Luis Farías Mackey
A Pepe Newman y Marcelino Perelló
En febrero del 1979 Reyes Heroles alzaba la voz ante el presidente José López Portillo en la Segunda Reunión de la República, reunión tras la cual presentó su renuncia a la secretaría de Gobernación. Mi padre siempre dijo que solo había dos razones para renunciarle a un presidente: o que éste le perdiese la confianza al renunciante, o aquél al presidente. En el caso de Reyes Heroles fue la segunda causa. De aquel discurso la parte más conocida dice: “Complacer a todos es imposible en un régimen democrático; intentar condescender con todos no es gobernar, es moverse atendiendo presiones, ser gobernado; viene a ser un gobierno sin ideas, por plegarse a las ideas de otros. Tratar de satisfacer a todos es admitir que se carece de banderas, que no se tiene ideología ni objetivos trazados, ni tampoco capacidad para alcanzarlos. Siguiendo líneas ajenas, indefectiblemente se acaba por carecer de línea propia (…) Cuando ello ocurre, se presenta la paradoja de no gobernar para seguir en el gobierno y, en consecuencia, se origina la impotencia gubernamental”.
Todo mundo leyó en aquellos severos párrafos la entonces reciente visita de Juan Pablo II a México y la misa oficiada por él en Los Pinos para la mamá del presidente de un Estado laico, obligado a respetar la libertad de credo como algo propio de la esfera privada del individuo y no como un asunto público ni de la predilección personal del titular del poder Ejecutivo. Sin duda aquella mañana la visita y liturgia papal debieron de haber pesado en el ánimo de Don Jesús, no obstante los párrafos antes citados fueron precedidos por otros que explican con mayor claridad y hondura lo que realmente atormentaba al secretario de Gobernación, al grado de la renuncia.
Dijo Reyes Heroles: “Hoy en día tiene que lucharse porque la sociedad civil sea cada vez más política y de esta manera evitar que el Estado se aleje y sobreponga a la sociedad (…) Logrando que la sociedad civil sea cada vez más política, se impide que la Administración supla al Gobierno, que los administradores sustituyan a los políticos y que la Administración convertida en Gobierno, se independice y separe del votante”.
Su preocupación venía de lejos. Reyes Heroles había sido renunciado de la presidencia del PRI por Echeverría, quien no permitió que el partido se inmiscuyese para nada en su sucesión. El día de su protesta como candidato en solitario a la presidencia de la República, López Portillo le rindió a Reyes Heroles, su también amigo de preparatoria y carrera (Echeverría, López Portillo y Reyes Heroles habían sido compañeros en la Preparatoria Nacional y en la hoy UNAM, entonces nada más Universidad Nacional), un fraternal reconocimiento y abrazo. Ya en campaña le encargó, con carácter de urgente, preparar y negociar con las diversas expresiones políticas nacionales una reforma política de fondo.
Reyes Heroles se aplicó, pero en el camino fue encontrando que al candidato lo rodeaba un grupo de especialistas que, no sin razón, lo atosigaban sobre temas económicos, de suerte que la urgencia de la reforma política fue dejando de ser urgente y prioritaria, hasta pasar a un segundo o tercer plano. Las expresiones de Don Jesús sobre ese preocupante sesgo las reservó a su grupo cercano de colaboradores. Es con ese antecedente que releemos ahora sus palabras aquella mañana en Guerrero: “evitar que el Estado se aleje y sobreponga a la sociedad (…) que la Administración supla al Gobierno, que los administradores sustituyan a los políticos y que la Administración convertida en Gobierno, se independice y separe del votante”.
Estas duras y crípticas palabras adquieren un cariz cuya línea histórica podríamos encontrar en el inicio de la pugna entre tecnócratas y políticos, en las pulsaciones que movieron años después a la Corriente Democrática dentro del PRI y en la tecnocracia mexicana capturada por el neoliberalismo y todas sus ramificaciones y consecuencias hasta nuestros días. Ello en las circunstancias caseras, pero Reyes Heroles veía mucho más allá y advertía un giro político global que estaba dejando sin sentido la comprensión de lo público y lo político en la sociedad y devaluando la pluralidad como condición humana primaria. En el mundo entero se imponía una lógica de fabricación, productividad y eficiencia bajo una relación de medio y fin. Lógica propia de la fabricación de productos de consumo duradero, más no de la acción política. En esa confusión —“borradura” le llamó Arendt—, no solo se confunde el trabajo, propio de la fabricación de bienes, con la acción, propia de la pluralidad y la política, sino también lo público y lo privado, la libertad y la necesidad y la pluralidad y la univocidad (Villa, Dana R.). La fabricación responde a la esfera privada y a actividades relacionadas con la propia supervivencia; a la necesidad impuesta por la naturaleza y a una sola voz, la del padre de familia, en la casa, o la del patrón, en la fábrica; en tanto que la acción responde a la libertad propia de la pluralidad y lo público.
Lo que presenciaba Reyes Heroles era una difuminación de categorías para leer el mundo: el mundo propio de la necesidad empezaba a subsumir al de la libertad de lo político. Hoy, incluso, se tiene por dogma aceptado que el Estado debe operar como empresa privada y con criterios de productividad y eficiencia exclusivamente, como si la paz, la concordia y la dignidad de la vida entre los hombres fuesen igual que producir tornillos al más bajo costo posible. Así, fueron avanzando en la comprensión humana criterios que dotaban de significación pública a las actividades relacionadas exclusivamente con la “supervivencia” y no con la “buena vivencia”, como lo había enseñado Aristóteles quien distinguió entre la “vida” en su ámbito biológico y la “buena vida” en su esfera política. Fue precisamente en esos años que México empezó a primar la productividad por sobre el salario: entre 1976 y 2018 el poder adquisitivo del salario mínimo disminuyó un 70 por ciento. La participación de los salarios en el PIB fue en 2021 del 28 por ciento. A la par de una política de salarios disminuidos, se flexibilizaron las condiciones laborales y de asociación para el trabajo. En otras palabras, el crecimiento del PIB en México se hizo castigando el salario del mexicano hasta niveles de esclavitud. Fue así como la Administración, convertida en Gobierno, se independizó y separó del votante, como lo advirtió Reyes Heroles, para sobre sus espaldas sustentar una economía globalmente exitosa pero desigual e injusta en casa.
Arendt también lo había advertido: “la utilidad establecida como significado genera falta de sentido” en lo público. A diferencia de la fabricación, cuyo bien es el producto, la acción política lleva implícito su bien, es la propia acción común el bien deseado; la acción política no es un medio, es en sí misma un fin. La acción política no es un medio para la “mera vida”, sino “la encarnación o expresión de una vida significativa” (con significado y significante) (Arendt).
Lo que Reyes Heroles advertía era que la reforma política del 77 se había quedado corta, porque no bastaba con abrir espacios burocráticos a los partidos, cuando lo político (libertad y pluralidad) había dejado de tener sentido y significado. Cuando “la dependencia mutua en beneficio de la vida y de nada más adquiere significación pública, y donde (solo) se permite que aparezcan públicamente las actividades relacionadas con la mera supervivencia”, decía Arendt, se produce un ámbito público determinado en su totalidad por procesos vitales, donde la libertad es substituida por la necesidad y el hombre es reducido a un instrumento más de la producción.
El interés general se reduce entonces a la “autorreproducción económica” de la vida, donde la sociedad pierde su carácter plural y el hombre su dignidad y trascendencia, y solo priva sobre lo plural, propio de los hombres, un interés único y monolítico, impuesto por la necesidad, no por la libertad ni en la pluralidad. El gobierno ya no es cosa de muchos (Polis), sino “Administración”, es “el gobierno de nadie, del que decía Arendt, no es necesariamente el no—gobierno; bajo ciertas circunstancias, incluso puede resultar una de sus versiones más crueles y tiránicas”. Y añade: “La dominación ejercida por la economía (y por la burocracia en el nombre de la economía) crea una demanda sin precedentes de comportamientos racionalizados y disciplinados”, plagada de innumerables reglas que “tienden a ‘normalizar’ (uniformar) a sus miembros, a hacerlos conducirse bien, a excluir las acciones y logros espontáneos”, léase la libertad.
No quiere decir esto que no aceptemos que sin unas condiciones mínimas de vida digna, toda libertad es imposible, al quedar supeditada al dominio de la necesidad, pero sí que el Estado se extravía en Administración cuando en lugar de hacer posibles y garantizar aquéllas condiciones —relativas siempre a los hombres en plural—, privilegia la eficacia medio—fin en términos de administrar las necesidades sin jamás satisfacerlas, como lo ha sido crecer a costa de salarios bajos o quedar supeditados a las hordas magisteriales a cambio de educar sin educar.
Hoy, desde el romanticismo que da la distancia a quienes hoy son gobierno, se condena —no sin razón— la represión militar del 68, pero nadie repara que —sin represión militar— nos confinaron en nuestras casas, nos dejaron sin medicamentos, sin salud y sin escuelas; sin calles, parques y jardines públicos, sin empleos, sin seguridad social y sin pluralidad discursiva, a cambio de “detentes”, “transformación” y mañaneras. ¿Para eso, acaso, pelearon el 68? Algunos, como Pablo Gómez, han vivido desde entonces y del 68 como sagrario en procesión. Muchos de sus compañeros no me dejarán mentir.
Lo que alertaba Reyes Heroles once años después (1979) era el advenimiento de un mundo donde la posibilidad de la acción política, libre y plural, y la diversidad del mundo mismo, dejaban de ser posibles. En otras palabras, lo monolítico de una sociedad de producción “impregna la existencia humana de una necesidad y una uniformidad de apariencia natural”, porque podrá estar garantizada la supervivencia de la especie humana a escala mundial —cosa que hoy se ha demostrado falsa—, “pero la humanidad (los seres humanos como actores públicos e individuos únicos) corre el riesgo de verse extinguida” para siempre; nuevamente Arendt.
Reyes Heroles concluía de manera manifiesta que no bastaba con una reforma política de alcances partidistas, cuando era la propia esfera pública de la humanidad la que estaba en crisis, la preservación de ese espacio de libertad y expresión en la pluralidad propia de lo que solía ser Estado y era engullido por la “Administración”. Cual Zaratustra, se percataba que no era voz para aquellos oídos.
Regreso a aquella mañana soleada en Guerrero del 5 de febrero de 1979, dos años después de convocada la Reforma Política del 77 y ya expresada y actuante en la pluralidad del Congreso de la Unión. Sobre ella, a la distancia, su autor, Reyes Heroles, discursaba: “Es común reparar en la responsabilidad de las mayorías, de sus instrumentos y del Gobierno que las representa; poco o nada se advierten las responsabilidades de quienes practican la oposición. En política, junto con la responsabilidad de las mayorías, se da la responsabilidad de las minorías. Unas y otras pueden escoger las cómodas puertas falsas, que no por cómodas dejan de ser falsas. Las primeras creyendo que siempre tienen razón, que todas las medidas son acertadas, que el Gobierno nunca se equivoca, y menos que sus integrantes; las segundas cayendo en la crítica contumaz de todo y para todo, revelando incapacidad para reconocer aciertos, situándose en la perspectiva del negativismo, tomando a beneficio de inventario la legalidad, hallando en el oportunismo la materia prima de la oposición y plegándose, mediante el transformismo, a cualquier gusto, según sople el viento; olvidan que no hay viento favorable para un barco sin destino”.
Me quedo, con la comodidad de las puertas falsas, que no por cómodas dejan de ser falsas y que escogimos entonces por la simulación de no gobernar para mantenerse en el gobierno, dentro de una mayoría hoy alternada que cree que es incapaz de equivocarse, en uno de los extremos, y las oposiciones convertidas en el negocio del negativismo políticamente improductivo y económicamente boyante, sin más puerto de destino que un modus vivendi político más.
Concluyó con Reyes Heroles: “Hoy en día tiene que lucharse porque la sociedad civil sea cada vez más política y de esta manera evitar que el Estado se aleje y sobreponga a la sociedad (…) que la Administración supla al Gobierno, que los administradores sustituyan a los políticos y que la Administración convertida en Gobierno, se independice y separe del votante”.
Y sí, hay que defender al INE, pero no para que sigamos en lo apolítico, sino para que transformemos —aquí sí transformación— a esa sociedad civil que se manifestó el pasado 13 de noviembre en verdadera sociedad política: en un México uno, diverso, libre, deliberante y actuante.