Héctor Calderón Hallal
(En memoria del gran científico mexicano, Ramón Ojeda Mestre; por su paciencia, consideración y fé, en las nuevas generaciones de mexicanos)
Definitivamente mucho le queda a deber el gran Eduardo Galeano a sus fieles lectores y devotos, entre los que se incluye el autor de este artículo.
Entre esa numerosa grey de seguidores del genio uruguayo -sin temor a la equivocación, insatisfechos- se puede afirmar que está también Andrés Manuel López Obrador y una buena cauda de integrantes del actual gobierno mexicano; esos que descomponen perspectivas, aprendiendo a ‘diseñar’ y a ‘planear’ como los zopilotes… pero sin aterrizar a tiempo ni a satisfacción de las necesidades del país.
Aunque fiel a su naturaleza, como el gran literato y periodista que fue, Eduardo Galeano sólo cumplió con su cometido profesional al que nunca defraudó: prospectar la cruda realidad con sus letras y plantear, con la magia de la promesa implícita en sus textos y con la ilusión desprendida de sus hipérbatos, de su métrica, acerca de que es posible un mundo mejor, más justo, más inmediato… más amoroso, para quienes radicamos en el subcontinente latinoamericano y en otros lares del planeta, castigados por la acción nefasta del ‘capitalismo de rapiña’.
La obra de Galeano ha quedado ahí, pendiente, solo como una hermosa promesa de la vida hecha a sus lectores, de redención súbita del hombre del capitalismo salvaje y que nunca se pudo convertir en realidad… hasta el día de hoy, por lo menos.
A estas alturas del siglo y del milenio, no solo las ya legendarias producciones ochenteras de ficción de Hollywood, seriadas bajo el grandilocuente título de ‘Regreso al Futuro’, nos han quedado a deber en sus afanes agoreros y sobre el avance de la humanidad, sino el propio Eduardo Galeano ha sido superado por la realidad que aún vivimos, a más de 5 años de su desaparición.
Porque a final de cuentas, que el coche que podía volar o la locomotora que podía moverlos en interlapsos a Michael J. Fox y a su mecenas, resulta hasta comprensible de que aun no se hayan solventado como meta planteada ‘ociosamente’ por el guionista de la película.
Lo que sí resulta abrumadoramente decepcionante, es que cosas planteadas por el periodista Galeano, quien provocó la inspiración del discurso de muchos populistas que en esta tercera década del siglo llegaron a ser gobierno, no hayan cambiado de conformidad a sus previsiones.
Cosas más vinculadas a la actitud de la humanidad; a la comunicación de los hombres entre sí, que están a su alcance en los planos individual y colectivo; o a nivel de la sociedad organizada, que aún permanecen increíblemente intactas desde aquel lapso de 1996 al año 2000 en que, por ejemplo, escribió numerosos artículos motivacionales para el diario español El País.
En ‘El derecho de soñar’, (1996) por ejemplo, Galeano invita al lector a creer en un mundo transformado:
“El mundo, que está patas arriba, se pondrá sobre sus pies, porque : En las calles, los automóviles serán pisados por los perros (los medios de transporte serían una especie de alfombras o patinetas livianas); el aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones (orina y líquido seminal, identificados por el tufillo orgánico); la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor… el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas (aunque aquí la gente sólo cambió el televisor por la pantalla de la laptop o el teléfono inteligente); la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas (algo así como el gérmen del nuevo PIB que mide la felicidad de la gente); los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas (para no dejar por fuera a los aguerridos ecologistas y defensores de los “derechos de los animales”, como Jesusa Rodríguez); los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás; la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla (¿Dónde lo habrá leído o escuchado esto Usted antes?); la policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla (¡Mmmm!… argumento típico y cómodo); la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda (Y más ¡Mmmmm!… acomodando para establecer esa crítica tan socorrida, de que en el capitalismo de ‘rapiña’ de Galeano, -identificado como Neoliberalismo erróneamente por AMLO- la legalidad se sobrepone a la justicia y a la vez, propicio para decir la muy poco seria sentencia “¡Prohibido prohibir!”).
Ahora sí que como dijo Cantinflas en ‘El Bolero de Raquel’, cuando hincado junto a ‘Chavita’, hacen la oración del final del día… y enuncian también sus peticiones a Dios, respondiéndose en el diálogo a sí mismo:… “¡Va a estar fácil!”
En “La Autocracia” (1996), El País, por ejemplo, Galeano escribe en contra del uso del automóvil y de la industria automotriz, en general:
“Andar en bicicleta por las calles de las grandes ciudades latinoamericanas, que no tienen carriles, es la más práctica manera de suicidarse. En los países del sur del planeta, donde las normas existen para ser violadas, hay muchos menos automóviles que en el norte, pero los automóviles matan mucho más.”
Continúa: “¿Por qué los latinoamericanos que no tienen ni tendrán auto propio, la inmensa mayoría que no puede ni podrá comprarlo, siguen condenados a hacer la guardia en las esquinas, sin más remedio que esperar los ómnibus escasos? ¿Por qué siguen obligados a pagar boletos que se llevan una buena parte de sus raquíticos salarios, sin otra alternativa? ¿Por qué no se abren, antes de que sea tarde, carriles protegidos para la circulación de bicicletas por las avenidas y las calles principales?”.
Como se puede apreciar, el espíritu del discurso de estos gobiernos ‘neopopulistas’ (que no de izquierda) en América Latina, se nutren básicamente del “Evangelio según San Eduardo Galeano”.
Los sofismas, esa especie de prestidigitación argumentativa que lo único que persigue es ocultar el único objetivo que debieron haber atendido y en primerísimo orden: la corrupción de gobiernos anteriores… y que no han hecho porque están en acuerdo o en contubernio con ellos mismos; son al final de cunetas miembros de la llamada ‘clase politica’ mexicana.
Es necesario retomar lo básico -ciertamente- durante el revisionismo del desarrollo; por lo mismo, extraer cuáles son los principlaes objetivos que construyen más y mejor humanidad.. más y mejor sociedad en los países.
Hemos aspirado a muchas cosas, la mayoría de estas, vinculadas al plano material y tecnológico, pero no hemos podido consolidar un cambio de actitud en la humandidad, en lo colectivo y en lo individual… y eso es quizá en lo que hay que trabajar a partir de ya.
Empezando por limpiar nuestras estructuras de dirección (Gobierno).
Hacerlo por las vías legales y democráticamente establecidas. Civilizadamente.
Será hasta 2024 cuando podamos ejercer esa facultad como es debido. Porque el ejercicio que se nos ofrece este año de ‘Consulta de Revocación de Mandato’, no deja de ser una ‘bufonada’ para enaltecer del ego del actual presidente, quien se encuentra ya al borde de la psicopaatía causada por elpoder en exceso.
En 2024 habrá un proceso electoral constitucional y ahí habremos de votar por alguien que se acerque más a los -desde un humilde punto de vista- atributos que debe poseer mínimamente un presidente mexicano para liderar a la sociedad mexicana en estos tiempos de contingencia y ‘alternancia’.
La humildad y la filosofía de Nelson Mandela
Nelson Mandela estuvo preso 18 de 27 años en la prisión de Robben Island, sin resentimientos, sin odios ni afanes de vendetta, de venganza contra nadie.
Porque conservó su esencia como hombre de lucha. Tuvo una gran filosofía para afrontar la vida. Sus ideales estuvieron a prueba.
Es inconcebible entonces que un político como López Obrador, que no ha recibido del pueblo y de la vida en general, más que oportunidades a lo largo de su vida, venga diario a dirigirse a los mexicanos en tono de revanchismo o vendetta política y pretenda el exterminio de los opositores a diario.
No conoce el lenguaje del lenguaje del perdón, de la tregua, de la conciliación.
México y los mexicanos merecemos paz. No podemos seguir en polarización permenente.
Buscamos ya entre los opositores a López Obrador y a su movimiento oficialista , un candidato o candidata con atributos genuinos de autenticidad, con personalidad propia.
Con carácter y fiel a su palabra empeñada.
Que haya conocido una filosofía -más que política, de vida- que le permita encarar su reto; de donde saque fuerza para las adversidades y hasta para encontrar la felicidad en estos tiempos de atrocidades de la política contemporánea; solo así se subsiste a veces en los momentos calamitosos que presenta la existencia.
Con alma y espíritu de lucha. Con una mentalidad que tenga ideas ordenadas y claras.
Consciente de que lo que más vale en la vida es el honor… no la honra; porque la honra se te dá por medio de un interlocutor y puede ser o no justa; por eso más importante es ser honesto, que ser honrado.
Que sea ante todo muy derecho.
Que sea capaz de construir consensos con sus opositores; porque para la bravata, para el insulto, para la descalificación, a cualquiera se le facilita; cualquier mexicano puede ejecutar con impecable puntualidad la ‘mentada de progenitora’, pero definitivamente lo que no es tan fácil es encontrar políticos mexicanos que traten de entender al oponente; que hagan el esfuerzo de reconocer los caminos para el entendimiento en la política; de reconocer las vías más cortas para arribar al acuerdo en un mundo cada vez más plural.
Políticos o gobernantes que garanticen la paz en todos sus órdenes.
En la política contemporánea no sólo de nuestro país sino del mundo, no son tiempos de ‘purezas’ ideológicas.
“No es más virtuoso el ‘puro ideológico’, que no toca, que no mira, que no habla, que no dialoga, que no tiene lado para negociar el consenso, frente a quien todos los demás son detractores, malvados o ‘golpistas’.
La política actualmente se define como la capacidad de tejer acuerdos, compromisos con la verdad, con la realidad social de una nación,
Eso es lo que está haciendo falta en México actualmente.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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