Coordinadas por Eduardo Macías
Ricardo Del Muro
Han transcurrido 284 días desde que las autoridades informaron que una joven tuxtleca había presentado síntomas de coronavirus. Fue el primer caso positivo en Chiapas. Desde entonces se han registrado 7 mil 163 contagios y han fallecido 572 chiapanecos. Hubo un tiempo en que el deceso de un ser querido se anunciaba mediante una esquela para convocar a los amigos a reunirse en alguna funeraria para despedirlo. Algunas familias, que conservan sus tradiciones istmeñas, organizaban una fiesta (luctuosa, debe añadirse, para no deformar su significado) con música, preferentemente de marimba, y los platillos preferidos del difunto.
Ahora, por temor al contagio, se han suspendido los velorios. Encerrados en nuestras casas nos enteramos de las muertes de familiares y amigos. Al funeral sólo asiste la familia cercana y los demás les hemos dicho adiós desde lejos. Los demás paisanos fallecidos se han convertido en un número. Sólo se sabe que la defunción número 572 en Chiapas corresponde a un paciente masculino, de 60 años de edad, originario de Tuxtla Gutiérrez, la capital chiapaneca, quien presentaba diabetes, hipertensión y obesidad.
Nuestra entidad, desde el 20 de noviembre está en “semáforo epidemiológico verde”, lo que significa un nivel de “riesgo bajo” y aunque se ha reanudado la mayoría de las actividades económicas, todavía no recuperamos nuestra vida normal; tal vez, nunca la recuperemos. Ahora las autoridades se refieren a la “nueva normalidad” y en Chiapas se anuncia que posiblemente en enero del próximo año regresen los niños y jovenes estudiantes a las aulas. En última instancia, serán los padres de familia, quienes decidirán si sus hijos regresan a la escuela.
Al finalizar el año, la mayor parte del país está marcado con rojo. Los casos confirmados llegaron a un millón 250 mil 44 y, tristemente, han ocurrido 113 mil 953 muertes. Aunque en Chiapas estamos en “semáforo verde”, el riesgo continúa y se deben seguir las recomendaciones sanitarias para disminuir los contagios, como son sana distancia, uso de cubrebocas, estornudo de etiqueta y lavado constante de manos.
Hasta hoy, afortunadamente, nadie se ha contagiado en nuestra familia; me refiero a mi esposa, nuestros dos hijos, mi nieto y mi nuera. Incluso nos hemos sometido a pruebas. Pero la pandemia ha estado cerca. Enfermó y murió un tío muy querido, y un amigo, muy cercano, fue infectado y, no pudo evitar las lágrimas, cuando nos compartió su angustiante experiencia desde el momento en que se le presentaron los primeros los síntomas.
Encerrados en casa, nos enteramos del suicidio de otro entrañable amigo. Tal vez lo mató la depresión. Desgraciadamente tomó esa fatal decisión y la respetamos. No es fácil permanecer enclaustrados. No exagero al decir que todos, durante este año, hemos padecido sentimientos de tristeza o frustación. Algunos han sufrido el fallecimiento de un ser querido; otros están angustiados porque perdieron su empleo o quebró su negocio. En otras familias, este encierro forzoso ha provocado que afloren los conflictos y los demonios, por lo que, según las estadísticas, han aumentado los casos de violencia familiar.
A pesar de que Chiapas está considerada como una de las entidades más seguras del país, durante este año (entre enero y octubre) se recibieron 4 mil 777 llamadas de emergencia al número 911 por presuntos casos de violencia familiar. Las denuncias por este delito (3 mil 841) fueron el dos por ciento en promedio del total nacional (184 mil 462) y también son inferiores a las 22 mil 746 denuncias hechas en la Ciudad de México, pero en nuestra entidad hubo 20 feminicidios en tiempos de la pandemia.
Hace unos días, el 12 de diciembre, se celebró el aniversario de la Virgen de Guadalupe, Santa Patrona de México que cada año congregaba a mutitudes, pues más allá del simbolismo religioso es uno de los elementos fundacionales de nuestra identidad. Pero en este año no hubo multitudes. El cardenal Carlos Aguiar ofició una solemne “misa virtual” que se transmitió desde la Basílica, vacía, sin feligreses. Fue una celebración a distancia porque se transmitió por la televisión.
Ante la emergencia sanitaria se incrementó la educación a distancia y el trabajo virtual, al grado que la Cámara de Diputados aprobó, el 9 de diciembre, reformas a la Ley Federal del Trabajo para incluir en las relaciones laborales el teletrabajo, como “la prestación de un servicio remunerado y subordinado en un lugar distinto al centro laboral, mediante el uso de tecnolgías de la información”. Entre otros beneficios, incluye el derecho de los empleados a la desconexión, para que su jornada se limite a la contratada con el patrón.
Ahora que lo pienso, en este año he sido un ermitaño, una especie de anacoreta virtual al igual que muchos otros. Desde casa trabajo, estudio, me comunico con amigos y familiares, estoy informado de las noticias de México y del mundo e incluso puedo hacer las compras del super. Desconozco cuánto dinero he ahorrado en gasolina, pero este año disminuyeron mucho mis salidas a la calle. Algo que, aunque me cueste admitirlo, en un principio consideré una riesgosa aventura en la que había que salir al exterior con la protección del cubrebocas, mica protectora y la indispensable botellita de gel antibacterial.
Recuerdo el testimonio, publicado en un periódico virtual, de Antonio Cuppari, un anciano de 83 años que recordaba su infancia en Milán, Italia, cuando las tropas aliadas recuperaron la ciudad de los alemanes en abril de 1945, y comparaba aquellos años con estos, cuando avanza la pandemia: “Sí, esto es efectivamente una guerra, sólo que da más miedo porque no puedes ver a tu enemigo y sabes que en cualquier momento te puede atacar”.
Ha sido un largo año. Fue entre diciembre y enero cuando comenzó a difundirse la noticia sobre una neumonía desconocida y mortal que había aparecido en una ciudad de China. Parecía algo lejano pero bastaron veinte días para que un hombre infectado llegara por vía aérea a Estados Unidos y poco después, el viernes 27 de febrero, fuera confirmado el primer caso de coronavirus en México: un hombre de 35 años que llegó al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México procedente de Italia.
Dos días después, el domingo primero de marzo, se detectó el primer infectado en Chiapas: una mujer de 18 años que estaba estudiando en Milán (Italia) y había regresado a visitar a su familia en Tuxtla Gutiérrez. Mi abuela, en paz descanse, hubiera dicho que fue una cruel jugada del destino. En Chiapas donde todo, incluso la Revolución, parece haber llegado con retraso, la pandemia nos alcanzó muy rápido.
En aquel momento, el número de personas infectadas superaba los 100 mil casos con 3 mil 400 muertes en todo el mundo. Nadie imaginaba que para diciembre la infección alcanzaría a más de 70 millones de personas y la cifra global de fallecimientos sería de 1.6 millones. Adelantandose a las previsiones oficiales, cuando iniciaba la reestructuración del sistema de salud pública en México y apenas empezaba a operar el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), la epidemia del coronavirus llegó al país.
Fiebre, tos seca y cansancio son los primeros sintomas que se identifican en las personas infectadas y que en muchos casos degenera en una neumonía aguda y mortal. El nombre oficial de la enfermedad: COVID – 19 fue anunciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de febrero; es un acrónimo de coronavirus disease 2019 (enfermedad por coronavirus 2019, en español).
Ante la incapacidad para contener la epidemia, la OMS primero declaró una emergencia internacional de salud pública, pero el 11 de marzo, concluyó que el COVID-19 es una pandemia, es decir, que no se podía evitar la propagación mundial del virus.
Fue una alarma mundial. Cuando se realizó la primera conferencia del Sector Salud de México, el 27 de febrero, la pandemia ya se encontraba activa en 33 países. Ese día se confirmó el primer caso de coronavirus en el país y a partir de entonces, a las 19 horas, el subsecretario de Prevención y Promoción de Salud, Hugo López- Gatell se convirtió en una especie de “showman” al informar todas las noches sobre el número de infectados y muertos a causa de la pandemia.
Al paso del tiempo, la figura mediática de López – Gatell se desgastó. El número de contagios y fallecimientos reportados diariamente por el subsecretario de Salud en sus conferencias ha recibido cuestionamientos frecuentes, indicando un posible subregistro y ocultamiento de las cifras. Hubo incluso nueve gobernadores, que después formarían una Alianza Federlista, quienes, el 31 de julio, demandaron la renuncia de López – Gatell.
En un principio, por las características de mi trabajo periodístico, estuve atento al debate en torno a las cifras del coronavirus. El constante cuestionamiento de la mayoría de los periodistas, en su obsesiva repetición, perdió sentido. Hasta que, debo confesarlo, acepté que era una tarea no sólo infructuosa sino también sospechosa.
El gobierno, según el artículo cuarto constitucional, debe garantizar a los mexicanos el derecho a la salud mediante acciones preventivas y servicios médicos gratuitos pero esto va más allá del manejo de cifras y mucho tiene que ver con el respeto a los derechos humanos y la responsabilidad de cada persona.
En Jalisco, por ejemplo, el gobernador Enrique Alfaro decretó el uso obligatorio de cubrebocas pero esto degeneró en el arresto violento por la policía y la muerte de Giovanni López, un joven albañil detenido el 4 de mayo por no usar mascarilla mientras transitaba por una calle de Ixtlahuacán de los Membrillos, municipio ubicado a unos 40 kilómetros de Guadalajara.
En la Ciudad de México, que permanece “al límite” de la maxima alerta con 254 mil 543 casos confirmados acumulados, 32 mil 429 contagios activos y 18 mil 802 muertos por coronavirus, la Procuraduría Social ha recibido un promedio de 70 quejas vecinales diarias por la organización de fiestas o reuniones sociales.
La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinmbaum, ha declarado que la capital se encuentra en emergencia ante el aumento de casos de coronavirus y los hospitales están al 74 por ciento de su capacidad, registrándose un promedio de 400 ingresos diarios, por lo que casi ha suplicado a la población que se quede en casa.
El 18 de marzo se registró en México el primer fallecimiento de una persona infectada por coronavirus; se trató de un hombre de 41 años que estaba internado en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), y que además padecía diabetes. Pocos días después, el 6 de abril, el coronavirus tuvo su primera víctima mortal en Chiapas. Se trató de un hombre de 55 años, con domicilio en el municipio de La Independencia, perteneciente al Distrito de Salud número III de Comitán, informó la Secretaría de Salud estatal.
Fue el caso número 18 de coronavirus en la entidad, cuyo periodo de contagio fue del 11 al 19 de marzo, periodo en el que trabajó en la ciudad de Tijuana, Baja California; el 27 de marzo comenzaron los síntomas. Tres días después, el primero de abril, ingresó al Hospital General “María Ignacia Gandulfo” en Comitán.
Antes de que este fuera hospitalizado, el domingo 22 de marzo se realizó una procesión para venerar a San Caralampio, el santo patrono al que se le atribuye haber salvado a los comitecos de la peste que azoló la región a mediados del siglo diecinueve. Al final, sin cuestionar el poder milagroso del santo, falleció el paciente número 18.
Al día siguiente comenzó la Jornada Nacional de Sana Distancia en todo el país. El 15 de marzo fueron suspendidos los partidos futbolísticos de la Liga MX, noticia que afectó más a los mexicanos que el inicio de la segunda fase de la emergencia (26 de marzo), en que se suspendieron las actividades “no esenciales” del gobierno federal, con excepción de aquellas relacionadas con la segurida, salud, energía y servicios de limpieza. Evitando lo innecesario, irónicamente, también se suspendieron las sesiones en la Cámara de Diputados, el Senado y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Hasta ese momento en el país se habían confirmado 1094 personas contagiadas y 28 defunciones. En Chiapas, el gobernador Rutilio Escandón anunció que el Centro de Convenciones y Poliforum Mesoamericano en Tuxtla Gutiérrez se transformaría en un hospital para atender a los pacientes de coronavirus.
El 31 de marzo, se reportó el fallecimiento de un médico de urgencias que trabajaba en la clínica 7 del IMSS de Monclova, Coahuila. Pronto se generalizaron las protestas de los médicos en la Ciudad de México y otras ciudades del país, reclamando por la falta de insumos, de protocolos y de personal para atender a enfermos de coronavirus.
Hubo también denuncias de médicos y enfermeras que fueron insultados, bañados en cloro, amenazados de muerte, impedidos de usar el transporte público, ingresar a comercios e incluso fueron agredidos o insultados en la puerta de sus hogares. Igual sucedió en Chiapas, donde se registraron ataques al personal de salud y trabajadores que realizaban fumigaciones contra el dengue, motivados por falsos rumores de que estaban “esparciendo la enfermedad”.
El 13 de mayo, la Secretaría de Economía dio a conocer el “Plan para el regreso a la nueva normalidad” y el primero de junio, al terminar la Jornada de Sana Distancia, apareció el Sistema de semáforo semanal por regiones para la reapertura de actividades sociales, educativas y económicas.
A finales de julio, se anunció el semáforo naranja en Chiapas y, con precaución, la gente comenzó a salir a las calles. En las tiendas departamentales y las plazas comerciales se establecieron “filtros sanitarios”, por llamar de alguna manera a los empleados provistos de termómetros infrarrojos, que evitaban la entrada de adultos mayores y personas con más de 39 grados de temperatura.
Sin embargo, al recorrer las calles de Tuxtla Gutiérrez, se podían observar los locales vacíos (con la leyenda de renta o venta) en donde alguna vez estuvo ubicado un restaurante, una papelería, un tienda de ropa y otros negocios que no lograron sobrevivir a la pandemia.
En la prensa, uno de los constantes ataques al presidente Andrés Manuel López Obrador, desde que comenzó la pandemia y el gobierno se negó a otorgar estímulos fiscales a los empresarios, fueron los vaticinios apocalípticos sobre la economía. Durante los meses más agudos de la crisis sanitaria, entre enero y julio, publicó la CEPAL, se perdieron un millón 117 mil 584 empleos formales y advirtió que la pobreza en México se incrementaría en 7.6 por ciento este año al pasar de 41.9 millones de personas en 2019 a 49.5 millones en 2020.
Los pronósticos de una aguda recesión en la economía mexicana, cada vez más alarmantes, se publicaron casi todos los días, estimandose una caída de 10.5 por ciento en el PIB, según el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, mientras que el Banco de México previó una contracción de 9.8 por ciento, al tiempo que se popularizó la frase “yo tengo otros datos” de López Obrador.
Ante la decisión del gobierno Lópezobradorista de continuar con las obras del Aeropuerto Internacional de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, la crítica de muchos analistas se convirtió en indignación, más cuando a López Obrador, al fin tabasqueño, se le ocurrió presentar ante los mexicanos, los escudos protectores, que se los había regalado la gente, para enfrentar la pandemia: tréboles, amuletos y estampas religiosas que lleva en su cartera.
Finalmente, el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, al comparecer ante el Senado como parte del análisis del segundo Informe de Gobierno, reconoció que “por primera vez en la historia tenemos una crisis económica por diseño. Es decir, es el resultado de una decisión consciente de utilizar el confinamiento para luchar contra la dispersión del nuevo cornavirus, asumiendo las graves consecuencias”.
Tras la fuerte caída que se registró en el segundo trimestre, el secetario de Hacienda informó que la recuperación económica, que inició en junio, está en marcha. Al día de hoy, dijo, se han recuperado 7.8 millones de empleos, casi dos de cada tres empleos perdidos en abril. Además, en el tercer trimestre hubo un crecimiento del PIB de 12 por por ciento con respecto al trimestre anterior.
Mientras tanto, en Chiapas, que el 23 de noviembre llegó al color verde en el semáforo epidemiológico, el gobernador Escandón pidió a la población “no bajar la guardia” y actuar como si se estuviera en el pico más alto de la pandemia. En los próximos días, a la distancia, celebraremos la Navidad y el Año Nuevo con la esperanza de que pronto se aplique la vacuna.
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