A lo largo de la historia, en todos los regímenes y en todos los tiempos, quienes han ejercido las funciones de jefe de estado y/o de gobierno, han tenido la necesidad de contar con una Casa Militar que los asista en el más elemental desempeño de sus funciones. Es obligado garantizar la seguridad física e integridad de quien no solo detenta el poder civil, sino que es comandante de sus correspondientes fuerzas armadas.
Así como también organizar las actividades, traslados cotidianos y la administración de sus instalaciones. La figura idónea sin importar si le llama Casa Militar, Servicio Secreto o Ayudantía es la que se le equipara a un Estado Mayor, que en su concepción moderna tiene su origen en el ejército prusiano del siglo XVIII y es el organismo militar auxiliar de un comandante de unidad o de una fuerza armada para la consecución de sus misiones.
En el México independiente, los antecedentes se remontan al emperador Agustín de Iturbide quien contó con un Estado Mayor, de ahí se sucedieron con diversas denominaciones, organismos para servir a los presidentes en el desarrollo de sus atribuciones, destacando el vistoso Estado Mayor del presidente Porfirio Díaz o la eficiente Ayudantía del General Lázaro Cárdenas. No se puede pensar en dos extremos ideológicamente más opuestos entre sí como Don Porfirio y Don Lázaro, sin embargo, ambos coincidieron en la lógica necesidad de contar con una Casa Militar competente.
En 1942, nuestro último presidente militar, Manuel Ávila Camacho estableció el Estado Mayor Presidencial (EMP) conformado por soldados, aviadores y marinos, que fue el más eficaz brazo auxiliar de los presidentes de la república hasta el 2018. El EMP no solo estuvo conformado por los ayudantes del presidente, su escolta y la de su familia, sino administró instalaciones presidenciales como Los Pinos y Palacio Nacional, hospitales, campos deportivos, la flota aérea y naval del ejecutivo, así como el Hangar Presidencial, bajo su mando estuvieron operativamente las tropas de elite de Guardias Presidenciales, ahora también en receso. El EMP a su vez organizó con la precisión de un reloj suizo las giras presidenciales al interior del país y en los viajes internacionales.
En 2018, el presidente López Obrador, cometió el grave error de licenciar al Estado Mayor Presidencial, lo hizo amparándose en la retórica populista a la que es afecto, y que pudo ser muy atractiva en mítines electorales pero que ya en el ejercicio de sus funciones le significó darse un tiro en el pie, al privarse de un organismo que es hoy es más necesario que nunca.
Aludió excesos de familiares de presidentes, que pudieron darse, pero más como excepciones que como la constante, equiparó al EMP con la Guardia Pretoriana de los emperadores romanos sin embargo y en descargo del Estado Mayor Presidencial quiero referir a personajes y acontecimientos que dieron cuenta de su actuar como una manifestación del profesionalismo y lealtad que distinguen al Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos.
El 14 de marzo de 1975, el presidente Echeverría decidió acudir solo y sin un elemental dispositivo de seguridad a la UNAM, los ánimos estuvieron muy caldeados, el presidente fue abucheado y herido de una pedrada en la cabeza por los estudiantes, se salvó gracias a la intervención de un joven jefe adscrito al EMP, Jorge Carrillo Olea, su único acompañante, quien lo evacuo en un auto particular.
Quienes hablan del EMP como un poder alterno a la SEDENA pasan por alto las distinguidas carreras posteriores en mandos operativos de Divisionarios como Miguel Ángel Godínez Bravo, Roberto Miranda Sánchez y Alfonso Duarte Múgica, todos ellos llegaron a ser Comandantes de Región en el Ejército Mexicano. Godínez fue jefe del EMP con López Portillo, Miranda con Zedillo, Duarte a su vez fue como joven Teniente, ayudante de López Portillo, hoy retirado, con la simpatía y respaldo de sus paisanos aspira a ser Gobernador de Morelos.
Sin embargo, un momento de nuestra historia define el espíritu de los Ayudantes Presidenciales, el 18 de febrero de 1913 en el marco de la Decena Trágica, el chacal Huerta instruyó a Aureliano Blanquet, jefe nato del 29 Batallón de Infantería aprehender al presidente y sus acompañantes, Blanquet ordenó a su vez al Teniente Coronel Jiménez Riveroll hacerlo.
Acompañado del Mayor Izquierdo y un piquete de soldados, Jiménez Riveroll irrumpió en el despacho presidencial, el presidente estaba acompañado entre otros por sus ayudantes, el Capitán Federico Montes y el popular Mayor Gustavo Garmendia, el Teniente Coronel Jiménez Riveroll encendido intentó zarandear al presidente, entonces Garmendia y Montes al grito de “!Al Señor Presidente nadie lo toca!” desenfundaron sus pistolas y abatieron a los jefes asaltantes, los soldados desconcertados hicieron fuego sobre Madero y sus acompañantes, el presidente se salvó porque su primo Marcos Hernández se interpuso protegiéndolo de las balas y cayendo muerto. Blanquet al enterarse del fracaso y muerte de Jiménez Riveroll personalmente reforzó a los atacantes y apresó al presidente.
Garmendia y Montes consiguieron escapar e incorporarse a la revolución, desafortunadamente meses después, el 12 de noviembre de 1913 Gustavo Garmendia quien ya era coronel, cayó en la toma de Culiacán. Federico Montes logró pasarse con un regimiento de ametralladoras a los constitucionalistas, fue un distinguido veterano que llegó a General de División, Gobernador de Querétaro, de Guanajuato y embajador en Colombia, al momento de su muerte en 1950 era Comandante General de la Legión de Honor Mexicana.
Hoy a 110 años de distancia de la valerosa intervención de Garmendia y Montes, en un México políticamente convulso y sumido en la violencia, es obligado el retorno del Estado Mayor Presidencial, el próximo Presidente de la República dejando de lado posturas demagógicas, lo deberá ponderar, no como un privilegio sino como una necesidad y un acto de reivindicación a las instituciones y a su alta investidura.