*Las generaciones de la posguerra supieron que no podían dejarse encasillar en el futuro previsto para ellas por las políticas de bienestar. Todo casi resuelto, sí, a cambio de olvidarse de las aspiraciones personales y dejarse instruir para satisfacer necesidades de empresas, industrias, gobiernos
Gregorio Ortega Molina
El descontento social no establece diferencias de edad y sexo para mover a las sociedades… quizá tampoco de tiempo, pues a 53 años de distancia entre el 2 de octubre y el 8M pueden establecerse analogías, porque hoy, como entonces, la ola trasciende lo local. La civilización Occidental muestra, otra vez, fisuras. Unas propiciadas o favorecidas por los grupos de poder en disputa, otras que no se previeron y para las cuales, otra vez, carecen de respuestas.
Si damos como válida la hipótesis ofrecida por Parménides García Saldaña en En la ruta de la onda, es posible que nos atrevamos a aceptar que los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña supieron, a tiempo, de la insatisfacción de los jóvenes en universidades y otros centros de estudio, pero carecían de la respuesta adecuada… hasta que se toparon con ella.
Fueron los jóvenes, y los no tanto, los que dieron cauce a su desagrado social, a la falsa oferta de futuro; encontraron que podían obtener la amplificación del presente a través de la música y del universo virtual que les abrieron las drogas psicodélicas, la marihuana y la cocaína.
Las generaciones de la posguerra supieron que no podían dejarse encasillar en el futuro previsto para ellas por las políticas de bienestar. Todo casi resuelto, sí, a cambio de olvidarse de las aspiraciones personales y dejarse instruir para satisfacer necesidades de empresas, industrias, gobiernos. Dejó de fomentarse la inteligencia para crear empleados, obreros y funcionarios públicos en cadena, en fiel copia del modelo impuesto por Henry Ford.
Lo mismo sucede con las ofertas religiosas. No hay otros cismas. La insatisfacción permanece dentro, le aplican control de daños a través del Concilio Vaticano II, pero los descontentos se manifiestan: teología de la liberación en la persona de Camilo Torres y Óscar Arnulfo Romero; integrismo tipo monseñor Marcel-François Marie Lefebvre, cuestionamiento y duda de teólogos como Hangs Küng y Dom Hélder Cámara, o esa inquietante propuesta de Gregorio Lemercier, de psicoanalizar a los que quieren ser sacerdotes. El catolicismo no se escinde de nuevo, pero su feligresía disminuye de manera alarmante, porque la respuesta es que no hay respuesta. La fe es una gracia, y ésta llega de arriba.
Pero antes de que articulen sus ideas y propuestas, para los inquietos jóvenes de la era del bienestar la música se convierte en causa y cauce para hacerse presentes.
Dejó anotado García Saldaña que después de la muerte de James Dean, el prototipo fabricado por Hollywood para convertirse en héroe, en el dios secular que sustituiría a los ídolos de la guerra, consagrado por la esencia del Rebelde sin causa, debieron buscarse un sustituto, y lo encontraron en la música. Escribió:
“Va a ser tan luminoso y brillante su reinado que, cuando muera, tendrá que ser sustituido por un comité central. Este nuevo rey habrá de resumir en sí, para que se concilien, todas las raíces de la rebeldía juvenil. Llegó al poder a través de una lucha parlamentaria. Su reinado es reformista. Con él, las fuerzas antagónicas han aceptado una tregua para que la violencia latente, en la juventud y adolescencia de Estados Unidos, no llegue a la revolución. Su lema político es: no eres nada sino un perro callejero… gritando todo el tiempo, cuando los chavos vivan en el hotel de los corazones rotos”.
Si Parménides García Saldaña tuvo razón, las discográficas y las estaciones de radio se unieron para servir a los intereses de los gobiernos, sin olvidarse de hacer mucho dinero. Pero el Olimpo de los dioses modernos que la sociedad necesita, es de una brevedad pasmosa. No aguantaron ni un siglo, sólo unas cuantas décadas.
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