Al sur de la Alameda de la Ciudad de México, sobre la antigua Calzada de Tacuba, la arteria viva más antigua de tierra firme americana y una de las calzadas que unió a Tenochtitlán con la orilla del lago, se alzan el convento e iglesia de San Hipólito. El convento fue el primer hospital para dementes en la Nueva España, obra de Fray Bernardino de Álvarez. A su vez en la aledaña iglesia de San Hipólito, templo donde millones de mexicanos veneran a San Judas Tadeo, se levantó, primero una ermita que Cortés construyó en uno de los parajes donde más españoles cayeron en la batalla de la Noche Triste el 30 de junio de 1520, la ermita y luego la iglesia posterior fueron consagradas precisamente a Hipólito, santo del que se celebra su fiesta el 13 de agosto, fecha de la caída de Tenochtitlán y de la victoria de Cortés en 1521.
Muy cerca de ahí, sobre la calzada y en dirección a Popotla, en terrenos de la ya populosa colonia Guerrero, se encuentran la iglesia y panteón de San Fernando. Frente a la iglesia, el atrio se ha convertido en un parque que a pesar del deterioro no se ha despojado de su señorío y donde los fines de semana se venden libros viejos, ahí al centro, está un soberbio monumento al General Vicente Guerrero. El Templo uno de los más destacados de la Ciudad de México, lo cual no es cosa menor, data de 1735, a su invaluable tesoro artístico y arquitectónico se suma ser el lugar donde yacen virreyes como Don Matías y Don Bernardo Gálvez. Hoy el templo está cerrado al público por los daños del sismo de septiembre de 2017. El panteón ha sido abierto recientemente, y puede ser visitado de manera gratuita.
En 1832, en época de Santa Anna, junto al templo se inauguró un camposanto que evidentemente se llamó San Fernando. El panteón de San Fernando estuvo en operación hasta 1872. Sin embargo, en ese corto periodo se convirtió por su ubicación, belleza y buena organización en el sitio predilecto para las elites políticas, económicas y militares de México para enterrar o depositar a sus deudos. Es un lugar donde descansan los restos de los personajes más prominentes de esa época, hay potentados, Presidentes de la República, secretarios de estado, gobernadores, héroes y mártires de la patria, mexicanos, extranjeros, civiles y militares, también hay un muro que resguarda a niños fallecidos a temprana edad. El ultimo funeral ahí celebrado fue el del presidente Benito Juárez quien murió en funciones el 18 de julio de 1872, sus restos fueron depositados en un magnifico mausoleo que no solo ocupa un sitio principal, sino que es un monumento funerario a la altura del héroe.
No pocos restos de próceres han sido reubicados en otros cementerios, en monumentos, en la Rotonda de las Personas Ilustres en el Panteón Civil de Dolores o rotondas estatales. Incluso en el caso del General Miguel Miramón que ocupó un sitio preponderante en San Fernando, su ataúd fue trasladado por su viuda a la catedral de Puebla, quien en un exceso teatral aludió a que no quería que su difunto marido compartiera cementerio con Benito Juárez. Hasta la creación de la Rotonda de las Personas Ilustres, antes de los Hombres Ilustres, el Panteón de San Fernando tuvo el carácter de Panteón Nacional. En un aire de altura y concordia, el cementerio comparte los despojos de liberales, conservadores, republicanos y monárquicos, y aquí es donde surge un gesto que abona a uno de los actos de Benito Juárez como un hombre magnánimo en el triunfo, virtud que enaltece a los vencedores en cualquier momento o circunstancia de la historia.
Mucho se ha escrito y hablado de la dureza e intransigencia de Juárez al no perdonar e indultar a Maximiliano, se hace referencia a la atractiva Princesa Salm Salm arrodillándose ante el Benemérito o incluso ofreciendo su virtud a cambio de la libertad del malogrado archiduque austriaco. También se habla de la petición epistolar de clemencia del genial Víctor Hugo, quien antes, en 1863 escribió una emotiva y vibrante misiva a los defensores de Puebla donde les pidió usar su nombre y donde también les aseguró que no era Francia sino el imperio quien les hacia la guerra. A pesar de la empatía entre Juárez y Víctor Hugo, Don Benito no cedió a la solicitud del inmortal francés. Juárez actuó bien, pues con su determinación y firme apego al Estado de Derecho, Abogado al fin, consolidó el respeto al México emancipado primero de España y después de Francia ante el concierto de las naciones.
Sin embargo, Juárez no fue el sátrapa que sus detractores pretenden propagar, y a pesar de sus luces y sombras, de sus aciertos y yerros de hombre de carne y hueso al fin, existe un hecho que da cuenta de la nobleza de la causa republicana y de su líder.
Después de ser fusilados en Querétaro el 19 de junio de 1867, los restos de Maximiliano, Miramón y Mejía fueron entregados a sus deudos. El caso del cuerpo de Maximiliano da para una historia aparte entre un pésimo embalsamamiento y el periplo para trasladar su cadáver a Viena. Miramón fue entregado sin mayores dificultades a su viuda quien lo depositó en San Fernando y en cuanto a Mejía el embalsamamiento fue perfecto pero la historia no fue menos dramática que la de su emperador.
Resulta que el brillante militar otomí, oriundo de Pinal de Amoles en la sierra queretana, y quien destacó no solo como un católico, monárquico y conservador a ultranza sino como un veterano arrojado en la guerra contra los norteamericanos y en las contiendas civiles y extranjeras posteriores, fue un hombre honesto a cabalidad. En esa probidad, le legó a su viuda un puñado de tierra, 18 vacas y una pobreza que no le permitió tener a la mano recursos monetarios para enterrarlo. Por lo tanto, la viuda mantuvo por varios meses el cadáver de Mejía, embalsamado y vestido con su único traje civil, sentado en una silla al centro de una de las dos piezas de su modesto hogar.
Cuando Juárez se enteró, de inmediato ordenó que Mejía fuera enterrado en San Fernando en un lugar de primera categoría. La lapida sobria pero importante solo tiene la inscripción “T MEJIA” y una estrella de David en la parte superior, muchos se han preguntado como un consumado católico puede tener una estrella de David en su lapida, la explicación más lógica apunta a que por economía, la familia del General Tomás Mejía eligió una lápida ya a medio labrar con una estrella de David, pero sin inscripción.
Hoy en San Fernando, nuestro antiguo Panteón Nacional, a escasos metros se encuentran separados entre sí el monumento funerario del indígena zapoteco que llevó a nuestra patria a la victoria y el sepulcro muy digno del indígena otomí quien fue uno de los paladines más congruentes del bando conservador y monárquico. Lo cual reafirma no solo la concordia que llegó a México con la República Restaurada sino a un Juárez magnánimo y con inmensa estatura moral tras el triunfo de 1867.