Luis Farías Mackey
El poder siempre se da en un espacio de más de uno; el poder es una relación de mando obediencia que se genera cuando los hombres actúan en conjunto, entre ellos, además del espacio que cada uno ocupa, intermedian espacios que los separan y diferencian al tiempo de juntarlos. En estas líneas seguimos a Byung-Chul Han.
A diferencia del poder, la violencia vulnera los espacios entre los hombres, los fisura y abisma, reduciendo el espacio que ocupa cada uno al aislamiento total. Por eso se dice que la violencia es un síntoma de impotencia, pero también su efecto: en la soledad no hay potencia posible, por más fuerte que se sea: “Uno solo muy bien puede tener fuerza o resistencia, pero por sí solo no puede generar poder”.
Pero el poder no solo es espacio, crea, además, espacios nuevos y en ellos nuevas acciones constitutivas y continuas, por eso de la confluencia humana siempre queda algo: un nosotros, una intermediación y una historia, cuando menos.
El ámbito público es también el espacio donde el sujeto aparece, se muestra y se hace ver y escuchar, donde habla y actúa. Pero ese aparecer hay mucho más que una simple existencia o un mero “estar allí”, hay una acción y un sentido. Por eso, para Habermas, el espacio es comunicativo. Ya hemos citado en otras partes a De Chardin cuando dice que “entre inteligencias una presencia no puede permanecer muda”.
El poder es mucho más que la instrumentación de una voluntad sobre otra; es la construcción de una voluntad común en un espacio común. Hace una semana hablábamos de Carl Schmitt y el origen telúrico del derecho, como la “ocupación de la tierra”, “el orden inicial del espacio, el origen de toda ordenación concreta”; el proceso legal constituyente por el que el suelo que pisamos se convierte en un mundo, en tanto lugar a ocupar, en su doble acepción de habitar y de hacerse cargo.
Por eso para Arendt donde se conjuntan seres humanos surge poder y aparece un sujeto ciudadano que crea otro sujeto colectivo y ambos dotan de sentido el acontecer. De hecho, Arendt articula con ello uno de sus más bellos conceptos —sí, ¡hay belleza en los conceptos! — cuando pone la “sensación de vida” por sobre la “sensación de realidad”, al definir la primera no como miedo a la muerte, sino como “la libertad de morir (…) que brinda la realidad de lo político”.
Pues bien, cuando nos dividen nos aíslan, nos restan espacio de comunicación y de acción, escenario para ser vistos y ser oídos, ámbito para el acuerdo y lo colectivo, la continuidad para dar sentido y seguimiento a nuestra acción, y oportunidad al no olvido (a la historia).
De allí la necesidad de restaurar nuestros espacios ciudadanos de interacción, el Ágora de nuestra deliberación y nuestro paisaje de confluencia e identidad. Todo ello solo se puede construir entre todos, no es acción de unas y unos cuantos en busca de candidaturas o de otros en la pesca de candidatos. Es, ante todo, reconstituir el espacio del poder compartido, libre y recíproco. El mundo llamado México.
Allí podremos construir condiciones de vida digna y justa, seguridad, salud, educación, desarrollo, prosperidad, identidad y futuro. Sin ese espacio solo seremos impotencia.
#LFMOpinion