LA HABANA, CUBA.- En el Debate Sobre el Cálculo Económico en el Socialismo comenzado en los años 20 se demostró —pese a los esfuerzos de brillantes antagonistas como Oskar Lange o, recientemente, Maxi Nieto— que es imposible que funcione eficientemente una economía centralmente planificada.
De acuerdo con DIARIO DE CUBA, el argumento fundamental —muy resumido— es que es inverosímil que el órgano planificador pueda acopiar la información imprescindible para coordinar la sociedad. De hecho, mientras más actúa el planificador más se corrompen las señales del sistema de precios, imprescindibles para transmitir la información económicamente relevante, con lo que cada vez se opera más a ciegas y los recursos se mal invierten de manera sistemática y acumulativa.
Sin embargo, para el flamante doctor en Ciencias Miguel Diaz-Canel, si Cuba no es más desarrollada que Japón, aparte del “bloqueo”, es por la “insuficiente efectividad en las conexiones entre las universidades y las entidades de ciencia, tecnología e innovación con los sectores productivos”.
Tan en serio se toma esta idea el primer secretario del Partido Comunista, que su reciente doctorado lo obtuvo defendiendo la tesis “Sistema de Gestión de Gobierno basado en Ciencia e Innovación para el desarrollo sostenible en Cuba”, una idea que expuso antes en las cumbres iberoamericanas de Veracruz y Andorra.
Diaz-Canel encuentra tan “sexy” lo del gobierno científico, que en el reciente Consejo Supremo Económico Euroasiático trató de vender vacunas y servicios médicos a los rusos y sus neocolonias publicitando el “sistema de salud de calidad, gratuito y de alcance universal con una gestión de Gobierno basada en la ciencia e innovación” del que —dice él— dispone Cuba.
Como mismo Fidel Castro saltaba de un proyecto a otro buscando “el definitivo”, el que pusiera al país finalmente en la senda del desarrollo, el Dr. Canel cree haber encontrado en el “Sistema de Gestión de Gobierno basado en Ciencia e Innovación (SGGCI)” la piedra angular para, esta vez sí, construir la economía socialista prospera y sostenible de la que llevan 60 años hablando, pero que nadie ha visto.
Con tal fin, el pasado 24 de mayo se constituyó un Consejo Nacional de Innovación como “órgano consultivo del Estado que asiste al presidente, orienta y recomienda decisiones para impulsar la innovación en el funcionamiento del Estado, el Gobierno, la economía y la sociedad de forma coordinada”.
En esta concepción, el Gobierno se autodefine como “encargado de promover, conducir, impulsar, orientar, regular, las interacciones entre todos los componentes del SGGCI”, algo coherente con esa visión mecanicista vertical inherente al totalitarismo que es incapaz de concebir una sociedad que no esté regulada y pendiente a las decisiones del jerarca.
No se da cuenta Canel, o no quiere darse cuenta, de que antes de innovar más o conectar a los hacedores de ciencia con los productores hay un eslabón fundamental: ¿quién decide, entre las propuestas científicas e innovaciones que a diario surgen, cuáles deben concretarse?; es decir, ¿quién determina a qué proyectos van a dedicarse los escasos recursos con los que cuenta la economía?
Las ideas son infinitas, pero los recursos para hacerlas realidad no. Por ello, lo que define el éxito de toda economía es cómo y a qué asigna sus escasos recursos para que rindan los frutos deseados de la forma más eficiente posible.
En la concepción totalitaria castrista, ahora entendida como gestión científica, el asignador supremo de recursos es el gobierno. Pero gobernar es siempre, en toda época y sistema, hacer valer las valoraciones e intereses propios sobre las alternativas; por tanto, mientras más decida un gobierno más posibilidad hay de que los recursos se asignen según los intereses del gobierno mismo, que en toda época y sistema tiene como fin último su auto perpetuación, no el bien común.
La otra única manera para decidir cómo invertir los limitados recursos disponibles es el libre mercado —precios no intervenidos y libre competencia—, que potencia aquellas innovaciones e ideas que se demuestran rentables, pues la rentabilidad es la única demostración fáctica de que la ciencia está realmente aportando riqueza a la sociedad.
Como quedó claro ya en los años 20, las decisiones de un gobierno, por mucha cientificidad que aparenten, son siempre arbitrarias y económicamente ineficientes, pues carecen de información suficiente y relevante para coordinar la economía, además de que, inevitablemente, están sesgadas siempre a favor del decisor.
Este entusiasmo del primer secretario del Partido por la “gestión científica” como solución a los problemas de Cuba es otro falso escape para no afrontar la razón última de por qué Cuba no mejorará económicamente ni aunque Silicon Valley se mude para Marianao.
Mientras el Estado tenga centralizada (secuestrada) la voluntad de los ciudadanos, las decisiones económicas del Gobierno —como, por ejemplo, qué idea científica desarrollar o qué tecnología financiar—, aunque estuviesen bien intencionadas, serían mayormente ineficientes, tardías e inconexas.
Cuba no necesita un presidente científico que crea que sabe lo que le conviene a los cubanos, necesita un presidente democrático que no se interponga entre los cubanos y sus propias decisiones; es decir, libertad.
AM.MX/fm
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