HORIZONTE DE LOS EVENTOS.
De los valores sociales emana la moral pública. Ellos condensan los compromisos de la comunidad nacional. Se construyen del equilibrio entre la dignidad con que la colectividad acepta y procura que vivan sus miembros, aun aceptando diferencias en seres y haberes, y, lo que es lo deseablemente permisible como desequilibrio. Ni muy muy, ni tan tán, para todos y entre todos.
Esa convención consuetudinaria se genera a paso cangrejo y caballo: dos para adelante, uno para atrás, dos para adelante, uno para un lado. Uno de frente, dos al lado. Con tropezones, puntos álgidos, quejas, bullicios. Conflictos y contiendas que llegan a ser jurídicas: las sentencias judiciales, llegan a conformar criterios de valores sociales, sus jerarquías, condiciones y coerciones.
De tanto en tanto, las pretensiones nacionales llegan a ser dominadas por los desequilibrios no deseados y se produce un quiebre, en el que se conflictúa la comunidad del país, se polariza y se enfrenta hasta que resulta un vencedor y dicta los criterios que definen los valores nacionales. Los instaurara y/o reinstaurara. Hacerlo exige una moral, la moral pública.
México ha vivido esas fracturas tres veces: La Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Mi lectura en esta ocasión de lo que el pueblo de México dirimió y definió en esos tres grandes movimientos sociales, fueron los valores nacionales y la moral pública.
Podemos ver con claridad que dichos movimientos evidencian una continuidad, por la naturaleza de los valores nacionales que cada uno -en virtud de los triunfadores, mayoría nacional, por demás- ha proclamado y que en cada movimiento, esa mayoría nacional triunfante, es heredera de la anterior, pues ha defendido postulados de la misma naturaleza y los ha desarrollado y direccionado mejor.
En los desequilibrios que han propiciado dichos enfrentamientos nacionales, también podemos encontrar enormes coincidencias en los factores, en los intereses, en los medios, y consecuentemente, en los segmentos de la comunidad nacional o extranjera, que los promueve, postula y pretende.
Que inciden siempre en tentaciones e intereses económicos y la mayor utilidad con el menor costo. La inercia cultural de ciertos sectores y linajes que ven en México, mano de obra barata -a partir de la Colonia, en que la esclavitud fue una realidad y que como es bien sabido, la agricultura, la ganadería, la minería y prácticamente cualquier oficio, cuando la mano de obra es regalada, es rentable. Y ello llevó a la lucha de la Independencia.
Prácticamente todo el s. XIX fue para definir si los postulados ya alcanzados en la Independencia, debían permanecer y de qué modo y la conclusión fue la Reforma. Tuvo que luchar la Nación nuevamente por su Independencia, esta vez para conservarla, y después, dictar en definitiva los valores nacionales: Las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857.
Ello es el Liberalismo, que Díaz no se permitió derogar. Construyó un sistema político liberal en lo político constitucional y conservador en lo socioeconómico, que llevó al país a otro gran desequilibrio, similar al de la Colonia, en el que aparentemente teníamos un Estado de Derecho: gobierno democrático, república federal, representativa, que en realidad a nadie del pueblo representaba, antidemocrático, en una república que no renovaba a los supuestos representantes (en virtud de la reelección, de la que ya veremos en esta, su nueva versión) y de un federalismo unido y muy cuestionable.
Mantuvo la unidad nacional, cediendo a los herederos de la Colonia, a los realistas y conservadores y a las potencias extranjeras que antes nos conquistaron, quisieron conquistar, con cargo al pueblo, que de nuevo trabajó en estado de esclavitud, sin derechos efectivos y ninguna posibilidad de ascenso en la nula movilidad social.
De una vez diré a quienes preguntan si Díaz fue un buen presidente: ¿qué tan bueno sería, que unificó a todo el pueblo en su contra?
Vino nuestro tercer gran movimiento social, que a aquellos derechos tan loables del liberalismo, agregó al Estado surgido de la Revolución, la obligación de tutelarlos.
Entonces, vuelvo a la moral pública: desempeñar un cargo en el Estado, significó un compromiso de lealtad para con ese deber tutelar de los valores nacionales proclamados en nuestra Constitución de 1917 -para abreviar el proceso-, constituyendo además, un alto honor patrio y ciudadano.
De esto deseo, se desprenda la noción comprensible de la moral pública. Abundaré un poco:
Los valores sociales siempre han imperado en el ideario de los libertadores y estadistas mexicanos: proclamados por Hidalgo, y por Morelos -ni se diga- en un hilo ideológico conductor que defendió Juárez y toda la Reforma, todos los liberales y que hizo suyos la Revolución Mexicana: El original artículo 27 de la Constitución del 17, ya estaba dibujado en la Constitución de 1857, basta ver los debates de Arriaga y Barreda, por ejemplo.
La convención del pueblo de México, exige al Estado que hizo triunfador, además de otorgar el derecho, le garantice pueda ejercerlo, según sus más inmediatas necesidades y limitaciones, para que lo haga efectivo (que si es analfabeta, que si es débil socialmente, que si es mayor, que si es mujer, en contra de los atavismos y factores reales de poder).
No basta que se garantice el derecho a la educación, si no hay escuelas. A la alimentación, si no hay comida en casa. Al trabajo, si no hay empleo. A una vida digna, si vivimos en medio de una realidad laboral-económica de explotación, desigualdad y pobreza mayoritaria. Sin mencionar la inseguridad a la que hemos accedido por descuido de la moral pública.
El Estado Revolucionario luchó por garantizar esos derechos y para ello, promovió e intervino en el mercado y la economía. Ya en el s. XIX, los postulados liberales eran trasnochados: el mercado no logró regular los desequilibrios sociales.
En México, como en el mundo, hubimos de volver al proceso de desequilibrio y enfrentamiento social, que el Estado no puede controlar. Las causas, los medios, los intereses y las pretensiones son nuevamente las mismas. Por eso esta claro que el Presidente habla de una 4T: no querrá otro gran movimiento social -guerra civil, aunque me parece que ya vivimos una.
Y esta nueva vuelta histórica de retroceso, de invalidación de derechos que costaron guerras, sangre, como el derecho a huelga, que ya ni existe, por ejemplo, propició también una moral pública degradada, donde toleramos con indiferencia lo que no queremos, lo que no deseamos, lo que sabemos que es indebido e injusto y que además, sabemos que no somos. Continuaré.