Joel Hernández Santiago
Durante casi ochenta años el tema de la Revolución Mexicana fue constante en el discurso político y en el devenir de la historia del país.
A los gobiernos que comenzaron en 1920 con Obregón y que concluyeron en 2000, no se les caía de la boca el lenguaje revolucionario hecho de frases célebres, de intenciones y de líneas a seguir:
“Tierra y libertad”; “La tierra es de quien la trabaja” (Zapata-Soto y Gama) o “Nadie hace bien lo que no sabe; por consiguiente nunca se hará República con gente ignorante, sea cual fuere el plan que se adopte”, Francisco Villa… y tantas, tantísimas más.
Pero si bien aquello y mucho más le dieron sentido al movimiento revolucionario, luego se abusó de estos principios hasta desdibujarlos y transformarlos a modo y gusto de quien los invocaba.
Digamos que uno de los primeros en traicionar el motivo y razón del inicio de aquellos reclamos políticos de la Revolución Mexicana fue el mismísimo revolucionario, Álvaro Obregón, quien en 1928 mandó a volar aquello del “Sufragio efectivo. No reelección”, pues él ya había sido presidente de 1920 a 1924, pero quería repetir. No pudo, porque lo asesinaron en julio de 1928 en La Bombilla, San Ángel, entonces Distrito Federal.
Pero a pesar de todo, quedó grabado con letras de oro en todos los frontispicios de las grandes instituciones nacionales la frase emblemática y promesa de gobierno: “Sufragio Efectivo. No reelección” (la que por pudor ha sido sustituida luego por “La patria es primero” de Vicente Guerrero en la guerra de Independencia.
Pero esto del respeto al voto y a no reelegirse fue tinta en papel mojado porque un grupo de políticos ‘revolucionarios’ se reeligieron con distintos personajes a lo largo de setenta años… Y hoy podría repetirse la historia en 2024, si dejamos.
Pero nada, que eso de la Revolución Mexicana fue motivo de debate por muchos años. Tantos como duró el gobierno de la revolución institucionalizada. A lo largo de aquellos años hubo una enorme producción histórica que revisaba paso a paso los hechos de aquel movimiento, tanto el político como el armado, de los personajes como de sus hechos. De la participación nacional o el hacerse a un lado.
De hecho, ya se sabe que la Revolución que comenzó el 20 de noviembre de 1910 no estalló como polvorín en todo el país. Si en algunos sitios muy específicos, pero nada: poco a poco, si, también se fue extendiendo a la República, a veces con más o menos éxito.
Hubo participaciones muy fuertes como en Chihuahua, Durango o Morelos: en otras más débiles, como en Oaxaca o en Chiapas; en otros se llegó tarde, como en Yucatán; y en otros, muy poco, o casi nada, como en Jalisco o el Bajío.
Y hubo contradicciones entre los revolucionarios. Depende de sus propios ideales o intereses. Los temas agrarios de Zapata y Villa, o los constitucionalistas como Carranza, Obregón… Confrontaciones y muertes: asesinatos de unos a otros revolucionarios. Zapata, Villa, Obregón, Carranza… fueron asesinados por intereses políticos y de gobierno…
Pero nada, que la Revolución sí tenía ideales. Por lo menos los que enarbolaban los distintos grupos y todos ellos –o casi—significaban el clamor de la justicia, la igualdad, el respeto, las leyes por encima de la voluntad individual o de caciques o latifundistas. Tanto y tanto.
Pero luego de tanto desgaste revolucionario, al final esa Revolución parecía entrar en agonía hasta el gobierno de José López Portillo, en adelante se fue borrando poco a poco hasta la práctica nulidad. Hoy se recuerda aquella gesta en el actual gobierno la tercera de las transformaciones mexicanas, pero en un sentido más de slogan que de ideal o contenido. Apenas un dibujo emblemático.
Pero vale la pena regresar a lo ocurrido, estudiar sus razones, sus intenciones, el sacrificio de más de un millón de mexicanos que murieron durante la etapa armada y la salida de más de un millón que se fueron del país huyendo de la confronta. ¿Qué resultó de todo esto? ¿Valió la pena? ¿Salió triunfante aquel movimiento? ¿Fue apenas una rebelión? ¿Quién ganó con todo eso?
En 1978 el historiador estadounidense Stanley R. Ross publicó un libro colectivo al que llamó “¿Ha muerto la Revolución Mexicana?” Éste contiene ensayos de diversos autores y entrevistas con personalidades de la política mexicana de entonces. Todos desde distintas perspectivas, diferentes ideologías o investigaciones académicos.
Están ahí Luis Cabrera, Daniel Cosío Villegas, Howard F. Cline, José E. Iturriaga, Jesús Silva Herzog, Antonio Díaz Soto y Gama, Leopoldo Zea, José Revueltas, Vicente Lombardo Toledano… Cada uno de los autores hace una disección e interpretación de la Revolución Mexicana. Todos los ensayos extremo valiosos desde la pluralidad.
Subrayado el de don Daniel Cosío Villegas, “Las crisis de México”, de don Daniel Cosío Villegas, que era tan vigente entonces como hoy mismo, en pleno 2022. Parece que se da uso a la página revolucionaria para dar paso a una nueva etapa incierta y a la que unos llamaban “Del cambio” otros de “La transición política mexicana” y hoy de la Transformación.
¿Ha muerto la revolución mexicana? Si. Ha muerto. ¿Qué sigue? ¿En qué punto estamos hoy? ¿Vivimos de ideales o de emociones? ¿Estamos en un laberinto político y social? ¿Caminamos en un cuarto de cuatro paredes sin salida y cubiertos los ojos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Lo sabemos los mexicanos de hoy, como sí lo sabían los revolucionarios de 1910?