* Lo fundamental es propiciar y favorecer la voluntad de modificar conductas, comportamientos y valores en hombres y mujeres, porque cambiar las viejas costumbres requiere esfuerzo y aceptación, como el que se pide a las víctimas de las narco-dependencias
Gregorio Ortega Molina
Cierto es que la violencia física en contra de las mujeres es una aberración. No puede ni debe tolerarse, mucho menos dejarse en la impunidad. Sin embargo, es preciso considerar que lo necesario para el cambio de actitud y modificación de valores en los hombres, con el propósito de revaluar la participación de la mujer en el desarrollo de la cultura, en los asientos de la civilización, en la siembra y cosecha de las creencias religiosas y la fe, no nada más es importante, también es invaluable.
Es en este contexto que la equidad de género tal como la concibieron y han puesto en práctica, sólo es una aspirina para la solución permanente del problema; es decir, para una reforma profunda de la cultura occidental en su relación con las mujeres, el primer paso es la aceptación, de unos y otros, del deseo de ser distintos en valores y hábitos, para reconstruir los contenidos educativos y religiosos y dar, así, el auténtico humanismo -el espíritu de comunidad, respeto e igualdad- que requiere el lugar de la mujer en el mundo.
Pero, qué puede hacerse en un país donde el poder se aísla en su madriguera y amuralla la institución presidencial; una nación presidida por un hombre que ve como minucias las actitudes desafiantes de Hugo López-Gatell Ramírez, a pesar de la simulación en el combate al Covid-19 y en el rompimiento de su propia cuarentena, por haber contraído la pandemia. El principio de autoridad no es un capricho, es una norma, y a ella han de apegarse con puntual cumplimientos, todos los que tienen un mandato constitucional.
¿Cuáles pueden ser los espacios del cumplimiento de la legalidad a los que puede aspirar el movimiento feminista, si la reclusión en hogares ha fomentado el crecimiento de la violencia y los feminicidios? ¿Cuál es su lugar, en un momento de cambio del ámbito laboral impuesto por las exigencias sanitarias? ¿Cuál en su relación de familia, ahora que además de ama de casa, compañera, amante, madre, también es maestra?
Pero escucho las propuestas de algunas mujeres integrantes del Congreso, y el corazón se detiene. Hay senadoras y diputadas que quedaron convertidas en instrumento de las políticas públicas de los “machos”. ¿Para qué, entonces, la equidad de género, si se pone sordina a su voz y se imponen condiciones a su voto?
¿Dónde están las propuestas del cambio al modelo educativo, al comportamiento de los maestros y los catedráticos, de los investigadores, tanto mujeres como hombres? Cierto es que lo fundamental es propiciar y favorecer la voluntad de modificar conductas, comportamientos y valores en hombres y mujeres, porque cambiar las viejas costumbres requiere esfuerzo y aceptación, como el que se pide a las víctimas de las narco-dependencias.
La sociedad entera debe reconocer que está enferma y establecer un diagnóstico acertado, pues de otra manera el feminismo hará mucho ruido, pero nos aportará pocas, muy pocas nueces.
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@OrtegaGregorio