HORIZONTE DE LOS EVENTOS.
Actos ejemplo de trascendencia, siempre hay los necesarios. Cuando México ha necesitado un hombre, lo ha tenido: A la muerte de los Madero y Pino Suárez, conmemoro al gran mexicano de San Cristóbal, magnánimo, repito, el Dr. Belisario Domínguez. Ejemplo de la más honorable virilidad patria.
Y siguieron los sacrificios chacales. Luego las purgas: el brazo manco de Obregón, costo de derrotar a Villa en Celaya ¡apoteósico! La traición a Zapata. La asonada delahuertista. La huida de Carranza (El Comandante de la Zona Militar de Tlaxcalantongo). La detención (“muertos”) de Serrano y R. Gómez. El asesinato de Obregón.
Entonces sí, uno: Calles ya pudo pensar. Hora sí pudo hacer. Ser. Y liberó la Revolución de los caudillos. Entendió muy bien la modernidad y a pasos agigantados llevó al país. Hasta el punto donde él mismo fue innecesario -situación que hoy, ya no es-; Pero hasta entonces, uno solo.
También, la Constitución de 1917, el tránsito de las asonadas a las instituciones (un solo Partido, pues sí, nació del que nomás quedó uno ¿qué otro?). También caminos, escuelas, trabajo, hospitales, irrigación, banco central, modernización del Ejército. Después, de los generales a los civiles. y un largo etcétera ¿Todo eso también fue una abstracción?
Levantamientos permanentes: la Enciclopedia MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, en “Agrarismo”, da cuenta de cómo ha habido al menos un levantamiento agrario en México al año, desde antes de la Independencia.
Aparte, los precedentes contrarrevolucionarios, multiplicados geométricamente desde 1970, sexenio tras sexenio, terminaron por aflojar la estructura ósea del Sistema Político Mexicano, que a la vez, lo debilitó, abrió huecos por donde colaron los intrusos que lo asaltaron y abolieron.
La estructura temporal de los sexenios primero fue sustituida y con ello, el valor, su por qué -y el significado verdadero- de los tiempos políticos que lo conformaban: el Sistema Político Mexicano reinó en la abstracción convenida sociológicamente al estructurar un sistema republicano, con períodos presidenciales sexenales y la formación de cuadros a cargo del Sistema, de los que accedían eventualmente a la Presidencia de la República.
De la misma manera que se formaba y valoraba profundamente, que quien fuera “elegido” para presidir los siguientes seis años, y para cualquier otro puesto, estuviera probado ya en una responsabilidad menor e inmediata inferior, desde la planta baja en los puestos básicos.
Se integraba el directorio escrupulosamente. El Sistema Político Mexicano tenía un calendario sexenal para todo el aparato político nacional. Los tiempos del sexenio y del Presidente estaban agendados. Eran compromisos adquiridos por el ungido sexenal. Igual los demás funcionarios, en lo económico, social, político, comercial, cultural, etc.
El epítome del Poder Presidencial, desde que Cárdenas fundó el Presidencialismo y completó el Sistema Político Mexicano con la expulsión de Calles, fue el destape del candidato presidencial sucesor y sus tiempos tangibles -de precisión inverosímil, por exactos, puesto que no estaban en ningún manual, ley ni en rango constitucional: puntualmente observados.
Debía ser después del Quinto Informe, cuando es más poderoso el Presidente: lo requería para sacar adelante al candidato que postulaba, pues los grupos priistas eran tan poderosos que siempre trataron de ganarle al Presidente y más esta decisión -por vía política.
El Presidente requería todo su poder para destapar al candidato y que todos los grupos lo apoyaran. Siempre en el camino lo podían tumbar. Él, con la mayoría de los hilos, debían alcanzarle para que asumiera la Presidencia. Por eso, después del Quinto (1º. de septiembre) y antes del período de registro de candidatos establecido en la ley electoral.
Desde el último proceso priista, el 88, hasta 1991, hablamos Colosio y yo, sobre la necesidad de reducir los tiempos de campaña, en virtud de la amplia cobertura de los medios de comunicación ya existentes, de vías de comunicación y transporte cada vez más ágiles, que redujeron la geografía.
En el comparativo internacional, ni se diga: En España, las campañas presidenciales, el 89, de Felipe González y Pepe Mari Aznar, bueno, y de Anguita, duraron 15 días ¡una cuarta parte de nuestro período de registro de candidatos! que era de dos meses (1º. de marzo al último de abril), cuando la campaña presidencial de Salinas, el 88, fue del 4 de octubre al 25 de junio ¡9 meses!
Hermético -cerrado, bien se ha dicho-: La exactitud geométrica de los últimos cuatro destapes no deja lugar a dudas de lo bien aceitado y que se habían cumplido los compromisos de sus tiempos con precisión, era el Sistema Político Mexicano: López Portillo, el 22 de septiembre. de la Madrid, el 5 de octubre. Salinas, el 4 de octubre.
Ahora bien, la media entre los extremos del 22 y el 5, es el 28 a media noche. Y la media entre el 22 y el 4 también es el 28, al comenzar el día. La media de ambos períodos es el mediodía del 28 de septiembre. Ahora, en virtud de la reforma electoral de 1986, el Informe cambió de fecha al 1º. de noviembre. Por lo tanto, el último destape del Sistema Político Mexicano en 1993, debía ser el 28 de noviembre, a las 12 del día -calculé el destape de Luis Donaldo. Y fue el mediodía de ese 28.
El desconocimiento y trasgresión de las reglas del Sistema Político que garantizaron el funcionamiento, vigencia y propósitos de la Constitución de 1917, propició que la inercia del Estado Revolucionario fuera en sentido de un espacio hostil a su existencia, de reglas, principios y consciencia de una clase gobernante que ignoraba las suyas y que se valió de él para hundirlo al apoyarse para posicionar el nuevo Estado neoliberal.
Cambios que relajaron la estructura del Sistema, hasta integrar hasta la más alta Magistratura al pensamiento contrario a su ideario, ideología, líderes y compromisos. Herederos del cientificismo porfirista, integrados al pensamiento de la Casa Blanca (hasta la fecha) que Harvard maquilaba -¿o exagero?
En 1982, el gobierno de la República reconoció el riesgo nacional, por el bajo nivel de la moral pública de la clase gobernante y convocó en el marco de la gran Renovación Nacional, a la “renovación moral de la sociedad”, por la frivolidad, los despilfarros e indiferente control en la administración de la riqueza nacional, del Presidente López Portillo y sus colaboradores.
Aunque él mismo se definió como el último presidente de la Revolución, don Pepe no era revolucionario, ni priista, ni político. Bueno, ni mexicano -vale la pena recordar cuando llegó al pueblo de Navarra de donde salieron sus ancestros, declaró que ¡él era navarro!
En todo caso, heredero del pensamiento de la Conquista, toda vez que el primer López Portillo llegó a América con Hernán Cortés -como afirma un estudio catalán. Luego, sus notables ascendientes sobresalieron tanto en la Colonia como el s. XIX, y más exactamente, con Porfirio Díaz.
Destaco esta parte biográfica del ex presidente, por su conducta ajena a lo que llamé “moral revolucionaria” -en las publicaciones que anteceden ésta.
Él, ni fue priista ni en su compromiso anidó la herencia del pensamiento revolucionario. Sino otro, más viejo, relajado, suntuoso y también frívolo (cuando termine su sexenio “me dedicaría a boxear y a pintar caballos”), sin menoscabo de su erudición y sólida formación constitucionalista -que lo hizo comprender muy bien al Estado Revolucionario-, orador poderoso, de profunda comprensión histórica. Heredero de los hilos más viejos del poder en América. Presencia escénica. Pero sin moral revolucionaria.
La Presidencia de la República durante la administración con don Pepe, relajó los principios del Sistema Político Mexicano, desvió sus propósitos, derogó compromisos históricos y canceló recursos destinados a ese fin, dispendió los recursos nacionales y dejó al Estado propicio para su abrogación.
Momento indicado para la instrumentación del proyecto importado de Miguel de la Madrid y la imposición temprana del neoliberalismo, que sustituyó para siempre al Estado Revolucionario. Con Miguel de la Madrid, ya hubo capilla en Los Pinos -¿o fue con Don Pepe?
La moral revolucionaria pasó de su alto registro -cotizada por escasa- del hombre en sociedad, a una mojigatez propia de los más inadaptados de sus miembros, rechazados por la mayoría formada en la cultura voraz de lo inmediato, propio del weltanschauung capitalista académico gringo -tan apreciado por los señoritos consentidos de la última élite: la ganancia pronta de la especulación forzada. Sin profundidades morales, sociales, históricas y/o ideológicas.