EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ciudad de México, sábado 26 de septiembre, 2020. – La semana pasada la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM organizó un homenaje virtual al maestro José Luis Ibáñez (1933-2020) coordinado por Horacio Almada, quien invitó a maestros y amigos para que lo recordaran: Julissa, Anamari Gomís, Margo Glantz, David Huerta, Luz Aurora Pimentel, Dr. Josu Landa, Aimée Wagner, etc.
Conocí al maestro Ibáñez en el 2010 cuando asistí a su Cátedra sobre Cervantes y Shakespeare y viceversa y, luego, en sus clases en la Facultad y en los cursos que organizaba como aquel de Sor Juana o ese otro en donde se trataba de varias novelas en donde el teatro juega un papel importante como fue en Mansfield Park de Jane Austen.
Fue el mejor maestro que he tenido en mi vida. Entre otras cosas, entendió mi afición por las obras de Shakespeare y me ilustró sobre lo más importante del Siglo de Oro español, entre otras cosas, sugirió que no comparara, sino que contrastara, cosa que me ha servido de mucho en esta vida. Estas son algunas notas que tomé durante la Cátedra para que tengan una idea de esa sabiduría, sazonada con buen humor:
Los dos autores mueren en 1616. Cervantes con 69 y Shakespeare con 52 años de edad. Todo parece que éste leyó El Quijote traducido por Thomas Shelton (1612), para que John Fletcher lo invitara a colaborara en Cardenio, tomado del Quijote.
Es notable la diferencia en cuanto a viajes: Shakespeare no viajó nunca fuera de ir y venir a su casa en Stratford-upon-Avon; Cervantes estuvo en 1571 en la guerra de Lepanto, en el Golfo del Corinto en Grecia, donde quedó con el brazo torcido; luego, lo secuestraron los árabes y fue hecho prisionero en Argel hasta que apareció en la península por la costa sur de España y, como pudo, llegó a Castilla antes de irse a Madrid una ciudad que tiene un clima parecido al de Granada: nueve meses de infierno y tres de invierno.
Habló de Felipe II cuando vivía en El Escorial donde se estaba muriendo hecho “un gargajo, porque se le acababa la carne antes de morir con esa vista directa de su recámara a la capilla que se mandó construir, pensando que nada más iba a dar el salto, sin saber que ahí mismo se pudrió en vida.”
Felipe IV le cedió el poder al Conde-Duque de Olivares, el más poderoso de todos los hombres que lo pintó Diego Velásquez: un nalgón montando a caballo, sin saber que lo había pintado “cuando el todo poderoso estaba a punto de caerse.”
Sergio Fernández se preguntaba: ¿cómo habrá escrito Miguel de Cervantes tantas y tantas páginas teniendo activo sólo un brazo? ¿En dónde hizo todo lo que escribió antes de don Quijote?
Shakespeare escribió 154 Sonetos y 37 obras para el teatro isabelino (pero decía que “no está bien decir ‘isabelino’, debería de decirse ‘elizabelino o elizabelano’, peor éste último que no nos gusta mucho porque termina en ‘ano’); la reina de Inglaterra era Eliza, no Isabel, que esa era la Católica, la de Fernando de Aragón.
Cuando hablaba del teatro decía que ahí era donde se daba la cuadratura del círculo, las realidades distintas, donde la exactitud no está en la verdad, sino, como decía Vicente Huidobro, “en donde se dan los cuatro puntos cardinales que son tres: Norte y Sur”; y que la convención teatral es la fe que nos da la imaginación. Pues bien, el teatro inglés es esa cuadratura en el círculo: el escenario cuadrado en un círculo a su alrededor.
En el teatro –decía Ibáñez– sucede todo lo que no cabe en otro lado pues, “todo el mundo es un teatro y todos los hombres y las mujeres, simples actores…” o en el Prólogo de Enrique V: “¿podrán caber dentro de esta ‘O’ por lo redondo los vastos campos de Francia y los cascos que sembraron de pánico bajo el cielo de Agincourt?”
Humor, sabiduría y erudición, tres virtudes en una sola persona.