Luis Farías Mackey
Para Ortega y Gasset, “el síntoma del gran político” es el orden, “orden en el buen sentido de la palabra que excluye como ingredientes normales policías y bayonetas. Orden no es una presión que desde fuera se ejerce sobre la sociedad, sino un equilibrio que se suscita en su interior”.
Por ello, la política es como la salud, solo se siente cuando se echa de menos; cuando el orden interno está roto.
Hay gentes desordenadas y gentes desordenadoras. Las dos categorías, además, pueden habitar en un solo sujeto. De hecho, el desordenado impone su desorden a los demás, pero también puede ser que una persona muy ordenada inocule desorden con precisión relojera: terroristas y golpistas, por ejemplo. A diferencia de ellos, los populistas y totalitarios suelen ser, en principio, desordenados ellos mismos.
Empecemos por la palabra; por orden se entiende, entre otras acepciones: “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde; concierto, buena disposición de las cosas entre sí; regla o modo que se observa para hacer las cosas; serie o sucesión de las cosas”.
Así, el desorden desubica, desconcierta, descompone y desregula.
El desorden de Echeverría era manifiesto en sus horarios: podía visitar una Universidad a las tres de la mañana para presumir que podía hacerlo triunfalmente, aunque estuviese políticamente incendiada o alargar las reuniones ad infinitum. Solía tener a secretarios en antesalas por 8 o 10 horas, recibir en audiencia a las 2 de la mañana o salir o cancelar viajes intempestivamente.
En 1973 le organizamos en Palacio de Gobierno de Nuevo León una serie de audiencias privadas con empresarios, universitarios, sindicatos, organizaciones sociales y líderes políticos. Era urgente que oyera de viva voz lo que vivía una sociedad a la que nunca comprendió. Al llegar pidió abrir las puertas de Palacio para recibir al que quisiera hablar con él. La romería terminó a las 4 de la mañana. Habló con todos y con nadie, resolvió apoyos individuales que se repartían en efectivo sin control alguno, pero ningún tema colectivo de envergadura.
López Portillo, desde el primer día de su campaña en solitario se distinguió con esmero en acentuar su contraste en puntualidad y contenido. Fue con él que las reuniones del Instituto Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES) —antecedente de la hoy muerta en vida Fundación Colosio— tuvo sus mejores horas en campaña y ésta se distingió por la puntualidad del candidato.
Salinas de Gortari era otro presidente ordenado. En gira, el tiempo máximo de retraso o adelanto en cualquier acto agendado era de minuto y medio. Cuando las cosas se salían de cauce y llegábamos a 4 o 5 minutos de retraso había que esconderse bajo las piedras.
En los dos primeros años de su gobierno, dos entidades se distinguieron en romper los tiempos de la agenda de sus giras: Jalisco y Zacatecas. En Jalisco, Cosio Vidaurri —creo que con más saña que maña— gustaba que su secretario de gobierno tomara la palabra y había que cortarle el sonido o arrancarle el micrófono cada vez que discursaba, posiblemente en venganza por la cancelación de último momento de una gira en la que pretendía engañar al presidente con obras inexistentes y peticiones de recursos no analizados previamente, que buscaba sacarle con presión popular en vivo y a todo color. Como sea, siempre logró que Salinas se sulfurara. Y en Zacatecas, donde a pesar que a Genaro Borrego se le dijo de todas las formas posibles que tenía 3 minutos para hablar, se tomó 32.
Me pregunto ahora que habrá pensado y piensa Biden de la perorata de 31 minutos de López Obrador en lugar de un diálogo, cuando la Reserva Federal ardía por la inflación, el Capitolio por las revelaciones sobre el atentado del 6 de enero de 2019, la guerra Rusia Ucrania a todo lo que da y el Air Force One quemando gasolina en su espera para llevarlo a una gira intrincada, por decir lo menos, por medio oriente, mientras López Obrador leía a cámara lenta lecciones de historía norteamericana sacadas de una caja de cereales.
Pablo Hiriart (El Financiero) registró el parecer de periodistas allí presentes: Eli Stokols, de Los Angeles Times, posteó: “Extraordinario, AMLO ha estado hablando durante 25 minutos en la Oficina Oval, ofreciéndole a Biden un prolongado soliloquio sobre el New Deal, los precios de la gasolina, una mayor colaboración económica y sigue…”. Mientras que Scott Detrow, de National Public Radio, escribió:
“En su larga carrera como senador de los EE. UU., Joe Biden se ha sentado durante una buena cantidad de largos discursos. Pero sentado en la Oficina Oval el martes, el presidente Biden parecía un poco fuera de práctica. Durante una reunión con el mexicano Andrés Manuel López Obrador, Biden a veces sonreía, hacía muecas, se movía nerviosamente y tomaba notas mientras el presidente mexicano lanzaba comentarios que se prolongaron durante más de media hora”.
Qué habrán pensado fuera de ahí los tres y medio norteamericanos que supieron de su visita cuando llegó al hotel y se recetó una recepción patito; despertó a todo el hotel con una serenata más falsa que los tacos de Taco Bell y convirtió ofrendas florales en sermones de amor al Secret Service y su comitiva.
Pero no nos equivoquemos, a eso fue López Obrador, no solo no asistió a la Cumbre de las Américas, ni reconoció oportunamente el triunfo de Biden, ni respeta la no intervención y menos el Tratado de Libre Comercio, además se da el lujo de propinarle al presidente de Estados Unidos una mañanera en el Salón Oval. Miren todos, no sólo lo desprecio, lo someto a mis mañaneras.
Y así lo trataron, aunque él crea que se burló Estados Unidos.
Por cierto, alguien sabe si Ebrard, el Servicio Exterior de Carrera y Moctezuma ya salieron del cadalso de ignominia al que fueron confinados durante la visita de la pareja presidencial a Washington.
Pues bien, así como no respeta los tiempos de Biden, menos los de nosotros, que tenemos que soplarnos tres horas diarias de lo mismo: desorden.
Pero no es solo un problema de tiempos, sino de estructura: no puede haber un gobierno ordenado con una cabeza en desorden que desubica, desconcierta, descompone y desregula.