EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Noche de luna. (Foto de Alex Aldaco).
Ciudad de México, sábado 18 de abril, 2020. – Qué ganas de poder conocerlo todo y tenerlo en la cabeza para cuando se ofrezca, así como, poder declamar el soneto de Leduc… “Sabia virtud de conocer el tiempo; a tiempo amar y desatarse a tiempo… ”, y saber de memoria canciones, fórmulas, nombres, sucesos y fechas; entender la física cuántica y la entropía; por todo esto, me acordé lo que decía Sócrates sabiamente: “yo sólo sé que no sé nada”, que mis amigos de Guadalajara lo traducían como si hubiera dicho que “yo solo sé que no he cenado”.
Tal vez, por las ganas de conocer todo, he vuelto a oír a Margarita González, declamando el poema Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, “el poema de su vida”, como decía la monja. Es un poema barroco, culto y complicado conocido como Primero sueño que así intituló y compuso la madre sor Juana Inés de la Cruz imitando a Góngora.
Cuando empecé a oírlo me dejé llevar por su rima e imágenes que me envolvían como las olas del mar y, en medio de su oleaje, veían cómo se formaba ese especie de cilindro para que cayeran, uno tras otro, clavándome a tiempo si pensaba que me fuera a alcanzar una de ellas para evitar el revolcón, gozando de la vida como los niños, con todas esas historias que nos va contando hasta quedar ahíto, sobre la arena y con el alma plena.
Ese poema lo pude disfrutar más después de haber leído las explicaciones de Antonio Alatorre en el libro que publicó el FCE, como lo conté hace unos meses en “La deslumbrante experiencia de la hermosura”, en donde Alatorre, el de Zapotlán el Grande, aclara que lo que decía era para expresar su “deseo más íntimo y profundo de conocerlo todo, leerlo todo, sin límite alguno, sin fronteras, sin estorbos… a pesar de que sabemos que en cualquier época, no sólo en el Barroco, la humanidad se topa una y otra vez con el desengaño de no poder conocerlo todo… y, aunque esto es un hecho, no por eso se paralizan los poetas sino, todo lo contrario, se ponen a escribir.”
El periplo empieza en la noche, cuando se forma la “piramidal funesta” y la Naturaleza duerme, para que nos vaya contando su sueño con mucho de lo que ya conocía, como eran algunos mitos, leyendas y actualidades científicas de su tiempo, hasta que, de pronto, todo se empieza a iluminar y ella se despierta.
Por mi cuenta y riesgo, he estado atento al silencio de la noche. Algunas veces escucho el murmullo de las estrellas y, otras, el lejano pujido del motor de un camión que sube la cuesta de la lejana carretera o las sirena de alguna ambulancia, en cambio, Sor Juana escuchaba “las nocturnas aves, tan obscuras, tan graves”, para seguir soñando que escalaba grandes alturas para que, desde ahí, pudiera verlo todo.
Ese deseo lo asocia con Faetonte, el hijo del Sol, quien convenció a su padre lo dejara conducir el carro de fuego y, cuando estaba en las alturas, suelta las riendas y cae para convertirse en polvo y humo. Sor Juana se identifica con él, porque ella también trató de subir a las alturas hasta que se quedó “suspensa, pero ufana”, como nos podemos sentir cuando nos damos cuenta de todo lo que nos falta por conocer.
Margarita González aceptó trabajar conmigo en dos lecturas dramatizadas: La locura (por celos) de Leontes, tomado del Cuento de invierno de Shakespeare una historia que me impactó, tal vez, por el miedo que me diera esa locura por celos.
También leyó conmigo Píramo y Tisbe, la obra dentro del Sueño de una noche de verano en un festival de teatro organizado por John Morrow en San Miguel Allende y, luego, en La Capilla del Helénico en la Ciudad de México.
Todo duerme en silencio hasta que, al final, nos despertemos como ella con el buen sabor de boca que nos deja cuando le cantamos a la vida.