RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Estamos ciertos de que, en estos tiempos, escribir o comentar acerca de la Revolución Mexicana no es un tema que atraiga a las generaciones nuevas e inclusive algunos con más edad califican al tópico de arcaico. Sin embargo, para quienes nos dedicamos a estos asuntos de la historia el tema será vigente siempre. En ese contexto, hace un par de meses, quien fuera nuestro profesor de la historia estadounidense del Siglo XX y nos guiara durante el proceso de elaboración de nuestra disertación doctoral, Michael S. Mayer, nos recomendó revisar el libro escrito por John A. Adams Jr., “William F. Buckley Sr. Witness to the Mexican Revolution, 1908-1922.” (University of Oklahoma Press: Norman, 2023).
Dado que tenemos por costumbre tomar muy en cuenta las sugerencias que al respecto nos hacen quienes fueran nuestros maestros y profesores, procedimos a adquirir un ejemplar y colocarlo en lista de espera para su lectura. Por favor, lector amable no vaya a usted a pensar que andamos de presumidos, (hay otra palabra más descriptiva al respecto) lo que sucede es que en nuestro afán por paliar la ignorancia amplia que poseemos, tratamos de leer lo más que podemos y, desafortunadamente, no alcanzamos a cubrir todo lo que hay pendiente a la velocidad que lo deseáramos. Pero vayamos al volumen en cuestión.
Usted, lector amable, se preguntará que papel desempeñó Buckley como para considerar que su perspectiva sobre lo sucedido en México era importante. Primero, hemos de mencionar que su lugar de nacimiento fue San Diego, Texas, un lugar a ochenta millas de Laredo, cuya población, en 1881, estaba constituida en un ochenta por ciento por mexicoamericanos. Esta circunstancia, que le permitió aprender el idioma español, acabaría siendo de gran utilidad en la vida futura de Buckley quien tras graduarse de abogado en la Universidad de Texas-Austin, decidió emigrar a la Ciudad de México. Ahí, en 1908, instala un bufete pequeño en donde estaba asociado con un abogado poderoso quien, según el texano, era un autentico pillo.
Dado esto, decide separarse y cuando sus hermanos Claude y Edmund se convierten en licenciados en derecho, también, viajan a México y se crea la firma Buckley and Buckley que estaba ubicada en la calle de San Francisco (hoy Madero) número 10, en donde también despachaban los abogados chiapanecos Emilio Rabasa Estebanell, (el abuelo de quien fuera secretario de relaciones exteriores durante el gobierno del presidente Luis Echeverria Álvarez) y Nicanor Gurría Urgell. Buckley, pronto, se convierte en un abogado muy importante para quienes incursionaban en los negocios petroleros que lo buscaban por el conocimiento que tenía de las leyes mexicanas y su dominio del español. Dado el éxito, Buckley establece una segunda oficina en Tampico a donde se traslada para atenderla, mientras que la de México queda a cargo de sus hermanos.
En medio del boom petrolero, William Buckley se convierte en el consejero legal de la Texas Company en México. Ante esto, su hermano Edmund se hace cargo de la oficina en la capital de la república y Claude de la de Tampico contando los tres con el apoyo de un jurisconsulto mexicano de nombre Cecilio Velasco.
El éxito de la firma fue tal que, en 1911, obtienen utilidades por 70 mil dólares y al año siguiente alcanzan los 200 mil dólares. En 1912, William se convierte en presidente de la Mexican Investement Company y un año después decide vender sus acciones y, junto con su hermano Edmund, crea la Pantepec Oil Company. Dado el éxito en los negocios, Buckley no pudo sustraerse a los acontecimientos políticos que ocurrían en México.
Acorde a la narrativa de Adams, Buckley era un asiduo comensal en la mesa del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, de quien era su confidente. Si bien en el texto no se menciona que hubiera participado en la conspiración para derrocar y asesinar al presidente Francisco Ygnacio Madero González, el autor elude hacer el mínimo comentario a esa bestialidad cometida por Victoriano Huerta.
Sin embargo, hace notar que tanto Buckley como la comunidad de hombres de negocios estadounidenses en México aconsejaban a Lane Wilson que, a pesar de la reticencia del presidente Woodrow Wilson para reconocer a Huerta, debería de mantenerse cercano al usurpador. Ante la rebeldía del estadista futuro, Venustiano Carranza Garza, Buckley no perdía oportunidad, según el relato, para expresar su disgusto y en un comunicado dirigido al senador por New Mexico, Albert B. Fall, le expresaba que “los mexicanos son incapaces de gobernarse por si mismos.”
En ese contexto, Buckley demandaba del presidente Wilson que otorgara el reconocimiento a Huerta a quien veía con aquel con quien mejor podía llegar a entenderse para que los petroleros continuaran haciendo y deshaciendo a su antojo en México. Buckley clamaba que los enviados del mandatario estadounidense a México eran ineptos y se negaban a reconocer la realidad prevaleciente. A la vez, demandaba que se le vendiera armas y municiones a Huerta para que derrotara a los insurrectos encabezados por Carranza. Acerca del encuentro que Buckley tuvo con Villa, la historia luce para el consumo de quienes deseen creerla. Entre algunos de los documentos privados de Buckley citados por Adams, se lee su convicción de que el único camino para acabar con los problemas en México era la intervención estadounidense armada. Sin embargo, cuando esta se da, en 1914, y le proponen que sea el gobernador civil de la ciudad de Veracruz, se niega a aceptar el cargo pues le generaría desprestigio a la imagen que se había construido en México.
En medio de lo anterior, a iniciativa de los embajadores de Argentina, Brasil y Chile en los EUA proponen al presidente Wilson las llamadas Conferencias de Niagara Falls que buscaban la paz negociada con Huerta y Carranza. Este, rechaza acudir, pero Huerta acepta y envía a sus representantes. Mientras Adams escudriñaba los archivos de Buckley, encuentra algo que no aparece registrado en la historiografía de esas reuniones. Aparte de Emilio Rabasa y Luis Rodríguez como representantes de Huerta, el cerebro que, tras bambalinas, llevaba las negociaciones era William Buckley quien sentía una gran admiración por “la determinación indomable y obstinada de Huerta.”
Los acuerdos finales de dicha reunión, mediante los cuales el gobierno estadounidense se comprometía a reconocer un gobierno neutral en México fueron aceptados por el verdadero representante de Huerta en la reunión, Buckley quien era identificado como “Mr. X.” Cuando este personaje le demandó al secretario de estado William J. Bryan que llevara a la practica los acuerdos, este le responde que, si bien se habían aceptado, el gobierno estadounidense no podía imponerlos en México. Al final, el objetivo no era lograr un acuerdo entre Huerta y los EUA, sino transferir el poder pacíficamente a Carranza. En el texto, se critica el hecho de que los estadounidenses vendieran armas a Carranza. Al tiempo que se olvida de mencionar las acciones militares de Obregón y Villa que terminaron con el ejercito huertista. Eso sí, se dedica espacio amplio a criticar los excesos cometidos por los revolucionarios al momento en que ocuparon la capital de la república.
Como es de esperarse en un texto en torno a una figura como Buckley, se descalifican todas las medidas que Carranza tomó en relación con la explotación del petróleo y tratar de poner un poco de orden en esa actividad. Lo mismo se le critica las leyes promulgadas entre 1915 y 1916 que se descalifica lo establecido al respecto en la Constitución de 1917. Si bien no compartimos la perspectiva proviste en el texto, es por demás interesante revisar la opinión de quienes se encontraban del otro lado del negocio y como veían que se afectaban sus intereses.
Si bien se quiere vender la imagen de un Carranza antiestadounidense, el análisis sesgado le impide al autor reconocer que el presidente mexicano, en proceso de convertirse en estadista, simplemente buscaba que la convivencia entre los intereses económicos de ambas naciones derramase utilidades para ambas. Nunca dejó de reconocer que la presencia de los petroleros estadounidenses era necesaria para la edificación del estado mexicano moderno del futuro, pero ello no implicaba que las autoridades de nuestro país actuaran en calidad de sirvientes del gran capital, algo muy difícil de entender para quienes conciben los negocios como un asunto unilateral. Pero si de versiones parciales se trata, veamos los siguientes tópicos que se abordan en el libro.
En lo referente a las relaciones entre el naciente Estado Mexicano Moderno, diseñado por el estadista Carranza Garza, y la mas añeja de las trasnacionales, la Iglesia Católica, Adams Jr., optó por proveer a sus lectores con la versión victimista que venden los católicos pintando a los revolucionarios mexicanos como unos antirreligiosos rabiosos. Recurre a las versiones que proveían los católicos estadounidenses quienes, entre otras cosas, demandaban, con la actitud piadosa que les caracteriza, que el presidente Wilson enviara las tropas para que los ayudara a “salvar” su religión. Esta falacia de que el objetivo era exterminar católicos ha sido la que los poco dados al análisis han comprado a través del tiempo.
Lo único que se buscaba era que tanto el Estado Mexicano como los miembros de las religiones se dedicaran a lo suyo sin entrometerse en la vida de los otros. Adams para nada menciona que las acciones de la alta jerarquía católica eran parte de un plan concebido desde años antes y que culminaría cuando impulsaron a sus huestes a tomar las armas en la que en realidad fue una reyerta inútil, pero que los jesuitas bautizaron como la revolución (¿?) cristera.
El segundo de los tópicos que Adams aborda tratando de pintarlo como una más de las barbaridades de los revolucionarios mexicanos es el secuestro de William Oscar Jenkins. No se atreve a mencionar como este incidente fue aprovechado por Fall y el secretario de estado, Robert Lansing, para tratar de armar una invasión a México dado el estado de salud del presidente Wilson. Asimismo, se omite mencionar como todo se les fue por el caño cuando Lansing sintió frio y, previamente a la entrevista de Fall con el mandatario estadounidense, delató el tema que le tratarían.
De manera constante Adams hace mención a los comunicados y enfatiza la amistad y sociedad que existía entre Buckley y Albert B. Fall sin que por ningun lado se indique la clase de pillo que era este último quien años después se convertiría en el primer ex secretario del gobierno estadounidense en ir a parar a la cárcel como resultado de su complicidad en un tráfico de terrenos petroleros que realizó cuando estaba al frente del Departamento del Interior.
Buckley, por supuesto, se declaró enemigo jurado de la Constitucion Política de los Estados Unidos Mexicanos promulgada en 1917. Desde su perspectiva todo era negativo y con ese rencor al hombro fue a declarar en contra del estadista Carranza Garza en la llamada Comisión Fall de la cual se convirtió en asesor. El tema de esta Comisión es algo que tratamos, y emitimos nuestro juicio al respecto de manera extensa, en nuestro libro “El Senado estadounidense enjuicia a México y al presidente Carranza.” (Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2017).
Adams, lejos de pronunciarse acerca de que con que autoridad una entidad externa se abrogaba el derecho de juzgar a una nación soberana, se da a la tarea de justificar la postura de Buckley ante la Comisión mencionada, además de no tomar posición alguna respecto a las conclusiones emitidas por dicha Comisión y que no eran sino una recomendación para convertirnos en un protectorado estadounidense.
Adams, envuelto en su admiración por Buckley, compró la conseja de que el presidente Álvaro Obregón Salido era un antiestadounidense rabioso. Al respecto, olvidó mencionar que a la toma de posesión del mandatario mexicano acudió una delegación de 500 ciudadanos estadounidenses integrada por los gobernadores de Texas, New Mexico y Arizona, así como por hombres de negocios de diversas entidades de aquel país.
Asimismo, dejó de lado que Obregón nunca fue reticente a los ciudadanos de aquel país, especialmente cuando exportaba su producción de garbanzos. Además, se le escapó mencionar que desde que inició su gobierno, Obregón mantuvo canales de comunicación, oficiales y no, con las autoridades estadounidenses en busca de lograr un acuerdo, eso sí, nunca desde una perspectiva de subordinación ya era un practicante resuelto del nacionalismo pragmático, algo que para algunos es difícil de comprender. Y como al presidente Obregón Salido no le temblaba la mano, en septiembre de 1921, ordenó que Buckley fuera expulsado de México.
Años después, Buckley se trasladaría a Venezuela para continuar con sus negocios petroleros al amparo de Juan Vicente Gómez Chacón quien gobernara esa nación entre 1908 y 1935. Con ese tipo de gobiernos le gustaba tener tratos. El nativo de San Diego, Texas continuó teniendo éxito en sus negocios e incrementando su fortuna hasta los días en que participó en la explotación petrolera en Florida.
No hay duda, el libro de John Adams Jr.,” William F. Buckley Sr. Witness to the Mexican Revolution, 1908-1922.” es uno de esos ejemplares que aun cuando no se comparta el enfoque de su perspectiva se requiere leerlo. Al estar revisando el contenido de este libro no pudimos sustraernos a recordar lo que en las aulas el profesor Mayer siempre nos repitió, es necesario conocer todo tipo de versiones sobre un tópico para poder emitir juicios objetivos. Hemos de apuntar que a lo largo de las 302 páginas que constituyen el volumen, encontramos una narrativa muy amena y bien documentada sobre el tema. La escritura del autor está caracterizada por ser didáctica y tener un sustento documental de primera mano al acceder a los archivos de Buckley y otras fuentes primarias importantes.
Lector amable, definitivamente, le recomendamos la lectura de este volumen comparta o no la perspectiva que ahí se plasma. Recordemos que nunca hay que temer a escuchar o leer sobre aquellas versiones que no compartimos. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (23. 31.137) Solamente dos personajes, Paredes Rangel y De La Madrid Cordero, adoptan una actitud seria, el resto pareciera que andan en busca de convertirse en la estrella cómica de alguna de aquellas carpas hoy desaparecidas. Mientras que los medios de comunicación y comentaristas no se ocupan, o lo hacen de manera marginal, acerca de las dos personas mencionadas, a los del otro grupo los aluden en todos los espacios a cualquier hora. ¿En verdad adoptan esa actitud solamente por la simpatía que sienten por ellos o existen otros motivos muy bien respaldados?
Añadido (23.31.138) En los tiempos idos eran conocidos como los Mulos de Manhattan. Hoy, no pasan de ser los Maletas del Bronx.
Añadido (23.31.139) ¿Alguien podría decirnos cuales fueron los avances reales que, como resultado de las acciones gubernamentales, tuvieron las poblaciones indígenas en México durante el sexenio del ignaro con botas?
Añadido (23.31.140) Una de las grandes obras del Presidente Don Adolfo López Mateos y Jaime Torres Bodet, la creación de los libros de texto gratuitos como fuente de enseñanza del conocimiento, transformados hoy en panfletos vulgares para promover la ignorancia, la gansada y la barbarie. No hay duda, aquel era otro López…
Añadido (23.31.141) Quienes andan promoviendo la erección de piras para incinerar volúmenes con cuyo contenido no están de acuerdo, sería muy conveniente recordaran que eso de prenderle fuego a los libros tiene sus antecedentes en la Iglesia Católica Apostólica y Romana vía el Santo (¡!) Tribunal de la Inquisición y, posteriormente, en las consignas emitidas por el papa Pío IX. Asimismo, no olvidemos que en esa pila abrevaron, para realizar actos similares, las huestes de la bestia austriaca denominadas nazis. ¿Acaso quieren dar la razón a quienes los acusan de tener en esos veneros sus orígenes?