia de Rosario Ibarra de Piedra fue espiada por emisarios del gobierno que la seguían en autos y escuchaban sus conversaciones telefónicas; sufrió múltiples amenazas, su casa fue allanada por hombres armados y al doctor Jesús Piedra Rosales –esposo de doña Rosario– lo torturaron hasta romperle la columna.
Todo cambió para la familia a partir del 25 de noviembre de 1973, cuando su hijo Jesús, de 19 años, pasó a la clandestinidad con un grupo guerrillero y dos años más tarde desapareció a manos de agentes policiacos.
Los recuerdos de dolor, incertidumbre y miedo de aquellos años para la familia se agolpan en la memoria de la hija mayor, María del Rosario Piedra Ibarra, cuando se le pregunta sobre el impacto que tuvo en su vida la desaparición de su hermano Jesús, la decisión de su madre de lanzarse como candidata presidencial en 1982 y encabezar la lucha por los desaparecidos de la Guerra Sucia:
“A muchas familias de desaparecidos nos pasó lo mismo. Nos trastocó a todos; a ella, que por su condición de madre tuvo que desplazarse a otras partes de la República para continuar la búsqueda, y a toda la familia, por el hecho de que sufriéramos represión e intimidaciones, muy difíciles de superar en aquella época, porque no había instancias de justicia a las que se pudiera acudir.”
En 1973, cuando Jesús Piedra estudiaba medicina, acompañaba a su hermana Rosario a los círculos de estudio que se realizaban en la Universidad Autónoma de Nuevo León para discutir lo que pasaba en el país tras la matanza en Tlatelolco de 1968 y la represión de 1971 en la Normal de Maestros.
El 25 de noviembre de ese año Jesús decidió pasar a la clandestinidad. “Ya no puedo más”, le dijo a su madre por teléfono. A partir de entonces empezó el asedio policiaco a la familia Piedra Ibarra e incluso entraron a su casa hombres armados con metralletas y se metieron al cuarto que Jesús compartía con su hermano menor, Carlos. Él estaba dormido y al despertar lo primero que vio fue una metralleta.
“Buscaban papeles o algo que incriminara a mi hermano, pero sólo encontraron libros. Entraron a la casa con toda la impunidad y prepotencia que los caracterizaba. Mi hermano Carlos era un niño y se asustó. Fue algo que impactó a la familia y nos dimos cuenta cómo estaba la situación”, recuerda María del Rosario.
La casa –en la colonia Altavista, en el sur de Monterrey, a dos cuadras del Tecnológico– fue vigilada por agentes policiacos día y noche. Después vendría lo peor:
“Las familias no sólo sufrían por el preso o desaparecido; algunos de sus miembros fueron torturados. En nuestro caso le tocó a mi papá: lo torturaron tremendamente cuando ya tenía 65 años, porque estaba buscando a mi hermano. El 1 de abril de 1974 se lo llevó la Policía Judicial, lo sacó de su consultorio enfrente de todos sus pacientes y de su secretaria. Lo golpearon, lo ahogaron en agua con productos químicos que se usaban para revelar fotografías y le fracturaron una vértebra lumbar. Tuvo que estar en el hospital más de tres meses”.
La primera etapa de espionaje, amenazas, asedio y tortura duró hasta abril de 1975, cuando doña Rosario Ibarra dejó de tener contacto con su hijo. Entonces comenzó otra época igualmente difícil, cuando la señora Ibarra de Piedra decide lanzar su candidatura presidencial y encabezar la lucha por la aparición de quienes fueron acusados de guerrilleros.
Doña Rosario dejaba la casa por temporadas para buscar a Jesús. Al principio la acompañó su esposo, pero como era el sostén de la familia se quedó en Monterrey a seguir trabajando. Fue la hija mayor quien ayudó a su madre en sus viajes a la Ciudad de México, mientras que sus otros hermanos, Claudia y Carlos, continuaban sus estudios.
jvg