Los clubes nocturnos de Europa están cerrados, pero eso no significa que los fiesteros del continente se queden en casa, pues a medida que se alivian las medidas de la cuarentena por el coronavirus, las fiestas rave ilegales ganan popularidad.
Las fiestas al aire libre para cientos o miles de jóvenes que se organizan mediante las redes sociales y las aplicaciones de mensajería están en pleno apogeo todos los fines de semana y son un dolor de cabeza para policías y legisladores, pues provocan el debate público y el pánico en los medios de comunicación.
Tom Wingfield, profesor titular de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, apunta en un correo electrónico que no hay estudios médicos sobre el coronavirus y las fiestas al aire libre, pero que una probable falta de distanciamiento social plantea riesgos de transmisión. “Agregue alcohol o drogas y esos riesgos podrían exacerbarse”, escribió.
Algunos países han intentado recuperar los clubes nocturnos. En Suiza, la mayoría de las regiones permitieron que esos lugares volvieran a abrir en junio, siempre que se obtengan los datos de contacto de los asistentes; pero después de que muchos de ellos dieron información falsa, las verificaciones de identidad se hicieron obligatorias en algunas áreas.
Los clubes en Barcelona reabrieron a finales de junio, pero volvieron a cerrar semanas más tarde debido a un rebrote del virus en la ciudad.
En la mayoría de los países la idea de pistas de baile llenas de gente es impensable. Muchos operadores de clubes nocturnos temen que serán los últimos negocios a los que se les permita reabrir.
Mientras tanto y a pesar del riesgo, miles están de fiesta en secreto. Un fin de semana de julio los reporteros de The New York Times asistieron a raves en Berlín, Londres y cerca de París.
A medianoche de un sábado comienza un rave en un campo en las afueras de Berlín. Un disc-jockey en pantalones cortos está parado cerca de tornamesas conectadas a un generador, tocando una cálida mezcla de house y techno. Cerca se instaló una carpa donde se expende cerveza y hay luces multicolores colocadas en los árboles.
La multitud, de unas 200 personas, aumenta a cada minuto. A pesar del letrero que indica a los asistentes que deben mantener una distancia de al menos 1.5 metros, el área de baile está llena y nadie lleva máscaras o cubrebocas.
Con el cierre de los clubes de Berlín durante el verano a causa de la pandemia han surgido fiestas ilegales, como ésta, para llenar el vacío. La mayoría de estos convivios son gratuitos y se llevan a cabo en lugares aislados para escapar del escrutinio policial; muchos se anuncian por Telegram, la aplicación de mensajería encriptada. Para llegar a la fiesta del sábado los asistentes tuvieron que seguir un mapa enviado mediante la aplicación y caminar 15 minutos desde la estación de tren más cercana a través de un área industrial vacía.
Aunque el número de nuevas infecciones por coronavirus sigue siendo relativamente bajo en Alemania, las cifras han comenzado a subir en las últimas semanas, y fiestas como ésta han abierto un debate sobre si los jóvenes están amenazando el tan aclamado éxito del país en el control de la pandemia.
La persistencia de las fiestas clandestinas ha enfurecido a algunos políticos y funcionarios de salud pública, y ha complicado los intentos de los dueños de clubes de Berlín para que les autoricen la reapertura.
En tiempos normales la orilla boscosa del Étang de la Haute Maison, un estanque 20 kilómetros al este de París, Francia, es un lugar ideal para los pescadores.
Pero un sábado por la noche, una multitud diferente se reunió en el bosque junto al agua: alrededor de 400 jóvenes, moviéndose al ritmo de la música techno que retumbaba por los altavoces mientras los focos barrían la pista de baile.
La popularidad de las “fiestas gratuitas”, como se conoce aquí a los eventos ilegales, ha aumentado en los últimos meses. “Es cierto, desde el final del encierro hemos visto a muchas más personas asistiendo a las fiestas gratuitas”, dice Julien Faùx, de 26 años, un asistente habitual a estos eventos desde antes de la pandemia. Él bailaba detrás del DJ ese sábado por la noche mientras una bandera con una calavera y dos tibias cruzadas, colgada entre dos árboles, ondeaba sobre su cabeza.
La fiesta, llamada The Piracy, tenía todas las características de una reunión legal: una página de Facebook anunciaba una alineación de DJ y las entradas se vendían en línea.
La diferencia fue que la ubicación se dio a conocer sólo por correo electrónico menos de una hora antes de que comenzara The Piracy. Llegó con una advertencia para acercarse al sitio en silencio y no decirle a nadie más dónde estaba.
“La gente necesita esa libertad para divertirse”, dice Sarah Stalter, de 21 años, estudiante universitaria suiza de vacaciones en Francia. A su alrededor había cientos de personas sin cubrebocas, algunas apiñadas en la pista de baile en un claro del bosque, mientras otras se sentaban a un lado en grupos, compartiendo botellas de alcohol y cigarros de mariguana.
“Me importa un bledo”, dice Stalter mientras se mueve al sonido de los ritmos del techno. “Por supuesto que este virus me asusta, pero tengo que disfrutar de mis 20”.
La proliferación de fiestas ilegales plantea un desafío para las autoridades locales, que han oscilado entre la represión estricta y hacerse de la vista gorda.
En Londres, Inglaterra, justo después de la medianoche del viernes 24 de julio, dos jóvenes estaban en una calle del distrito de Tottenham, rodeados de almacenes de ladrillos, con aspecto perdido.
“¿Vas al rave?”, preguntó un hombre con acento elegante a un transeúnte. No podía averiguar dónde estaba, agregó: el mapa que le habían enviado a través de WhatsApp era confuso.
Los detalles de la fiesta que estaban buscando se la habían enviado a un grupo en la aplicación de mensajería unas horas antes: para unirse, tenía que enviar una cuenta de redes sociales para que los organizadores pudieran verlo. Los boletos anticipados se vendieron a través de PayPal.
Los mensajes en el grupo de WhatsApp incluían llamados a la discreción. “Estamos protegiendo a nuestra comunidad”, decía uno. “No comparta nuestra información con nadie”, agregaba.
“Es como una operación militar”, dijo uno de los hombres de voz plomiza, después de descifrar el mapa. “Si la gente pone la mitad de esfuerzo en resolver el coronavirus, ya estaríamos fuera”.
The Guardian ha declarado que Gran Bretaña se encuentra ahora en medio de un “impactante regreso del rave”. Hace unos 30 años, los jóvenes de aquí crearon un pánico moral cuando comenzaron a celebrar fiestas en lugares secretos, alimentados por el éxtasis y el acid house, un nuevo tipo de música de baile en ese momento.
Algunos organizadores de las fiestas han intentado responder a la preocupación pública: “Se ha tomado la medida covid-19”, decía un mensaje en el grupo de WhatsApp sobre el evento. “A la entrada estarán a su disposición mascarillas faciales y gel hidroalcohólico”, agregaba. Esto no se veía a la llegada y sólo una docena de asistentes usaba cubrebocas. Para la mayoría, el coronavirus parecía estar lejos de sus mentes.
Al día siguiente los organizadores de la fiesta enviaron un nuevo mapa al grupo de WhatsApp con detalles de otra fiesta esa noche, y una súplica: “Por favor, no compartir”.
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