EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ilustración portada Shakespeare. Sonetos, (Bonilla-Artigas Editores, 2019).
Ciudad de México, sábado 21 de marzo, 2020. – No me refiero a este año que estamos pasando, más oscuro que una cueva, sino a la mañana del 28 de septiembre de 1593 cuando Edmund Tilney. Master of the Revels, clausuró los teatros de Londres por higiene y salubridad, tal como lo anunciaban los pregoneros en la City de Londres y donde vivían los actores y poetas que preferían estar cerca de los palenques, los burdeles y del teatro donde peleaba un oso encadenado contra unos mastines hambrientos.
Tilney anunciaba las medidas higiénicas para todos con unos engomados con el decreto pegados en las paredes por toda la ciudad y cerca de los teatros, en donde habían suspendido la puesta en escena de La masacre de París de Marlowe una obra sangrienta, tal como se presentaba al otro lado del Támesis, lejos de la City, pero no de los censores, ni de la peste.
La plaga cundió y, para finales del otoño azotaba la ciudad colándose entre las sábanas, como el diablo lo hacía con las doncellas que dormían en esa ciudad que, para entonces ya tenía doscientos mil habitantes.
En 1578, el puritano Thomas White escribió sobre otra plaga similar a ésta en esos años, justo después de haber cerrado los teatros pues, “todo parece que la enfermedad se hospeda entre nosotros y el origen es el pecado está en las obras de teatro, la causa principal de la plaga.”
Mr. Tilney le sugirió a la reina Isabel I que saliera de Londres para evitar que se contagiara. Por eso, se fue a Oxford donde le entregarían la primera versión bilingüe (inglés-latín) de las oraciones A la bendita Virgen María, regalo que les agradeció, felicitándolos y apremiándolos para que mejoraran su nivel de enseñanza. De Oxford se fue al palacio de Hampton Court, en el límite urbano del río Támesis, lejos de la podredumbre y de la peste bubónica que ya se había cobrado miles de víctimas.
—Annus horribilis –declaró la Reina antes de abandonar Oxford.
La peste bubónica es una enfermedad contagiosa provocada por el vacilo de Yersin y del que nadie sabía cuál era su origen. Tiempo después, se supo que era por ese vacilo mortal que trasmitían las pulgas (Xenopsilla cheopis) que habitaban en el lomo de las ratas negras (Rattus rattus) o grises (Rattus norvegious) que llegaban del extranjero en los barcos mercantiles para hacer sus nidos entre los muros de las casas de lodo y madera de Londres, perfectos nidos para esos roedores y sus pulgas que les chupaban la sangre cuando brincaban al brazo o al cuello de algún parroquiano que, a los pocos días, se le escapaba la vida con todo y una buba blancuzca cerca de donde había sido mordido.
Pensaban que la plaga era un castigo divino para los pecadores aunque las víctimas llegaron a ser hasta de cien mil almas que abandonaron sus cuerpos, entre la desesperación, el caos y la inmundicia de la ciudad.
Con los teatro cerrados por dos años, Shakespeare se puso a escribir dos poemas líricos: Venus y Adonis y La violación de Lucrecia dedicados al conde de Southampton, un mecenas, que lo premió para librar los años que estuvo sin trabajo. También escribió algunos Sonetos, como éste, imaginando a su amigo secuestrado por la peste:
Entonces, ¿tendrá que vivir entre la peste y con su presencia honrar a la impiedad para que, a través de él, el pecado presuma de su compañía?
¿Cómo puede una falsa pintura imitar el color de sus mejillas y robar el mortecino aspecto de su vivo color? ¿Por qué la pobre belleza busca en la sombra a las rosas, si su color es auténtico?
¿Por qué él debería vivir ahora que la Naturaleza está en quiebra, mendigando sangre para ruborizar sus venas? Tal parece que no tiene otro tesoro que él y, orgullosa de muchos, vive solo de sus ganancias.
Ella lo guarda para presumir de la riqueza que tuvo hace tiempo, antes que todo se pusiera tan mal.