* La palabra es más letal que las armas… y su permanencia es tan larga como las ideologías, las religiones, los líderes, los sucesos que las acuñan. El mensaje cristiano tiene de vida más de dos mil años, y tanto los rabinos como los emperadores comprendieron bien su valor y su fuerza
Gregorio Ortega Molina
En el “ideal” esfuerzo de hacer bien las cosas, nos hemos convertido en sociedades de hipócritas. Resucitaron lo “políticamente correcto” -la primera vez se lo leí a Harold J. Laski en La crisis de la democracia, cuya edición en español data de 1950- con el propósito de edulcorar el engaño, porque redescubrieron el tamaño de la violencia de la palabra, y su enorme letalidad.
Tuvo mayores consecuencias la palabra elegida para el mensaje ideológico que la bomba atómica de la II Guerra Mundial. Los japoneses fueron consumidos en el fuego atómico, y los sobrevivientes padecieron las deformidades de su descendencia. Por el contrario, el efecto del discurso racial de Adolfo Hitler llevó lentamente a la consunción a seis millones de seres humanos, en medio de atroces torturas e inenarrables humillaciones. No viene al caso recordarlas.
La revivificación de un racismo feroz y la bautizada como diversidad sexual, encontraron una salida en lo “políticamente correcto”, y los dirigentes políticos, sociales y económicos se sirvieron de sus creadores de propaganda para acuñar términos cuyo destino fue desactivar lo considerado ofensivo, sin considerar que servirse de los eufemismos en el lenguaje nada modifica, porque lo negro continuará negro y lo homosexual seguirá igual, ya no como delito, aunque sí como pecado, dice el santo Padre. La supuesta carga de culpa deja de ser legal, para recargarla en la fe y la religiosidad.
La palabra es más letal que las armas… y su permanencia es tan larga como las ideologías, las religiones, los líderes, los sucesos que las acuñan. El mensaje cristiano tiene de vida más de dos mil años, y tanto los rabinos como los emperadores comprendieron bien su valor y su fuerza. Al perseguirla lo hicieron florecer, hasta convertirlo en esa mística narrada en el Evangelio y las novelas. Nada detiene su vida eterna.
Refuerzo la idea, apoyado en Irene Vallejo. En Beneficio bruto apunta: “Las palabras tienen su historia, cambian de significado a medida que las personas cambiamos de idea. Por eso la evolución de algunos conceptos nos retrata como sociedad”.
Así es que puede comprenderse que la izquierda de ayer difiere de la de hoy, y la casa blanca fue sustituida por la casa gris, y las corruptelas por las cuotas, las colectas, la necesidad de reunir fondos para la causa, y llegamos a la conclusión de que en términos de corrupción sí son iguales.
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